Diario y Radio Universidad Chile

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El Golpe del hombre sobre el hombre

Columna de opinión por Luis Schwaner
Domingo 9 de noviembre 2014 10:28 hrs.


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Hay noticias que a los periodistas nos conmueven hasta lo más hondo. El viernes logré controlar esa emoción para entregar a través de Radio Universidad de Chile la terrible noticia que pocos querían asumir: el Procurador (Fiscal) General de México, Jesús Murillo, un fogueado político priista, muy cercano al presidente Peña Nieto, informó a la prensa nacional e internacional que los sicarios que participaron en el asesinato y cremación de los 43 estudiantes normalistas de Iguala habían confesado su terrible crimen.

De esa forma el gobierno mexicano enfrentaba el requerimiento de la comunidad internacional, donde ronda algo más que una sospecha sobre la ya larga concomitancia entre actores del Estado mexicano y las bandas armadas que asolan al país de la mano del narcoimperio que allí -como en varios otros países del continente- ha instalado sus poderosas redes. De modo que, aduciendo el argumento de la transparencia en la investigación del siniestro caso, el Procurador General (ex gobernador del estado de Hidalgo y ex subsecretario de Seguridad Pública de la Secretaría de Gobernación), entregó detalles horribles, apoyado por vistas del lugar donde ocurrieron los hechos, así como de videos con las confesiones de los malditos, que narraban lo sucedido como si de una historia trivial se tratase.

Primero, los policías municipales de Iguala, (Estado de Guerrero), hicieron bajar de dos autobuses a los estudiantes, a punta de disparos. En ese lugar ya murieron tres estudiantes, baleados. Aparentemente a partir de ese punto, los policías se coordinan con los sicarios de la banda de “Los Guerreros”, a quienes entregan a los 40 normalistas restantes. Los muchachos fueron obligaron a subir a la parte posterior de dos camionetas, debiendo echarse unos sobre otros, apilados, antes de conducirlos hasta el vertedero municipal de Cocula. Ya durante el trayecto, cinco de los estudiantes, los que iban debajo de sus compañeros, murieron asfixiados por falta de aire. A los 25 restantes los hicieron descender con las manos en la nuca y, ya en el suelo, les descerrajaron uno o dos tiros en la nuca. Cuando todos estuvieron muertos, tiraron sus cadáveres dentro de la fosa del vertedero, les regaron bencina y encendieron fuego. Y p borrar todo rastro de lo ocurrido, los hechores hicieron arder esa hoguera durante 14 horas, arrojándole cuanto material inflamable encontraron a mano: maderos, bidones plásticos, petróleo, etc… Al día siguiente, el delincuente que ordenaba fríamente mandó a los mismos sicarios a retornar al sitio del suceso. La instrucción fue precisa: debían triturar (moler) los restos calcinados de los muchachos. Concluida la macabra faena, colocaron lo que quedó en sacos plásticos de basura y arrojaron éstos al cercano río San Juan. Los investigadores que han llegado en los últimos días al lugar, sólo han logrado encontrar pequeños fragmentos óseos, una que otra pieza dental… y tierra calcinada.

Murillo fue enfático en afirmar que mientras no se realicen las pericias finales que determinen la identidad de las personas a las que corresponden los mínimos restos hallados (se enviarán muestras al Instituto especializado en estas materias de Innsbruk, Austria), la Procuraduría seguirá considerando a los estudiantes “como desaparecidos”. Los padres de los 43 muchachos ya rechazaron la postura del ejecutivo, afirmando que la camarilla gobernante del PRI y el presidente Peña Nieto intentan así poner paños fríos a la situación interna, ante una opinión pública que crecientemente viene culpando de lo sucedido al Estado y a su cabeza visible… el gobierno. Sector en el que, como vemos día a día, existe un enorme clamor popular para no dejarse engañar esta vez.

No obstante, a quienes formamos parte de la generación de chilenos que vivimos procesos igualmente horrendos en nuestro país por el actuar inhumano de los militares y sus sicarios durante la dictadura de Pinochet, la noticia que llega desde México nos remueve, obviamente, muchas cosas.

En la memoria de los que creemos firmemente que “nunca más” debe repetirse la miseria y la crueldad de los poderosos sobre los débiles, las escenas del vertedero de Cocula entregadas al mundo por el Estado mexicano gatillaron otras imágenes de espanto: aquellas de los tristemente célebres “Hornos de Lonquén”, de la operación “Retiro de Televisores”, de los muertos escondidos en las cuevas de la Cuesta Barriga o aquellos que fueron arrojados al interior de los volcanes desde helicópteros castrenses, entre tantas otras.

Antes, en el mundo de la guerra fría, la escabrosa connivencia entre los intereses de Washington y el ferviente anticomunismo de las elites causó el odio armado de los agentes del Estado contra seres humanos inermes, provocando dolor y muerte. Ahora, es la corrupción la que está propagando la maldad humana como una metástasis que se propaga lenta pero inexorablemente, terminando por hacer inviables a los Estados donde ha sentado reales.

¿Hasta cuándo…? ¿Hasta dónde?…

¿O será posible que la insanía de lo que llamaba Neruda “el golpe del hombre sobre el hombre” jamás acabe sobre la faz de la Tierra?

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.