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Luis Sepúlveda: “Tengo claro que primero soy ciudadano y después soy escritor”

El narrador conversó en extenso con Radio Universidad de Chile sobre su nuevo libro, su carrera en Europa, su compromiso político, la Feria del Libro de Santiago y las políticas culturales en nuestro país, entre otros temas.

Diario Uchile

  Domingo 9 de noviembre 2014 10:47 hrs. 
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Escucha acá la entrevista completa a Luis Sepúlveda.

El escritor Luis Sepúlveda, de paso por Santiago para participar de la Feria Internacional del Libro y otras actividades, conversó con el periodista Juan Pablo Cárdenas en una nueva edición del Especial de Prensa de Radio Universidad de Chile.

El exilio en Europa, el éxito de sus libros, su compromiso político, la crisis en Europa y el estado de la cultura en Chile fueron algunos de los temas que abordó el narrador durante la conversación, de la cual reproducimos un extracto en este artículo.

Al momento del golpe militar fuiste detenido, partiste al exilio, en Alemania nos conocimos y luego emigraste a España, a Gijón, donde aún permaneces. ¿Por qué no te has venido a Chile?

El regreso a Chile ha sido lento y meditado. Primero, tanto mi compañera, Carmen Yáñez, que es una gran poeta, como yo, lo pasamos mal y hay cuentas pendientes con el país, cuentas que no significan que necesitamos alguna reparación o algo así, sino los amigos que nos faltan. Cuando te preguntan cómo fue la salida al exilio, lo único que puedes responder es que nos cortaron abruptamente -en nuestro caso- la juventud, porque éramos muy jóvenes cuando nos obligaron a salir. De pronto llegó la posibilidad de volver a un país donde te juntabas con un amigo que iba a tener un hijo seguramente en octubre del 73, al que no conoció porque lo mataron, o tenías una amiga que se iba a casar en noviembre del 73 y el novio se quedó solo porque a ella la desaparecieron después de matarla en la Villa Grimaldi. Esto se multiplica por tanta gente que nos falta, que queda una gran deuda y en muchos casos no sabemos ni siquiera si hay alguna sepultura donde esté su nombre, para visitarla, llevar una flor roja y decirle pasó el tiempo, te seguimos queriendo y aquí estamos de nuevo. A eso se sumaba que el exilio se acabó cuando a Chile retorna una convivencia democrática, es posible volver sin que tu vida esté en peligro y lo otro es permanecer de manera voluntaria. Para mí, la palabra exilio tiene una connotación muy seria y rigurosa y en este momento la reservo a las personas que realmente tienen motivos para pedir asilo político, para vivir en el exilio. La mayoría de ellos, en este momento, son africanos.

En el exilio también se va estableciendo un universo emocional. Fundas o aumentas tu familia y no puedes desarraigar a tus hijos, no puedes condenarlos al mismo desarraigo que sentiste cuando tuviste que salir. En nuestro caso, solo un hijo nació en Chile, pero se fue muy niño a Suecia y el resto nacieron entre Suecia y Alemania. Su cultura es la europea, las lenguas en las que se expresan más íntimamente son escandinavas o el alemán y el inglés, entonces era muy difícil planear un regreso a Chile mientras ellos no alcanzaran la plenitud de adultos y pudieran decidir.

Esa es la palabra clave, porque el exilio comienza y termina, pero el desarraigo no tiene término. Hay mucha gente que ha vuelto a Chile, pero se mantiene desarraigada y vive más en gueto todavía que en el exilio.

Exactamente, en muchos casos ha sido así. Hay gente para la que el exilio fue particularmente duro, sobre todo la que tenía una formación escolar menor, que fue incapaz de aprender una lengua en la que desenvolverse, porque si eras pobre y nunca habías tenido oportunidad de aprender gramática del castellano, no ibas a aprender francés o alemán. Luego, hay una incapacidad para explicarse las razones del exilio, que pasaba a ser una especie de signo de fatalidad, de castigo, nunca se trabajó aquello. Cuando regresaron a Chile, que cambió mucho, se encontraron con que habían perdido dos cosas: el país real del exilio y el país de la memoria que habían dejado atrás, porque ya no existía. Incluso el rumbo de las calles había cambiado. Las viejas picadas ya no estaban, el viejo cine se convirtió en una iglesia evangélica, y ahí vienen desarraigos que son muy fuertes.

Puede ser un poco feo decirlo, pero de permanecer en Chile, probablemente no habrías tenido los horizontes que te abrió vivir en Europa. ¿Le debes el triunfo de tu carrera literaria a Europa?

Parte de eso hay, es evidente. Cuando logré establecerme en Alemania, con los conocimientos fundamentales de la lengua para desenvolverme con facilidad, empecé a sentirme seguro. Una de las situaciones más emocionantes que viví fue cuando me llamaron para que postulara a una beca en Hamburgo y pensé que era un error, que era para alemanes, y fui al ayuntamiento a decir que había un error, porque yo era chileno. La respuesta fue “nosotros lo sabemos, pero usted es un escritor que vive en esta ciudad y queremos que se sienta bienvenido”. Jamás, en Chile, ibas a pensar en una ayuda así. Presenté un proyecto de un libro de cuentos y me dieron une beca de creación literaria de la ciudad, que te permitía pagar el arriendo durante un año, era una ayuda enorme. A partir de eso, tuve llamados a colaborar en prensa, en diversos medios en Alemania, y a cimentar una carrera literaria teniendo eso tan importante que es la olla y el techo seguro. Evidentemente, en Chile hubiera sido mucho más difícil y no dejo de agradecer esa generosidad que había en ese momento en Alemania, donde vivían lo mejor del Estado de Bienestar, podían permitirse el lujo de una extrema generosidad. De hecho, es una sociedad muy solidaria y fueron particularmente solidarios con los chilenos.

No niego que yo también puse mi grano de arena, porque soy el inventor de las historias que escribí, pero la proximidad de Europa me permitió tener mayor contacto con las editoriales, con los periódicos, con los medios literarios, que si hubiese vivido al otro lado del mar y además bajo una dictadura horrible.

Luego te vas a París y terminas en Gijón, ¿por qué ahí, que puede parecer tan distante para nosotros?

Yo me casé en Chile muy joven, con mi compañera tuvimos un hijo y nos separamos a los tres años de casados, luego de haber tenido un romance, un pololeo de seis años. Nos separamos por esas cosas que eran tan propias de nuestra generación y que se llamaban profundas divergencias ideológicas, que eran irreconciliables. Quedó una amistad muy fuerte, un sentimiento filial muy fuerte, y además el hecho de haber compartido tiempos muy duros después del golpe. Cada uno rehízo su vida, yo me volví a separar en Alemania y me fui a Francia, en una especie de trienio sabático que me di a mí mismo, para ordenarme y saber qué diablos hacer. Eso coincidió con que mi compañera también se había divorciado de su segunda pareja y decidimos empezar de nuevo, pero en un país de nuestra lengua. Yo conocía Gijón, en el norte de España, en Asturias, había ido el año 81 y me gustaba. No era un lugar particularmente turístico, no hay sol como en el Mediterráneo, llueve muchísimo, como en el sur de Chile, pero la gente tenía algo que me encantaba: muy directa, orgullosa de su tradición de clase, no hay trabajador más orgulloso de su oficio y cultura que los mineros del carbón y los constructores navales. Lentamente me fui acercando, iba cada año, hasta que llegó el momento en que le dije a mi compañero que viéramos si le gustaba, fuimos y le gustó justamente por la forma de ser de la gente. La idea era vivir un par de años y tal vez pensar en un regreso lento a Chile.

Siempre destaco que, más allá de volcarte a la ficción, eres un narrador de crónicas y un columnista muy comprometido. ¿Tienes un plan de escritor o escribes lo que se te antoja, el estilo que necesitas adoptar?

Siempre estoy tirando líneas, siempre hay cosas que me llaman la atención, tengo mi libretita de apuntes y anoto: hoy 7 de noviembre de 2014, viniendo a la esquina de Miguel Claro con Eliodoro Yáñez, vi tal cosa que me llamó la atención y no quiero olvidar. Es posible que eso se transforme en una historia.

Luego, siempre trabajo en muchas cosas simultáneamente, porque hay muchas ideas, pero llega un momento en que una se impone, se transforma en una obsesión y te dedicas simplemente a esa. Creo mucho en la libertad del proceso literario, jamás me he puesto como meta que esta será una novela contada de esta manera, sino que me gusta que, durante el proceso de escritura, la propia historia me dicte las reglas, me diga quiero ser contada así, quiero que me cuentes así. Hasta ahora, esa especie de escritura intuitiva me ha resultado, porque veo que incluso los lectores agradecen esa demostración de libertad.

¿Discutes tus libros con alguien?

Si las discuto con alguien es conmigo mismo o con mi gato. Estoy muy triste, porque se murió el gato, el camarada Esteban, que me acompañó en varios libros. Me gusta leer lo que he escrito en voz alta y lo grabo, esa es mi última gran corrección. Cuando siento que un libro está listo, lo escucho y me doy cuenta de los grandes errores que hay, que una palabra no va bien con otra musicalmente, que eso provoca una atonía que molesta a la lectura. La oralidad no falla, es el primer recurso que tenemos.

Siempre he destacado tu compromiso político e incluso siempre aportas con ideas para esta izquierda que, a veces se dice, no tiene ideas. Te involucras con los Derechos Humanos, la defensa del medio ambiente, la redención de los pobres. ¿Hay alguna evolución o involución en ti?

Por fortuna, creo que involución no, porque me he cuidado de ser muy riguroso y me debo a mucha gente. Mis hijos no me perdonarían que me transformara en un miserable solo para tener un cargo ministerial en algún lado, no podría mirarlos a ellos. No me arrepiento ni de un segundo de lo que hice. Evidentemente, si pudiera regresar a 1970, con la sagacidad y experiencia que he adquirido, algunas cosas las haría de manera diferente, sería menos dogmático y sectario, pero de lo fundamental de lo que intentamos, que fue transformar este país para bien, hacerlo más justo, más solidario, más digno, no hay lugar para arrepentirse de eso.

Por todo eso, por ese acervo y herencia, sigo participando en todo lo que me interesa, porque tengo muy claro que primero soy ciudadano y después soy escritor. Solamente me puedo sentar a escribir cuando he cumplido con los deberes fundamentales del ciudadano, que son participar y decir no cuando hay que decir no y apoyar cuando hay que apoyar. Me encantaría apoyar más, votar a favor de algo alguna vez.

Volvamos a la cultura. Estuviste en la Feria del Libro, ¿cómo ves lo que se hace en cultura? Por ejemplo, respecto del fomento del libro y la lectura, seguimos con el IVA al libro, sin políticas consistentes y con bajos niveles de lectura.

El caso de Chile es muy preocupante y no es nada nuevo, se arrastra desde la dictadura, no ha cambiado nada sustancialmente. Es odiosa la aplicación de ese IVA altísimo que tiene la cultura en este país. Ha habido algunas ideas, pero -sin querer ofender a nadie- ha habido mucho diletantismo, más que ideas, ocurrencias. Abro una maleta, la lleno de libros sin preocuparme de los contenidos y la distribuyo por ahí, pero después no sigo. No sé qué diablos pasó con el famoso maletín y los libros que se metieron dentro, por ejemplo. Falta incentivar el acercamiento, sobre todo de los jóvenes, a la lectura. Eso se logra, si no eliminando el IVA, por lo menos aplicando un IVA preferencial a los productos culturales: teatro, cine, música, museos. Y generando espacios atractivos para que la gente se acerque al libro, que son las bibliotecas populares. Este es el país que tiene menos bibliotecas y las menos consultadas, porque nunca se ponen al día, nunca tienen la novedad, nunca tienen lo que la gente busca para leer.

Si pienso en la Feria, es simpática, pequeña y modesta, pero dividida de una manera que es odiosamente clasista. Al comienzo, en el espacio techado, están las editoriales que tienen dinero, las grandes transnacionales. Luego, en un espacio de atrás, lamentable y estéticamente atroz, están las editoriales independientes y las que realmente presentan cosas interesantes, a las cuales habría que dedicar toda la atención y privilegiar. Los encargados de la cultura del país no tienen por qué privilegiar y apoyar la difusión de los libros de Planeta y lo digo aunque yo esté en una editorial que pertenece a ese grupo. Su misión es apoyar a los editores independientes del país y no tenerlos metidos en ese espacio. Es como Vitacura y una población callampa.

Y luego, en la feria se siente un criterio: o consumes o te vas. Hay una ausencia de espacios para juntarte a dialogar. Ese es el objetivo de las ferias, no solo vender libros, pero la convirtieron en un espacio donde no tienes dónde estar. Y si vas a un lugar y te sientas, o consumes o liberas la mesa, así de simple. Tal como los argentinos pueden hablar con mucho orgullo de la feria de Buenos Aires, o los mexicanos de Guadalajara, en Chile se tendría que hablar de la feria con un orgullo similar. Esas ferias son puntos de encuentro cultural riquísimos, a partir de lo que pasa en esos días se determinan muchas cosas del quehacer cultural del año. La Feria de Santiago no puede ser simplemente un bonito mercado persa de libros, eso no es una Feria Internacional del Libro.

Sé que no te gusta, pero un poco de vanidoteca: ¿cuál es el balance en general de tu carrera? ¿En qué radica tu éxito?

Siempre estuve convencido de que no hay publicidad que garantice que tu libro va a tener aceptación por parte de los lectores. Lo único que ha funcionado, en mi caso, es el boca a boca: leí esto, me gustó, léelo. Me llena de orgullo ver que hay novelas mías que tienen 25 años publicadas y siempre tienen nuevos lectores. La historia del viejo que leía novelas de amor, Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar, Patagonia express, Historias marginales, tienen varias generaciones de lectores y siguen saliendo nuevas ediciones. Me da una satisfacción muy grande cuando me llega un paquete de libros a mi casa, por ejemplo, de la editorial Tusquets, y veo que la primera edición es de marzo de 1992 y ya va en 107 ediciones. Pero como no soy un vanidoso, no me subo arriba del ropero a hacer de mí un monumento.

Viene una recuperación de lo que publiqué en otras editoriales, que lo hará Tusquets, y los libros nuevos. La idea es uno nuevo y uno antiguo, uno nuevo y uno antiguo. Lo último que publiqué, que aparecerá el próximo año acá, es un libro para todo lector que se llama Historia de un caracol que descubrió la importancia de la lentitud, una fábula que habla de que es fundamental detenerse a pensar antes de dar el próximo paso. Que aunque vayas lentamente al abismo, te vas a caer igual, entonces mejor detenerse un poco a pensar. Ese libró apareció en Italia, Francia, Alemania, Grecia y Portugal y me asombró eso de cuando un libro está en concordancia con el espíritu de la época, cuando era necesario detenerse a pensar. No me gusta hablar de eso, pero por ejemplo, en Italia había más de 500 mil ejemplares vendidos en seis meses, situación que se repetía proporcionalmente en los demás países, y la crítica dijo unánimemente que es una gran novela.

Ha habido un enganche con mis lectores siempre, por una razón que tengo muy clara, que siempre digo sin el menor asomo de pudor. Toda la gente que me conoce, mis lectores, saben que soy un hombre de izquierda. Jamás lo he ocultado, sino que lo exhibo con orgullo, y tengo muy claro que el 99,9 por ciento de mis lectores son gente de izquierda. O sea, me siento menos solo al tener tantos lectores con los que compartimos puntos de vista éticos y está claro que escribo para ellos, no tengo por qué ocultarlo.

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