En 1983 la Comisión Chilena de Derechos Humanos señaló que cerca de 200 mil ciudadanos fueron exiliados, pero otras estimaciones indican que alrededor de un millón de personas abandonaron el país por razones económicas, políticas o sociales.
Suecia fue uno de los países que más chilenos recibió, con cerca de 15 mil. Otros destinos de Europa, América, África e incluso Oceanía se transformaron en el hogar de miles de chilenos. De ellos, un poco más de tres mil 500 volvieron al país entre el 82 y el 83, miles decidieron quedarse.
La decisión de no retornar pueden explicarse en varias razones, ejemplo de ello son los lazos que se formaron en los destinos del destierro o las mejores condiciones de vida que estos ofrecían, pero, para muchos, el retorno al país constituyó una labor mucho más traumática que la salida.
Estos desencuentros los describió la académica de la Universidad de Chile, Loreto Rebolledo, en el artículo “Volver del Exilio”, donde expuso que a razones personales o familiares y las dificultades de inserción laboral se sumaron trámites lentos y burocráticos y el encontrarse con un país absolutamente distinto al Chile anterior a la dictadura.
Wagner Saravia militaba en el Partido Socialista para el Golpe de Estado, incluso había sido candidato a regidor por Pitrufquén. Hoy a sus 72 años es un agricultor en Nohic, cerca de Toulousse, Francia, donde asentó su familia.
En entrevista con Radio Universidad de Chile, Saravia, señaló que al volver, una vez terminada la Dictadura, desconoció el país que había abandonado hace unos años.
“El modelo económico no correspondía al sueño que nosotros teníamos antes del Golpe de Estado y que continuamos hasta hoy día. Habíamos dejado un Chile solidario, que creía en el hombre y encontramos un país con un sistema en que la fraternidad es un valor que casi se desconoce”, dijo categórico.
La experiencia generó en este Profesor de Educación Básica un desarraigo tal que hoy no se puede identificar con Chile, y más bien se declara un “ciudadano del Mundo” o un latinoamericano a secas.
El sociólogo y ex concejal Manuel Guerrero también sufrió el exilio y desde Europa fue dirigente de las Juventudes Comunistas.
Guerrero explicó que el proceso es un desarraigo forzoso, de las redes sociales, el núcleo de identidad, su naturaleza y lo más íntimo de una persona. “Esto considera varias etapas de asimilamiento, una especie de luto a lo que se suman las generaciones que fueron creciendo en este proceso”.
El académico agregó que para los hijos y nietos de exiliados, como para estos mismos hace falta un proceso de acogida a nivel de política pública.
“Los nuevos suecos, nuevos alemanes, nuevos húngaros, canadienses o australianos; no son ni completamente suecos ni completamente chilenos. El exilio es una realidad bastante invisibilizada dentro de las violaciones a los DDHH, pero también es una realidad que de alguna manera, hoy día habría que acoger, porque contribuyen a establecer lazos con otras culturas, que la gente con mucha resiliencia ha podido nuevamente tejer”.
Sin duda, que para estas comunidades fue una gran noticia la aprobación de la ley que permite el voto chileno en el extranjero. Esto, porque pese al desarraigo forzado permite aportar desde una escala valórica distinta en un proceso político que no es ajeno, postula Wagner Saravia.
En la historia, conocidos y recordados son los aportes de aquellos exiliados que trabajaron con su testimonio para que la Asamblea General de la ONU condenara, por amplia mayoría, la violación de los derechos humanos en Chile. La amplia solidaridad internacional también se tejió gracias a estos relatos del despojo.
En la actualidad esta labor permanece. El vínculo con el país de origen no se rompe. Uno de los últimos ejemplos es lo que ocurrió en Australia, cuando un grupo de exiliados protestó incansablemente para que James Sinclair no fuera el embajador de Chile en ese país. Manifestaciones que surtieron efecto y lograron que el cuestionado diplomático emprendiera otro destino.