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Año XVI, 29 de marzo de 2024


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Comentario de cine:

El Hijo Pródigo: No dejar ir el objeto

Sólo hasta el martes 9 de diciembre y en Sala Radicales se puede ver este largometraje del joven realizador Carlos Araya. Una reflexión cuidadosamente filmada sobre qué pasa cuando el vacío emocional es llenado con objetos hasta más allá de los límites.

Antonella Estévez

  Sábado 6 de diciembre 2014 16:39 hrs. 
El Hijo Pródigo

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Esta película es la obra de egreso de un grupo de estudiantes de la Universidad Arcis y su factura es notable. El trabajo de fotografía, de puesta en cámara, de arte y postproducción de imagen es digno de aplaudir. En esta película hay, desde el principio, una fijación con los objetos. Una detención en ellos que recuerda, en momentos, la reconocida obra de la dupla Perut-Osnovikoff (“Noticias”, “La muerte de Pinochet”).

La representación de los objetos no es menor para el relato, ya que el filme se centra en la decadencia de un padre doctor que –ante la huida de casa de su hijo menor- se entrega al síndrome de Diógenes y a la acumulación de todo tipo de cosas, hasta transformar su propia casa en un basural y abandonar su propio cuerpo a la suciedad que va formando alrededor de él. Así pasamos – en la primera parte del filme y en el contexto de la consulta médica- a la observación detallada y cercenada del cuerpo humano, sus texturas, formas y deformaciones; y posteriormente a la de objetos que van perdiendo su sentido al acoplarse en desorden a muchos otros.

El joven director Carlos Araya dijo a Emol “El tema del síndrome de Diógenes me ha tenido obsesionado mucho tiempo (…) De alguna manera yo me sentía como creador con síndrome de Diógenes, como recolector de materiales que se van acumulando en el guión” y efectivamente es por ahí que la película encuentra su debilidad, aunque más que por exceso de elementos en el guión- de hecho hay varios que hacen falta para poder comprender mejor la historia- lo que hay es una sobre abundancia de imágenes, una demasía en la longitud y reiteración de algunas escenas que lo que hace es poner a prueba la paciencia del espectador. Porque aunque parezca que esta desproporción es coherente con la temática de la película, lo que logra es distanciar al que mira que ya no sólo se siente ajeno a los objetos, sino también a los personajes.

Como ejercicio estético “El Hijo Prodigo” tiene muchos méritos, valorable también es el trabajo actoral de su protagonista, el actor Maurico Pitta Lao, y el registro cinematográfico de la decadencia física y moral ante la pérdida y el dolor. La duda es si era absolutamente necesario expresar todo esto en setenta minutos.

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