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Cine y escuela en primera persona

Las posibilidades educativas del cine son muchas. Recientemente el Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile realizó el primer Seminario de Cine y Escuela donde se dieron a conocer experiencias internacionales en este sentido. Durante los últimos días tuve la oportunidad de llevar cine a escuelas rurales de la región de Aysén y el aprendizaje fue potente, para ambas partes.

Antonella Estévez

  Domingo 16 de noviembre 2014 11:28 hrs. 
Puerto Tranquilo (68)

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A los que vivimos en Santiago a veces se nos olvida la diversidad de realidad con las que conviven los chilenos de regiones. El acceso a espacios para nosotros cotidianos resulta en otras localidades una rareza, mientras que la experiencia de vida es en otros sentidos tan distinta y rica. Entre lunes 10 y el viernes 14 de este mes tuve la oportunidad de conocer otras maneras de habitar y hacer escuela. En conjunto con el Consejo de la Cultura Regional y un equipo de profesionales preparamos una itinerancia de cine infantil para visitar colegios rurales de la XI región.

La posibilidad me entusiasmó porque me permitía reunir dos áreas que me preocupan especialmente: trabajar sobre las posibilidades educativas del cine y la formación de audiencias. Preparamos entonces un material enfocado en niños de pre escolar y primero y segundo básico a base de dos cortometrajes –uno de ellos hecho en Valparaíso por la productora Árbol Naranja- y dos videos explicativos de como se hace la animación digital y en stop motion. Armamos una presentación que permitiera a los niños reconocer ciertas habilidades y valores en los personajes, y preparamos material para que los profesores pudiesen trabajar ciertos objetivos educativos específicos según cada nivel.

La experiencia fue muy enriquecedora. Partiendo por el paisaje y las distancias. El colegio más cercano a la capital regional -Coihaique- quedaba a una hora, el más lejano, a cinco. Recorrer la carretera Austral y los caminos internos de Aysen rodeados por nevadas montañas y los más bellos y verdes paisajes ya es en sí un regalo. Luego llegar a las escuelas es descubrir que para muchos conciudadanos las discusiones sobre la reforma educacional, el lucro, los privados y el copago resulta extremadamente ajeno a su realidad. Visité sólo escuelas públicas, que es la única escuela que existe en estos lugares. Son colegios pequeños y mixtos. El más grande de ellos –en Puerto Chacabuco- de alrededor de 120 alumnos; en Puerto Guadal eran alrededor de cien y en Villa Amengual, Puerto Tranquilo y Villa Ortega el total de alumnos entre pre básica y básica no superaba los cuarenta. Esto, por supuesto, re define la manera de habitar la escuela y las relaciones entre directivos, profesores y alumnos.

Seguramente no estoy diciendo nada demasiado revelador. Desde la capital sabemos que en la complejidad geográfica de nuestro país existen diversidad de experiencias de vida y educativas, pero es otra cosa enfrentarse a ellas y reconocer que tenemos tanto que aprender de estas otras maneras de ser y hacer. Por otro lado, es duro saber que muchos de estos niños tendrán que moverse y abandonar a sus familias para estudiar su enseñanza media. En la mayoría de los casos se irán a ciudades más grandes, ciudades que para muchos de sus padres son desconocidas, ya que no han salido jamás de la localidad.

Por otra parte también se nos olvida que en toda esta región sólo hay un cine. Y está en Coihaique. Allí mismo hicimos una función para más de 300 niños de jardines infantiles de la ciudad que pudieron, la mayoría de ellos por primera vez, ver películas en pantalla grande. Ese tipo de experiencia es desconocida para el resto de los niños de la región. Porque aunque nuestra itinerancia consistía en llevar cine a los colegios, lo que llevé realmente fueron películas, el lenguaje cinematográfico, pero la experiencia misma de la sala, la oscuridad y la pantalla es algo aún difícil de alcanzar para los habitantes de regiones que no viven en las grandes ciudades.

Aún estoy en proceso de descifrar todo lo que me enseñó esta experiencia tanto como académica, como comunicadora y difusora del cine. Creo que nuestro país nos ofrece tanto para contar y conectar. El cine nos da la oportunidad de hacer algunas de esas conexiones y con algo de esfuerzo y conciencia de esta diversidad tanto de los creadores, como de los mediadores y la audiencia el cine puede ser herramienta para descubrirnos, pensarnos y aprender de nosotros y otros, y hacernos personas más complejas y ricas.

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