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Año XVI, 19 de abril de 2024


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Abdicación del rey Juan Carlos de España


Lunes 2 de junio 2014 15:28 hrs.


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Señor Director:

Curiosamente, después de haber concurrido al teatro la noche del domingo primero de junio a disfrutar de una producción del National Theatre transmitida desde Londres de Rey Lear, aquel monarca shakesperiano que abandona el trono y reparte su reino entre sus hijas, desperté el lunes 2 con la noticia de la abdicación del rey Juan Carlos de España, con lo que éste ha demostrado más sabiduría que Lear, al dejar las cosas ordenadas antes de más avanzada edad y pérdida de capacidad, tal vez inspirado en el ejemplo del papa Benedicto XVI.

Como ciudadano chileno, sería ridículo defender la monarquía. Probablemente lo haría siendo inglés, en tanto como español abogaría al menos por la necesidad de verla ratificada en un referéndum. Sin embargo, algo interesante y atractivo de las monarquías constitucionales europeas, es que son la cuna del sistema parlamentario de gobierno. Éste ha demostrado ser la forma más perfecta y exitosa de democracia en el mundo, con expresión en los cinco continentes.

En efecto, con la sola excepción de Estados Unidos y su muy sui generis sistema presidencial, con frenos y contrapesos y elección indirecta, las democracias que mejor funcionan en el mundo utilizan el sistema de gobierno parlamentario, sea en monarquías constitucionales o repúblicas parlamentarias. Así ocurre en toda Europa, pero también en Japón, India, Israel, Canadá, Jamaica y todas las excolonias británicas que son democracias.

En este contexto, nuestro presidencialismo acaba siendo una anomalía dentro del canon de la democracia occidental y algo muy propio y exclusivo de Latinoamérica y que sirve de caldo de cultivo de caudillos populistas y mesiánicos.

En la nueva Constitución, debiéramos tener presente que el mejor antídoto contra estas malas prácticas reside en un Parlamento poderoso, claramente representativo de las fuerzas políticas en competencia y de donde surja y ante el que responda el jefe de gobierno y su gabinete. De esta forma, el gobierno dura lo que dura la legislatura de cuatro o cinco años y mientras mantiene la confianza de la mayoría parlamentaria, la que ha de ser claro reflejo de las preferencias ciudadanas, sin distorsiones antidemocráticas como la que provoca el sistema binominal.

Rafael Enrique Cárdenas Ortega

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