Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 29 de marzo de 2024


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Recuerdos del trauma de septiembre de 1973


Viernes 3 de octubre 2014 8:39 hrs.


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Con agrado vi la noticia de la condena a la cúpula de la DINA por el asesinato tuyo Chuquito y de otros prisioneros ocurridos en Villa Grimaldi en esos días entre el 21 y 25 de octubre de 1975, incluyendo a Ossa Galdamez, el profesor de la católica que murió en la parrilla mientras lo torturaban con electricidad. Qué cosa, Chuquito, que hayan tenido que pasar 39 años desde los hechos y recién resuelven condenar a estos retamboreados (por no decir otra palabra) criminales, agentes de la DINA.

Recuerdo muy bien esa noche. Bueno, el relato de las circunstancias, para los que no saben que sucedió contigo, está escrito más abajo y, a estas alturas del partido, tú, que lo sufriste, sabes más que yo.

He leído reportes del informe Rettig y otros de carácter legal que aparecen en los sitios de Derechos Humanos que citan mi declaración y otros datos quizás entregados por la vicaria u otras fuentes, pero no hay mucho respecto a ti como persona y solo hay una breve mención de los hechos.

Durante las primeras semanas de reclusión en Tres Álamos, después de pasar por Villa Grimaldi y Cuatro Álamos, y desde cuando comencé a recibir visitas en libre platica, pedía a mis visitas que averiguaran acerca de tu destino. Nunca pudieron informarme palabra alguna porque el miedo (y no los culpo) se les reflejaba en la cara. Después de buscarme en hospitales, morgue, cárceles y otros lugares, y encontrarme en Tres Álamos, ya no querían saber ni hacer más. Solo el hecho de verme vivo les satisfizo y les contento’, pero la experiencia misma de verse junto a padres, abuelos y esposas y maridos, compañeros y compañeras de torturados, reprimidos, asesinados y muchos desaparecidos, los dejo políticamente y emocionalmente derrotados y devastados y terminaron, a través de los anos, aceptando las circunstancias imperantes, sintiéndose impotentes por la impunidad de las fuerzas represivas, aislándose del entorno social y compartiendo solo con la familia inmediata. Creo ese fue’ el efecto que para muchos chilenos tuvo la dictadura: aparte de un apagón cultural, en muchos se sintió el efecto sutil y a veces pronunciado de una masiva y pesada nube depresiva que cubría sus personas.

Escribo estas palabras, Chuquito, porque no quiero que tu persona alegre, chistosa, trabajadora, educada, culta y llena de esperanzas e ilusiones, se quede en el olvido, o que, aunque tu nombre aparezca en un reporte de prensa como una de las tantas víctimas de los criminales de la DINA, solo se muestre una figura sin rostro en blanco y negro representando quien eras tú. Cuando he leído artículos, visto documentales, visto fotos de desaparecidos y asesinados por la dictadura, en general siempre aparecen sus fotos. Cuando se trata de tu caso solo hay una escueta reseña de ti sin foto.

Es así que quisiera dibujar una imagen escrita de tu persona que desde el veintiuno de octubre de 1975 no pasa un día sin que no me acuerde de ti, Chuco, Iván Nelson Olivares Coronel, y aprecie el contexto y tiempo que nos conocimos y forjamos nuestra amistad.

El recuerdo siempre está ahí. A veces un detalle sin aparente relación lo despierta y la vorágine de la memoria se apodera del momento. Tu recuerdo se me viene en diferentes circunstancias, a veces por un recuerdo pasajero de alguna conversación que tuvimos hace tantos años atrás durante nuestras largas caminatas en algún punto en Santiago, el recuerdo de nuestros anos de licéanos y del estudiantado militante, y hoy en día, por las noticias de tvn (que llegan al hemisferio norte, donde vivo, a través de su señal satelital) acerca del actual movimiento estudiantil y las imágenes de confrontación con grupos de choque de carabineros y la consiguiente represión con el carro lanza aguas, los golpes de lumas por donde caigan en el cuerpo de algún estudiante desafortunado que termina con un traumatismo encéfalo-craniano o un hueso roto, y el maldito olor a gas lacrimógeno que acompaña esas aberrantes escenas, se me hace nítida tu imagen en marchas estudiantiles en apoyo a la UP cuando nos enfrentábamos a los provocadores fascistas de Patria y Libertad.

Aunque no vi cuando te dispararon, oí las ráfagas y disparos, y mientras yacía en el auto estacionado frente a 2 o 3 casas de distancia de la tuya amarrado y vendado sobre el piso con un pie de un agente encima de mi espalda, percibí lo que había sucedido. Después de los disparos hubo un ajetreo entre los agentes, unos corriendo hacia la casa allanada, otros hacia las casas vecinas, otros subidos sobre techos. El agente que tenía su pie sobre mi salió también corriendo y solo quedo’ el chofer. Logre’ levantarme un poco y acomodarme para mirar entre el género de la venda y ver un cuerpo envuelto en una sabana o frazada ensangrentada siendo subido a la cama de una camioneta Chevrolet C-10.

Durante mucho tiempo no supe de ti y las ráfagas disparadas por la DINA, esa noche, me hicieron pensar en lo peor.

A la pieza grande de la villa no llegaste y nadie sabía de algún prisionero llamado Chuco. Pregunte’ en el campo de incomunicados Cuatro Álamos y tampoco ninguno de los otros prisioneros sabía de ti. Posteriormente, una vez en Tres Álamos, en el campo de libre platica, tampoco nadie siquiera había escuchado tu nombre.

Como antes te explique, a mis visitas, solo mi padre y madre, era mucho pedirles que averiguaran que sucedió contigo ese 21 de octubre de 1975. Les pedí que fueran a tu casa pero tus coordenadas no me eran claras. Lo intentaron pero nunca llegaron. Además ya te explique qué pasó con ellos. Era mucho pedirles. Yo, por mi parte, sufría secuelas de la tortura y el consiguiente trauma que me acompañaba por haber pasado por semejante trato, como consecuencia, no me dejaba recordar detalles como tu dirección, por ejemplo. Tenía lagunas en la memoria y muy poco recordaba.

Meses después, el Chofi, Roberto para otros, logro’ averiguar y en una visita a Tres Álamos, que quizás, por razones de seguridad, no debió hacer, me lo informo’. Fue devastador.

Te acribillaron en el patio de la casa vecina. En tu intento por escapar, saltaste la muralla hacia la casa vecina donde te esperaban los agentes con sus metralletas. Ahí te mataron o te hirieron y al estar herido te torturaron, pero como no hablaste, te mataron. Después de una semana tus familiares te encontraron en el Instituto Médico Legal con un balazo en la cabeza y otros en el cuerpo.

Tu, Chuquito, eras nuestro Lenin, el mío y el de Chofi, y quizás de otros también. Eras el estudiante pre-claro que se paraba ya sea en el umbral del liceo o entre la división del edificio principal y el gimnasio a dar un discurso impromptu, sin ensayo, y con suma claridad explicabas los grandes beneficios o las falencias de la ENU, Escuela Nacional Unificada, que dentro de la coyuntura política del momento estaba en discusión.

En nuestras reuniones aclarabas, según el análisis del partido, las contradicciones existentes en el proceso de la “Vía Chilena al Socialismo” dentro de un estado y constitución capitalista que en un momento u otro de algidez sus fuerzas armadas no dudarían en defender los intereses del capitalismo nacional y los intereses de las grandes corporaciones internacionales , o el por qué de nuestras consignas como “crear, crear, poder popular”, “soldado amigo, el pueblo está contigo”……………………………, y muchas otras.

Para ti la formación política era de suma importancia. Eras riguroso y disciplinado en el estudio del marxismo-leninismo.

Nos preparábamos para un posible golpe de estado, te acuerdas. Participábamos en rayados sobre paredes públicas, en pega de carteles, en tomas de campuses y otros liceos, en la protección de fabricas tomadas por sus trabajadores en donde nos pasábamos la noche conversando con los del Cordón Industrial Vicuña Mackenna frente a una fogata tomando café o té o un vino navegado y en grandes manifestaciones que llenaban la Alameda de este a oeste con los miles de trabajadores, campesinos, pobladores, mineros, estudiantes y dueñas de casa, niños y ancianos.

La del 29 de junio de 1973 fue masiva. La marcha popular no paraba de pasar frente a La Moneda rindiendo apoyo al gobierno popular después de la intentona golpista de unos cuantos milicos que quisieron tomarse La Moneda y derrocar a Allende. Ahí estábamos tú y yo y muchos otros compañeros brindando nuestro apoyo crítico al gobierno de la Unidad Popular.

En discusiones de pasillo en el liceo mostrabas una gran capacidad oratoria y un habla pausada y fundamentalmente explicativa, sin arrebatos de arrogancia como aquellos estudiantes del Partido Nacional u otros de Patria y Libertad que eran amenazantes y despectivos…..montón de arrogantes. Recuerdo a uno de aquellos dirigentes estudiantiles de derecha quien en una discusión en el pasillo del liceo nos grito, “no discuto con quiltros”, a lo que tú, adelantándote a mi respuesta, le contestaste que no discutíamos con agrandados ni pro-nazis de “patas y libertinaje”, como creo el “enano maldito” del Puro Chile, les llamaba.

De ti, Chuquito, me quedo’ el recuerdo de esa figura de un revolucionario serio, dedicado a su trabajo de dirigente estudiantil y preocupado del análisis de la situación política nacional. Aspirabas a ser el “Hombre Nuevo”, siempre demostrando empatía y comprensión y siempre despojándote de las mentadas, influyentes e inconscientes “taras pequeño-burguesas”.

Siempre tenías tu pauta en mente. En nuestras reuniones el primer punto del encuentro era el informe y discusión de la “sipona” (situación política nacional) y de la situación internacional, manifestábamos solidaridad con el pueblo de Vietnam, con la OLP de los palestinos y la lucha del pueblo angoleño. Posteriormente conversábamos de AGP (agitación y propaganda) y escuchábamos los informes de reuniones con estudiantes de otros establecimientos. Y, de ahí, a realizar las tareas acordadas.

Recuerdo que te gustaba aprender ruso. Eras un autodidacta en el idioma y sabías pronunciar el alfabeto, los números y decir unas cuantas frases. Contigo aprendí esa palabra rusa “tabarich” (camarada) que se usaba mucho en el mundo fraternal, y algunas pocas frases, números y palabras de ese idioma que cuarenta años más tarde aún recuerdo y que suele sorprender a muchos rusos, ucranianos o polacos que en momentos casuales durante el exilio he conocido y con ellos vocalizado frases típicas como “siéntese por favor”, “como se llama”, “de que país es usted”….. y otras que siempre dan paso a conversaciones más profundas acerca de Chile antes del golpe, durante la dictadura, o acerca de la Unión Soviética y del mundo socialista de Europa del este.

Chuco era un gran conocedor y admirador de la heroica historia de la URSS, sobretodo de la gran gesta del pueblo soviético durante la guerra contra el fascismo alemán.

El día 10 de septiembre de 1973 hubo un enfrentamiento en el liceo entre estudiantes de izquierda y de derecha que resulto’ en la violenta intervención y posterior desocupación del liceo por parte del Grupo Móvil de Carabineros y que, para nosotros, tu, yo, y otros, cayéramos presos en la comisaria de calle Chiloé a pocas cuadras del Barros Borgoño. Ahí quedaron nuestras banderas rojo y negro, panfletos y carteles del FER (Frente de Estudiantes Revolucionarios) y nuestros Rebeldes (periódico del MIR) que ese día repartiríamos.

Nos soltaron en la tarde y quedamos que al otro día, martes 11 de septiembre de 1973, continuaríamos con nuestra acción de agitación y propaganda temprano en la mañana.

El día llego’ como cualquier otro, pero un aire distinto flotaba sobre las calles. Te cuento que ese día salí de mi casa hacia avenida La Feria (hoy en día Avenida Clotario Blest) a tomar la micro 75 Matadero-Palma en dirección al Liceo. Percibí que la gente caminaba con caras preocupadas y de asombro tanto por aquí y por allá y en todas direcciones. No pasaban micros hacia el centro, en vez se regresaban. Algunas llenas, otras con pocos pasajeros, otras vacías a velocidad más alta que de costumbre como arrancando desde el centro.

Camine hacia San Joaquín (hoy Carlos Valdovinos) y lo mismo sucedía. Ya no había gente en los paraderos, la gente se regresaba ligeramente hacia sus casas, otros discutían la situación, muchos trabajadores decidían ir a sus puestos de trabajo con la idea de defender sus fábricas e industrias.

Me junte con otros Borgoñinos. Una chica demo-cristiana vecina de la San Joaquín decidió no caminar con nosotros hacia el Liceo augurando peligro, “el golpe es en serio…. los van a detener, no vallan, no hay nada que hacer”. Que Augurio el de ella, no?

Caminamos por San Joaquín hacia el este y lo hacíamos como si fuéramos contra la marea. La gente y los vehículos venían en sentido contrario. Sobre las calles principales que cruzan San Joaquín hacia el sur, como Avenida Club Hípico, venia la gente y los vehículos dando la impresión de estar siendo arriados hacia el sur.

Se oía ruido de helicópteros sobrevolando áreas al lado norte del Zanjón de la Aguada. Era la zona de la industria Sumar, la penitenciaría y la maestranza FAMAE del ejército. Llegando a San Joaquín con Ochagavía se veían vehículos militares con soldados armados paseándose lentamente sobre las calles en actitud de control y vigilancia.

Seguimos hacia la Gran Avenida y ahí doblamos hacia el norte hasta llegar a San Diego. Aun sin llegar al Liceo comenzamos a ver a compañeros y compañeras tanto del Borgoño como del 6 de niñas y gente en general tratando de llegar a sus casas. Ya no corrían micros que provinieran del centro de Santiago. Los vehículos militares que circulaban en las avenidas se hicieron más numerosos. Se veían buses Pulman circulando también con soldados adentro y el canon de sus fusiles asomados por las ventanillas. Imagines insólitas, nunca antes vistas en Chile, al menos para mí, que a medida que los días transcurrían se hacían cada vez más cotidianos o normales, si así se pudiera calificar.

Con el otro borgoñino, a quien tampoco nunca más volví a ver, llegamos al Liceo donde encontramos a unos profesores de izquierda discutiendo la situación y haciendo sugerencias de irnos a nuestras casas. Cerca del portón principal del Liceo algunos estudiantes recorrían el dial de una radio a pilas queriendo escuchar noticias pero solo se escuchaba música militar y “bandos” (órdenes militares a la población civil). Contigo, Chuquito, y otros compañeros del FER, decidimos caminar hacia el Parque Bustamante. Se corría el rumor que nos juntaríamos en ese parque en donde las jerarquías estudiantiles informarían “el que hacer”. Las horas pasaban y la gente caminaba rápidamente alejándose cada vez más del centro de la ciudad. Los militares se apostaban en las esquinas y apuntaban sus fusiles de manera cada vez más amenazantes.

Cruzamos Diez de julio con Vicuña Mackenna que ya estaba cerrada al tránsito hacia el norte. Desde esa esquina se veían humaredas provenientes del centro mismo y se sentían disparos de armas gruesas y ametralladoras de alto calibre. El ambiente se ponía cada vez más tenso. Por la radio solo se escuchaban marchas militares y se oían órdenes de despejar las calles. Seguimos hacia el parque y en el cielo ya se veían los Hawker Hunters (aviones caza bombarderos ingleses de la Fuerza Aérea chilena) volando a altas velocidades. Algunos casi rozando los techos de los edificios y otros lanzándose en picada mientras disparaban sus cohetes hacia La Moneda.

Ya eran las once de la mañana y el bombardeo de La Moneda había comenzado.

La gente seguía caminando apuradamente casi corriendo fuera de la zona céntrica.

Tanto tu y otros estudiantes conversamos con otros compañeros del FER quienes recomendaban poner en práctica las medidas de seguridad básicas e irnos a nuestras casas de seguridad, los que las tuviéramos. Era claro que entraríamos a una situación de clandestinidad y de represión aun, en ese momento, no dimensionada.

La orden de los militares era que para las tres de la tarde las calles debían estar vacías. El toque de queda comenzaba en ese momento.

Ni tu ni yo teníamos donde irnos. Conversando con un compañero nos invito a su casa por Maratón frente al Estadio Nacional. Muchos otros estudiantes, sin tener donde ir, llegaron ahí también a quedarse hasta el jueves cuando se levantaría el toque de queda. Afuera se veían patrullas militares y de carabineros con casco y fusil de guerra. Ya más en la noche el dueño de casa saco’ una radio de onda corta y sintonizo’ radios argentinas y de otros países que hablaban del sangriento golpe de estado ocurrido en Chile. Se reporto’ el bombardeo a La Moneda y la muerte del Chicho, el arresto de ministros, el asesinato de trabajadores ocurridos en allanamientos de fábricas e industrias y la completa militarización del país.

Escuchando las radios extranjeras logramos dimensionar la inmensa derrota e histórico retroceso político al que en esos precisos momentos asistíamos como testigos.

El jueves salimos de nuestro refugio de a uno o dos en dirección a nuestras casas. Teníamos solo hasta las cinco de la tarde, hora en que nuevamente comenzaba a regir el toque de queda.

Con Chuco quedamos en no llamar la atención y de vestirnos con lo más tradicional y conservador de nuestras ropas, cortarnos el pelo y, para colmo, usar corbata.

Es así como comenzamos a funcionar dentro de la nueva situación de dictadura con su presencia militar en las esquinas, con sus vehículos militares llenos de soldados armados apuntando sus fusiles a la gente caminando por las calles cabizbajas y perplejas con tanta presencia militar. Fue una adaptación obligatoria e inmediata a algo insólito solo leído en los periódicos y visto en la tele como ocurrencias en países sin “historia democrática ni constitucional”.

Pensábamos que no debíamos sorprendernos ya que revisando nuestra historia muchos eventos de salvaje represión y matanzas habían ocurrido en nuestro país. Pero esta vez se veía una represión masiva, llena de allanamientos de poblaciones y el convertimiento de estadios deportivos públicos en campos de concentración. Los militares realizaban operaciones rastrillos allanando casa tras casa, sacando a hombres y jóvenes conduciéndolos a las canchas de futbol en las poblaciones desde donde se les llevaba arrestados o se les interrogaba “in situ” golpeándolos con culatazos o patadas para luego subirlos a los camiones militares y llevarlos a los estadios convertidos en campos de concentración o a los regimientos de donde muchos no salieron vivos.

Al tiempo regresamos a clases. Comenzó a percibirse un cambio radical en la conducta y vestimenta de la población estudiantil y académica del Liceo. Además había un orden absoluto. No se sentía el bullicio de las conversaciones en voz alta ni la efervescencia en el ambiente de solo unos días atrás. Los estudiantes de izquierda se evitaban unos a otros y mantenían distancia de sus conocidos de partido o frente estudiantil. Los de derecha mostraban una actitud triunfalista y quizás desafiante queriendo demostrar que ahora ellos estaban en el poder y que las cosas cambiarían. Algunos estudiantes no regresaron, tampoco algunos profesores.

Con Chuco nos veíamos solo para fijar puntos de contacto y evitábamos mantener conversaciones acerca de temas políticos o preguntar por otros compañeros y nos preocupábamos de nuestra propia seguridad y de no comprometer la de otros. Comenzamos a utilizar el dicho “no preguntes ni dejes que te pregunten”.

Chuco, como jefe o encargado de nuestro grupo, era estricto y exigía disciplina, sin embargo, de vez en cuando, bajaba la guardia y conversábamos mas como compañeros de escuela y nos contábamos cosas más personales o actuábamos como los jóvenes que éramos y bromeábamos o fantaseábamos respecto a lo que haríamos cuando derrocáramos a la dictadura y triunfara la revolución.

La tarea era construir comités de resistencia en el liceo, en la población o donde fuere, y de captar ayudistas para conseguir recursos de todo tipo fueran estos dinero, alojo para compañeros, papel, calcos y tinta para nuestros rudimentarios mimeógrafos, y tanto más para mejorar la precaria situación que muchos compañeros vivían producto de la represión. Teníamos nuestros puntos de contacto en casi todo Santiago. Creo comencé a conocer mucho mas la ciudad después del golpe. Nunca antes había tenido razón de ir a sectores de Santiago como La Reina o Ñuñoa o recorrer calles de San Miguel o Independencia cerca del cementerio; pero después del golpe se hizo necesario para juntarnos y conocer las nuevas o recibir algún “barretín” con algún análisis nuevo, un reporte de la SIPONA nuevo y transcribirlo o resumirlo con el propósito de hacerlo accesible a los compañeros de la resistencia. Debíamos hacer presencia MIR. Hacer saber que había un ente de resistencia contra la dictadura. Había que demostrarle a los milicos que a pesar de su presencia en cada esquina, que a pesar de tantos pacos parapetados en cada reten poblacional, que a pesar de los asesinados que aparecían flotando en las aguas del Mapocho o en las del canal San Carlos, que a pesar de los frecuentes allanamientos a casas y poblaciones, que a pesar de la asesina DINA que secuestraba, torturaba y asesinaba en falsos enfrentamientos a nuestros compañeros, esta no tenía todo controlado, y , que a pesar del sanguinario golpe y la brutal represión existente, no podía declararse triunfante y debía reconocer que si’ había un movimiento de resistencia organizado contra la dictadura y que si’ se luchaba día a día para derrocar a la junta fascista.

Durante los días finales del verano del ’74, Chuco me pidió buscar alojamiento para un compañero dirigente estudiantil cuya situación precisaba una casa de seguridad con urgencia. El, tanto como yo, la buscamos entre conocidos y familiares de confianza, pero el miedo, el terror impuesto por la represión, fue más fuerte y nada conseguimos. En un día en que el compañero no tenía donde ir, Chuco me pide llevarlo a mi casa. Así es como un día de marzo o abril del ’74 me junto con este compañero que para mi gran sorpresa era el “Chico Pedro” con sus mismos grandes lentes y esa cara de intelectual superdotado esperándome en el paradero de la micro 34/35 San Eugenio Recoleta en la población San Joaquín, justo frente al reten de Carabineros de la misma población.

En mi departamento con mis padres se la paso’ unos días este gran joven revolucionario dirigente del FER a quien yo admiraba por su clara y coherente oratoria en las reuniones del FER los días sábados en la mañana realizadas en ese simbólico edificio de calle Amunategui en Santiago centro. No recuerdo el nombre de la calle que cruza Amunategui pero estoy seguro que si nuevamente paso por ahí lo reconocería y volvería a sentir esa anticipación por oír los análisis de la situación política nacional de la voz de aquellos brillantes estudiantes como él y de otros feristas representantes de otros liceos.

Durante los días que el Chico Pedro (Mauricio Jórquera, prisionero político y uno de los 119 desaparecidos) pasó con mi familia conversamos acerca del incidente ocurrido en el ‘73 frente a la Casa Central de la Universidad de Chile cuando un gran número de estudiantes secundarios y universitarios marchábamos por la calzada sur de la Alameda en dirección Este, y un grupo de Patrias y Libertad marchaban por el otro lado en dirección hacia la Moneda, de repente se sienten disparos y frente a mi cae el Chico Pedro herido por una bala en el cuello. Rápidamente me acerque y vi’ que un chorro de sangre salía a borbotones de su cuello y tanto yo como otros atinamos a cubrirle la herida y otros a parar algún vehículo para transportarlo a la posta más cercana. Con Pepone (José Carrasco Tapia, periodista asesinado por la CNI ) y otros compañeros que ahí se encontraban lo levantamos y primero intentamos parar una citrola o simca cuyos ocupantes asustados aceleraron y no prestaron ayuda, posteriormente detuvimos otro vehículo al que nos subimos e indicamos al chofer que fuera a la posta central. No sé cómo me encontré en ese grupo de jerarcas del partido y del movimiento estudiantil pero ahí estaba y lo principal era ayudar al Chico Pedro.

Haciendo memoria del incidente, el compañero se mostraba agradecido de la rápida acción de los que ahí estuvimos y a modo de broma comento’ que si no hubiésemos estado ahí “no la contaba”.

Conversamos acerca de la naturaleza traicionera y terrorista de los militantes de Patria y Libertad y que quizás alguien de los que ahí marchaban en la acera norte de la Alameda, al otro lado de la construcción del metro, fue quien disparo’, y que después del golpe se convirtió en miembro de las fuerzas de seguridad de la dictadura, en torturador, y agente de la DINA. A pesar de la crítica situación que el Chico Pedro vivía en esos días, conservaba esa cara fresca, vibrante y optimista, pero con un dejo de profunda preocupación debajo de sus cuadrados lentes de intelectual que quizás era su característica facial que debió cambiar inmediatamente el día del golpe para no ser reconocido. Que pérdida más grande. Muchos años más tarde supe que su nombre estaba en la lista de los 119 desaparecidos de la Operación Colombo. Recuerdo que sentí una gran rabia y una profunda pena por su muerte.

El Chuco estaba entre aquellos jóvenes revolucionarios con el potencial de convertirse en un gran líder, con una gran personalidad, lleno de un inmenso optimismo, y con el carisma y vitalidad de aquellos que todo lo entregan por la revolución.

A las finales no derrocamos a la dictadura ni hicimos la revolución y en la heroica lucha de resistencia Chuco perdió su vida siendo asesinado por agentes de la dictadura. Para mí y para muchos otros compañeros, él, es uno de nuestros héroes caídos en esa lucha de resistencia. Una lucha que para nosotros, los que sobrevivimos, en ese momento histórico, no era armada. Nuestra lucha consistía en la creación de comités de resistencia, en hacer propaganda, en crear conciencia, en hacer presencia, en mantener la comunicación y el flujo de documentación y, más que todo, en la sobrevivencia. Era una lucha totalmente desigual.

La junta militar se había tomado el estado y todas sus entidades a la fuerza. Utilizo’ a todas las fuerzas armadas para hacer un sanguinario “borrón y cuenta nueva”. Una especie de refundación del capitalismo. Ocupo’ a las fuerzas armadas y a la policía uniformada para llevar a cabo una represión colectiva y creo’ su temida y criminal DINA (Dirección de Inteligencia Nacional) para destruir metódicamente a todas las fuerzas de la izquierda organizada y para eliminar cualquier manifestación de oposición.

Y es así, que después de 39 anos de tu asesinato, Chuquito, nuevamente recorro el pasado para rescatar tu persona y hablar de tu juventud llena de un profundo idealismo y de lucha por un mundo mejor. La derecha chilena y el imperialismo norteamericano a través de la odiosa dictadura militar te hicieron corta la vida.

Aprovecho esta ocasión para agradecer a mi amigo Alejandro quien hace muchos años atrás, en una de mis visitas a Chile, tuvo la sensibilidad de percatarse de mi necesidad de visitar tu lugar de entierro en el Cementerio General para yo tener acceso a un sitio físico-palpable donde depositar mi pena y mis lagrimas por tu muerte y a la vez poner fin a la angustia e incertidumbre del no saber.

Por Carlos P. Barrera

El contenido vertido en esta Carta al director es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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