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Víctor Jara, el artista

El 16 de septiembre de 1973, a los 40 años, fue acribillado el actor, director teatral y músico Víctor Jara, a manos de las fuerzas represoras de la dictadura. En conmemoración a esta efeméride hacemos un repaso de su labor artística.

Damaris Torres y Rodrigo Alarcón

  Sábado 14 de septiembre 2013 13:52 hrs. 
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“Antes que músico fue director de teatro”, reconoce el actor Jaime Vadell, quien fue compañero de Víctor Jara en la carrera de actuación de la Universidad de Chile entre los años 1956 y 1960. Y añade entre risas: “claro que cuando uno trabaja tiene diferencias, pero él era muy bueno porque siempre tuvo sus ideas claras respecto a cómo quería que fuera la obra”.

El amor por las tablas de Jara se concretó en 1956 cuando ingresó a la compañía de pantomima de Enrique Noisvander y se convirtió en miembro permanente de la agrupación en Chile. “Yo contradigo a Vadell, primero fue mimo”, asegura a carcajadas el escenógrafo Sergio Zapata, que estudió diseño teatral los mismos años que el artista.

Enrique Noisvander maquillando a Víctor, 1955. Archivo Memoria Chilena

Enrique Noisvander maquillando a Víctor, 1955. Archivo Memoria Chilena

“Nosotros egresamos a la vez y junto con Alejandro Sieveking, Tomás Vidiella, Luis Barahona fuimos un grupo de amigos muy compinches”, cuenta.

Víctor Jara y Sieveking se conocieron en la universidad. Al poco tiempo del egreso montaron una compañía de teatro que no se logró desarrollar, pero sí forjó una intensa amistad. De hecho fue Jara quien instó al dramaturgo a escribir sus primeras obras, como es el caso de “Parecido a la felicidad”.

Víctor con compañeros de la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile, 1958. Fotografía Archivo Fundación Víctor Jara

Víctor con compañeros de la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile, 1958. Fotografía Archivo Fundación Víctor Jara

En 1960 el recordado músico nacional decidió estudiar Dirección Teatral en la Escuela donde hizo su pregrado, curso del que se tituló con el montaje “Ánimas de día claro” de su ya compañero de labores y “al otro año el Teatro Nacional la programó profesionalmente y yo diseñé el vestuario”, rememora Zapata..

En el libro “Víctor Jara su vida y el teatro” de Gabriel Sepúlveda, Sieveking recuerda al artista como una persona que siempre peleó por los demás con generosidad y valor, “no por el grupo de los que fuimos sus admiradores, sino por todo el mundo, aunque Chile era su campo de batalla”.

El director 

Su labor como director fue reconocida por diversos montajes, entre los que se encuentra: “Los Invasores”, obra del Premio Nacional 2013 Egon Wolf, “Dúo” de Raúl Ruiz, asistente de dirección de Atahualpa del Cioppo, director teatral uruguayo  en la obra  “Círculo de Tiza Caucasiano”,   “La Remolienda” de Alejandro Sieveking y “Antígona” de Sófocles para la Compañía de Teatro de la Universidad Católica de Chile.

Víctor con Atahualpa del Cioppo y Marés González, 1963. Fotografía Rene Combeau.

Víctor con Atahualpa del Cioppo y Marés González, 1963. Fotografía Rene Combeau.

En esta última también participó Jaime Vadell, quien habla acerca de la versatilidad que tenía el artista, porque ya en sus obras se podía ver como fusionaba la música. El actor considera que Nelson Villagra, hombre de tablas y gran amigo de Víctor Jara fue quien los influenció en la carrera musical: “Yo creo que Nelson influyó mucho en la carrera musical de Víctor, me da la impresión que él lo derivó a la investigación musical folclórica y de ahí a la creación propia y original”.

Ambos estudiantes de teatro viajaron a la zona de Ñuble y aprendieron del campo y de los añosos cantos de la tierra. Un día en el café Sao Paulo, ubicado en Huérfanos casi esquina Bandera, el joven Jara conoció al músico Rolando Alarcón, quien lo invitó a un grabar “Se me ha escapado un suspiro” para el primer LP del grupo Cuncumén.

El músico

“A los que nos dicen cantantes de protesta -yo no estoy de acuerdo con ese término, no lo considero válido, por lo menos para mí- creemos que el amor es lo fundamental. El amor de hombre con una mujer y de una mujer con el hombre. O del hombre con sus semejantes, con sus hijos, con el hogar, con la patria, con el instrumento que trabaja. Es la razón de ser del hombre. Por eso, no puede estar ausente de la temática de un cantor popular”.

Así hablaba Víctor Jara en la televisión peruana en julio de 1973, apenas dos meses antes de su muerte. A esa altura, ya había recorrido un largo camino que se había iniciado a fines de los ’50, como parte del conjunto folclórico Cuncumén, con el cual recorrió el país, se fue de gira a Europa y por primera vez entró a un estudio para grabar composiciones propias: “Las palomitas”, en 150 años de historia y música chilena (1960) y “Paloma quiero contarte” y “Canción del minero”, en Geografía musical de Chile (1962).

Sería la música la que identificaría a Víctor Jara, pero en aquellos años debió compatibilizarla con su primer oficio, el teatro. Gracias a eso, no obstante, pudo aplicar en la música las lecciones que había aprendido como director y actor.

Tres discos para tres momentos: "El folklore de Chile Vol. 5" (1957) con Cuncumén; "Canciones folklóricas de América" (1967) con Quilapayún; "Canto por travesura" (1973), como solista.

Tres discos para tres momentos: “El folklore de Chile Vol. 5” (1957) con Cuncumén; “Canciones folklóricas de América” (1967) con Quilapayún; “Canto por travesura” (1973), como solista.

En 1966, por ejemplo, unos recién formados Quilapayún asistieron a una peña en la sede de la Universidad de Chile en Valparaíso que era encabezada por Víctor Jara. Al finalizar la actuación, el cantautor reconoció al grupo de universitarios, a quienes había visto antes en la Peña de los Parra. Los jóvenes lo invitaron a su mesa, alargaron la noche y finalmente terminaron pidiéndole que asumiera la dirección musical del grupo.

Así, comenzaron a ensayar en la Casa de la Cultura de Ñuñoa y grabarían discos como Canciones folklóricas de América (1967) y X Vietnam (1968), hasta que siguieron caminos separados luego de la publicación de Basta (1969).

Según Eduardo Carrasco, en las primeras actuaciones de Quilapayún se plasmó la experiencia teatral de Víctor Jara: “Lo de los ponchos negros venía desde antes, pero él transformó la presentación en una idea teatral. Se ponían en juego la iluminación, la actitud, el modo en que saludábamos y salíamos al escenario, el orden en la escena, las cosas que se decían, el momento de hacer un chiste, de hablar seriamente o tomar una actitud concentrada. Fue tan elaborado que hacíamos verdaderas coreografías para presentarnos. En esa época, eso llamó mucho la atención, porque era un verdadero trabajo teatral”, relata.

Carrasco recuerda actuaciones en el ex Teatro Marconi (hoy Nescafé de las Artes) y en la sala que hoy ocupa el Cine Arte Normandie, en las que incluso colaboraba el maestro de danza Patricio Bunster.

Eran los años de la Unidad Popular y del auge de la Nueva Canción Chilena, que recogía el legado de Violeta Parra y en la que destacaban también Inti Illimani, los hermanos Ángel e Isabel Parra, Rolando Alarcón y Patricio Manns, entre otros.

Los intereses musicales de Víctor Jara superaban, sin embargo, los márgenes ideológicos que a veces estrechaban a los músicos de la Nueva Canción Chilena. Así quedó demostrado con el vínculo que estableció con Los Blops, a quienes había conocido por medio de Ángel Para.

“Él se acercó a nosotros, le llamó mucho la atención lo que hacíamos y cuando fue a un ensayo le gustó mucho. Posteriormente nos invitó a grabar la canción ‘El derecho de vivir en paz’, que la grabamos en los estudios Splendid. La armamos en forma intuitiva ensayando con él”, recuerda Eduardo Gatti, quien colaboró además en “María abre la ventana”, incluida en el mismo LP de 1971.

“Lo que más recuerdo es la libertad que nos dio para esa canción. Nos entregó toda la responsabilidad de los arreglos y no puso ningún pero. Era un visionario y muy progresista, entonces le gustó mucho esta fusión extraña que hacían los Blops”, añade Juan Pablo Orrego, bajista de la banda.

Antes, en 1970, Los Blops habían publicado su primer disco a través de Dicap, el sello de las Juventudes Comunistas, donde sus letras “poco comprometidas” no tuvieron mucha acogida. “Fuimos a finiquitar una grabación que teníamos al día siguiente y un par de personas dijeron que las letras eran pequeño burguesas y no sé qué. Nos mandamos a cambiar y cuando íbamos saliendo –las cosas de la vida- nos topamos con Víctor. Nos vio la cara y nos preguntó qué pasaba. “Por favor, siéntense”, nos dijo, y entró. Se oyó un intercambio de palabras bastante ‘enérgico’ y después salió Víctor con una sonrisa pidiéndonos perdón. “Graben y olvídense”, nos dijo. Fue una intervención majestuosa”, narró Juan Pablo Orrego.

En septiembre de 1973, Víctor Jara se encontraba en plena grabación de Manifiesto, pero alcanzó a registrar la emblemática canción del mismo nombre. Poco antes había publicado Canto por travesura, recopilación de canciones tradicionales y picarescas. En la presentación de ese disco, escribió unas líneas que hoy podrían ajustarse a todas sus canciones: “Estos cantos no son nuevos / son cantos que tienen mucho tiempo / callarlos es callar un pedazo de alegría”.

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