Benjamin Franklin (1706-1790) Político, científico e inventor estadounidense.
Se me solicitó escribir algunas líneas sobre la importancia de la divulgación científica, entendida esta como la comunicación del contenido de nuestras áreas y logros en investigación al público en general, y muy especialmente a los más jóvenes.
La relevancia de esta actividad es evidente al sentido común. Por una parte, se trata de contribuir a una sociedad más culta y sensible a los avances en el conocimiento científico y tecnológico, por otra, motivar e incentivar a aquellos jóvenes con talento, curiosidad y ganas de descubrir lo aún no develado, a dedicarse a la Ciencia. Estos propósitos tan sencillos de enunciar se constituyen en un desafío complejo, tanto o más que desarrollar nuestra disciplina.
Es también de sentido común en los tiempos que corren, que como comunidad científica, fundamentalmente financiada por fondos estatales, es deseable y necesario que comuniquemos “a los contribuyentes” lo que hacemos, y convencer de aquello que profundamente creemos la mayor parte de los que dedicamos nuestra vida a esta actividad: que el cultivo de las ciencias básicas y aplicadas en un país que aspira en algún día no tan lejano a ser parte del llamado primer mundo, es una contribución esencial al desarrollo del capital intelectual del país. Inversión que como bien sabemos es un trabajo de relojería, lento y silencioso.
Estos conceptos son de perogrullo para muchos de nosotros, pero no necesariamente para el público, ni para aquellos que toman decisiones económicas sobre nuestro sistema nacional de investigación, ni siquiera es evidente para nuestros estudiantes. Divulgar la ciencia y la tecnología, los pasos de hormiga que damos -que modestos y todo son una contribución al conocimiento de la humanidad, también al país- es una tarea difícil.
Asumamos que es así. Reconozco que a lo largo de media vida dedicado a la investigación en matemáticas, es poco o nada lo que he hecho al respecto. La reciente distinción que me entregó el país, me ha hecho sentir cuan necesario es este “retorno”, en buena medida una responsabilidad de nuestra comunidad científica hacia la sociedad.
Por mi falta de experiencia en las lides de la divulgación, a diferencia de muchos científicos en Chile que han hecho un trabajo notable en esta dirección, me creo el menos adecuado para hablar de este tema. Soy un matemático puro, mi investigación se inscribe en el ámbito de la ciencia básica, y sus resultados específicos no son fáciles de comunicar eludiendo lenguaje técnico. He presentado muchas veces mi trabajo a audiencias de pares, de mayor o menor sofisticación en mi área. He hecho en más de 30 años una infinidad de clases, en cursos universitarios básicos y avanzados. Pero divulgación a audiencias generales, poco o nada. Y siento que podría haber hecho bastante más.
Lo que quisiera contarles, es un par de experiencias muy enriquecedoras que provinieron de la petición de programas de Explora de dar charlas a grupos masivos de jóvenes en las últimas semanas. En el contexto de la “semana de la ciencia y la tecnología” hablé a una audiencia de unos 200 jóvenes de 4º medio “matemático” del Instituto Nacional. Insistí en hacerla ahí porque ese liceo emblemático fue mi primera alma máter. En esa instancia vi en las caras adolescentes gran interés de asimilar lo que contaba. Intenté transmitir cómo ecuaciones similares modelaban fenómenos muy diversos, físicos, biológicos. La historia tan humana y llena de intrigas políticas de la solución de la conjetura de Poincaré, uno de los 7 “problemas del milenio formulados por el Clay Institute en 2000, emulando los 23 problemas de Hilbert de 1900, íconos de la matemática del Siglo 20. La portada de Science en 2006, revista que suele ignorar a la matemática, calificando esa demostración como “the scientific breakthrough of the year”. La historia -folclor matemático para aliviar nuestro complejo de inferioridad frente a las ciencias que directamente buscan explicar la naturaleza- de que no tenemos premio Nobel por un enredo de faldas en que un matemático sueco famoso habría sido desafortunado protagonista frente a Nobel. La Medalla Fields, nuestro pobre sucedáneo a este premio, que para peor condena a la irrelevancia a los que pasan los 40 años. Perelman, el ruso asceta y ermitaño que demostró la conjetura de Poincaré, y rehusó todo honor, medalla Fields y el millón de dólares del Clay Institute incluidos.
Las preguntas de los jóvenes muchas, algunas punzantes. La fascinación con el tema, bastante. Profesores me preguntaron públicamente mi opinión del ranking de notas, de qué le faltaba o sobraba a los programas matemáticos de enseñanza media. Me di cuenta que ellos, los profesores, también quieren nuestro feedback, y definitivamente podemos entregarlo.
La segunda de estas experiencias fue una charla en el “campamento Chile Va”, también una amplia audiencia de muchachos y muchachas de 3º medio, de colegios municipales de muchas comunas de Santiago, y alrededor de la mitad provenientes de Magallanes, que mostraban gran motivación, un deseo de comprender lo que hacemos los matemáticos, como vivimos, cómo llegamos ahí, preguntas de notable fineza intelectual en su pureza, que fue una experiencia extraordinaria.
Lo que quisiera transmitir es que los jóvenes obtienen motivación de nosotros y tienen pocas oportunidades de vernos, escucharnos, sentir que los científicos somos personas comunes y corrientes que tuvimos oportunidades y motivación especial, y que la clave es el trabajo duro, la pasión, no la genialidad. Que al matemático le motiva desde siempre la belleza del objeto, de una argumentación hermosa, de un descubrimiento. Placer estético, como el arte o la música.
Los científicos podemos complementar lo que transmiten los profesores. Es complejo de describir el proceso, que tiene que ver con el valor de las clases presenciales, sobre todo las dialogadas; el contacto humano no se reemplaza aún por recursos informáticos. De la casuística que relato, me quedó no sólo una emoción especial, sino la sensación de que el material humano sensible, deseoso de comprender, de maravillarse, de descubrir, está ahí, en los jóvenes, y que nuestro rol en guiarles puede ser relevante, y en distintos ámbitos podemos contribuir. Me excuso ante los colegas que conocen ya las sutilezas de este hermoso camino. Mi conclusión personal es que sin duda todos nosotros tenemos mucho que aportar en él.