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Del “no pudimos” al “no queremos”


Martes 29 de julio 2014 9:17 hrs.


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Mucho se ha elucubrado sobre por qué la Nueva Mayoría se allanó a realizar un acuerdo en torno a la Reforma Tributaria en circunstancias que en el papel tenía los votos suficientes para aprobar en su totalidad lo planteado desde el Ejecutivo. Propuesta original que, si uno adhiere al concepto de mandato que se entrega a un Presidente electo, es lo que en concreto quería esa ciudadanía que dio el triunfo a Michelle Bachelet.

Para los ciudadanos que no están familiarizados con el quehacer político, tal suena extraño. A claudicación imperdonable, en circunstancias que lo comprometido no era un cambio aguachento sino de fondo y estructural.
Hoy por hoy, al interior de ambos bloques evaluaciones sobran.

Los negociadores oficialistas ufanos por haber logrado que la Alianza concurriera con su apoyo a subir los impuestos para financiar una gran reforma educacional. Incluso algunos, como el senador Andrés Zaldívar, justificando un acuerdo entre cuatro paredes señalando ingeniosa pero dramáticamente que la plebe no entiende que en este tipo de gestiones “no todos pueden entrar a la cocina”. Lo que él no comprende es que la verdadera democracia, más que asimilarse a un menú preparado por expertos chefs de habla desconocida, debe parecerse a una olla común con aporte colectivo y para la satisfacción de la mayoría.

En la vereda opuesta, la tesis del mal menor. Que una iniciativa que habría sido muy perjudicial para el país se pudo transformar en algo menos malo, aprovechando de afianzar por todos los medios (que los tienen) que tal es el mecanismo óptimo para gobernar y legislar: el consenso entre unos pocos. Porque, para qué estamos con cosas, en este acuerdo no estuvieron todos los que son (ni siquiera de ambas coaliciones), solo algunos.

Y, cuales maridos engañados, en los extremos de ambos conglomerados dirigentes reclamando -por disímiles motivos- que el acuerdo es nocivo. El PC, la Izquierda Ciudadana y el MAS con la idea de profundizar los cambios, parte de la UDI y RN con la de frenarlos. Esto es tan cierto que incluso algunos ya amenazan con recurrir al Tribunal Constitucional.

Luego de tal diagnóstico, es necesario reflexionar por qué parte de la Nueva Mayoría se allanó a tal entelequia. La respuesta es simple: era en su propio interior que no tenía los votos.

El partido símbolo que actúa como oposición al programa dentro del conglomerado oficialista es la Democracia Cristiana. Y esto no es una conclusión afiebrada, basta leer la prensa para concluir aquello. Y, por qué no decirlo, también una parte del Partido por la Democracia, con su pléyade de expertos tecnoeconómicos que, como dice un joven por ahí, carecen de calle tanto como abundan de Excel. Es la derecha nuevamayorista que, desnuda en su visión de país, por arte y magia de las mayorías parlamentarias se quedó sin enemigo al cual responsabilizar. Y que quienes en la izquierda se aferran a una gobernabilidad con cargo a la soberanía popular, llaman de otra forma para evitar un posible desbande desde el centro.

Todo esto podría ser legítimo, mas no hacer campaña subiéndose a un programa que no les representaba. Eso aquí y en todas partes se llama fraude.

Lo ocurrido hace rememorar la justificación de la ex Concertación para no avanzar en los cambios que habrían permitido hacer de Chile un país más justo, más democrático, más inclusivo. “No podíamos”, fue la constante explicación. Que Pinochet, que los senadores designados, que el binominal. En el fondo, la culpa la tenía la derecha.

Hoy no hay ejercicios de enlace, la Cámara Alta no tiene enclaves extra electorales y el sistema electoral está siendo forzado, a punta de movilización y participación, a representar un poco, pero solo un poco, mejor a nuestra sociedad.

Esto solo si nos restringimos exclusivamente a quienes van a votar y no a ese universo de casi un 60 por ciento que se autoexcluyó de las últimas elecciones.

Se comienza a aclarar el panorama sobre las tendencias -del clivaje izquierda/derecha histórico- que se han endilgado a los distintos partidos de ambas coaliciones. Algo que se ahondará con la discusión de las reformas educacional y política en ciernes, y con los cambios que se incorporen al sistema electoral, que aunque prevemos no permitirán democratizar completamente el escenario harán que las justificaciones de antaño ya no tengan asidero.

Y así es muy probable que pasemos paulatinamente del “porque no pudimos” de ayer, al claro, simple y más honesto “porque no queremos” de hoy.