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Crímenes de la dictadura, una cordillera que no se desarma

Columna de opinión por Hugo Mery
Domingo 1 de septiembre 2013 10:27 hrs.


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Los crímenes  de la dictadura, a  40 años del  golpe militar, se han instalado política y humanamente en el país.

Esta cordillera mira a sus habitantes, tal como las otras lo hacen geográfica y socialmente.  Atrás o frente  a ellos  y de costado  no deja de erigirse ante la conciencia  colectiva, lanzando de vez en cuando algunos aluviones que derriban  rostros y cuerpos.

La semana pasada, uno alcanzó impensadamente al general en retiro  Juan Emilio Cheyre, quien como comandante  en jefe del Ejército  a comienzos  de los 2 mil  abogó por un  “nunca más” en el  involucramiento  de la  Institución  en las violaciones  de los Derechos  Humanos, reconociendo implícitamente sus  responsabilidades en la materia.

Fue una lástima para muchos  que tan señera  cabeza rodara -debiendo abandonar la presidencia  del  Servicio Electoral- por su entrega a un convento  de monjas del niño de  dos años Ernesto Lejderman Avalos, después del asesinato  de sus padres -argentino y mexicana- por militares en Chile.

Cheyre,  como teniente de 22 años  de edad, se limitó a obedecer  una orden del comandante del regimiento Arica de La Serena, de quien era ayudante, sin cuestionar  la versión  que se le dio  sobre el suicidio  de sus padres con dinamita.

El punto no es  si el  teniente se dejó engañar,  sino que después, como autoridad   del Ejército, no profundizó en los hechos, que seguían pendiendo  en el tiempo.

El  “nunca más”  de Cheyre no fue acompañado  de una  exhaustiva  investigación  interna  de todos  los  casos en  que  el Ejército  había participado, formando, por ejemplo, una  Comisión  Investigadora que citara a cada  posible involucrado  y  determinara  los detalles  de sus  actuaciones  y las  autorías   jerárquicas  de  aquellas.

Cheyre estuvo en mejor posición  que los presidentes  Frei Ruiz Tagle y Michelle Bachelet para empujar  el  esclarecimiento  de la muerte de sus padres,  porque ambos  no pudieron  o no quisieron  presionar. En cambio, la cabeza de la principal institución armada pudo arbitrar  un  acucioso sumario  y,  que  se  sepa, no lo hizo. El fue nombrado  en su puesto por el presidente  Lagos  y confirmado  por la presidenta  Bachelet , estando vivo aún  Pinochet.  ¿Fue una manera  más de blindar  al dictador?

A medida  que se acerca  un nuevo  11 de septiembre, la  cordillera  se hace  más  omnipresente y  algunos  la están  cruzando, como hace  poco tiempo  lo hicieron  relativamente Andrés Chadwick y Joaquín Lavín.El senador  Hernán Larraín,  un  hombre  de la Universidad Católica que dejó la  administración  del  plantel   poco después  del  asesinato  de  Jaime Guzmán , ingresando  a la UDI  y a una  carrera  parlamentaria,  pareció  resolver las dudas que transparentaba  cuando  uno conversaba  con él,  y decidió -la semana pasada- pedir perdón por lo que  no  hizo u omitió y por no  perdonar  a su vez,  a los  que buscaban  una reconciliación.

Se haya portado humanamente  o no en la Secretaría  de Estudios de la UC, como senador Larraín llamó la atención por su admiración  por la Colonia Dignidad y  por la vida en Villa Baviera, sin reparar en el poder omnímodo del  jefe, el pederasta Paul Shaeffer. Que los padres de los niños abusados  no quisieron  darse cuenta de lo que él les hacía recuerda a los alemanes  que no querían ver los camiones de judíos  llevados a los campos de exterminio. Pero que un hombre con la sensibilidad de Hernán Larraín no se diera cuenta  deja perplejo,y sólo se explica  por su identificación con el régimen militar chileno, que mantenía –según denuncias de la época- lazos operativos con la organización de nacistas enquistada en  el país.

Que se ha avanzado mucho en la verdad, no tanto en la justicia, como dice Cheyre,   es cierto, como que un centenar  de violadores cumplen condena, empezando por el  jefe máximo  Manuel Contreras y como que las  Comisiones Rettig, Mesa  de Diálogo  y Valech establecieron  hechos irredarguibles. Es lo  que ha  llevado a Carlos Larraín,  presidente  de Renovación Nacional, a reconocer en radio  Universidad de Chile que si bien  se  alejó de la política  después del golpe, debió, como abogado, poner atención a las torturas  que, a la luz de la Comisión Valech, le resultaron espantosas.

Pasarán varios años antes que gente como Evelyn Matthei cruce la cordillera  y  no argumenten más  que ella sólo tenía 20 años en 1973 y como el candidato Andrés Allamand, que se negó, en el debate de las primarias presidenciales, a llamar dictadura al régimen  militar y a pronunciarse sobre el cambio de nombre de la avenida 11 de septiembre,  porque no vive  en Providencia, todo por razones electorales y aunque trabaje  y tuviera su comando en esa comuna.

El actor Felipe Izquierdo tenía sólo 9 años en el olpe y dijo que se acuerda de todo lo que ocurrió entonces. Matthei admitió  que votó por el Sí a Pinochet, pero con la  esperanza que ganara  el No  por un margen no muy amplio. A pesar de tanta sofisticación, en 1998 lanzó alegatos furibundos por la detención de Pinochet en Londres. Allamand también votó por el Sí, aunque se había jugado por un Acuerdo Nacional para la vuelta a la democracia.

Tal como estos líderes, muchos ciudadanos siguen acudiendo al contexto histórico que llevó al golpe militar, para justificarlo. “O eran ellos o nosotros”, se les oye decir, como si la historia que no se vive se pudiera escribir.

A esta relativización, o análisis de empate, se sumó hoy sábado el Presidente Piñera, al declarar que “hubo muchos cómplices pasivos que sabían lo que pasaba y no hicieron nada o no quisieron saber”.  Pero desandó el camino cuando evocó luces y sombras del régimen militar y que muchos estuvieron en él por buena voluntad y tienen derecho a seguir en la administración del Estado y que, en fin, la democracia no colapsó por muerte súbita,  sino previsible, por la destrucción sistemática de la convivencia republicana y del Estado de Derecho.

Al margen de tales disquisiciones  los familiares de detenidos desaparecidos siguen muriendo sin saber dónde quedaron sus seres queridos, y otro tanto ocurre con los victimarios, sin dar a conocer sus paraderos.

Tal vez caigan aluviones que terminen por llevar al destino de hijos de los cautivos, acaso robados por sus captores, tal como ocurrió en la Argentina.

Los que no fueron tocados por la dictadura tendrán a la vista la cadena cordillerana que no se desarma y podrán mirarla por lo menos de reojo.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.