Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 20 de abril de 2024


Escritorio

Sobre la voz humana

Columna de opinión por Antonia García C.
Miércoles 24 de diciembre 2014 9:38 hrs.


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Carlos Semorile, escritor argentino, dedicó hace poco uno de sus textos a un tema que no logra instalarse como cuestión a debatir y que sin embargo nos dice a diario quiénes somos, quiénes queremos ser y todo cuanto se juega en la manera en que expresamos nuestras aspiraciones. “El tono”. Ese es el nombre del texto que reflexiona no sólo sobre lo que nos cuentan por radio y por televisión sino también sobre la manera. Como si en el sonido mismo, más allá de contenidos explícitos –por ejemplo, en ciertas telenovelas argentinas– se estuviera vehiculando un mensaje subliminal que fomenta la infantilización y el empobrecimiento de las audiencias.

Cito: “antes de que lleguen las palabras de ofensa o agravio, ya existe un tono perturbado. Un tono sobreexcitado, un tono irascible que ningún duelista en sus cabales usaría para desafiar a su oponente”. Pero también: “la música que escuchamos, por obra y gracia de la componenda entre el mercado y las grandes casas disqueras, nos machaca con un único tono, monocorde y sin matices, que se termina constituyendo en el modelo a imitar”.

Lo que sigue no contradice el texto de Semorile, lo toma en cuenta y le agrega un “a pesar”. Son dos anécdotas que a lo mejor revelan la existencia de huecos por donde no ha pasado la aplanadora mercantil que intenta arrasar con todo. Incluso con la manera que tiene la gente de decirse las cosas más simples. Sus modismos. “Gusto en saludarla”, suele decirme un imprentero chileno que vive a tres cuadras de mi casa en Buenos Aires. No es nada y es mucho. Porque nadie habla así en esta ciudad que tiene otras formas para expresar su cordialidad.

Primera anécdota. Sucedió que hace unos días me encontraba trabajando en un texto eminentemente chileno y después de haber pasado varias horas recorriendo mi país a la distancia, decidí descansar y se me ocurrió, cosa bastante inusual, prender la televisión. Por esas casualidades que a veces a uno lo dejan perplejo, apareció el rostro de Patricio Guzmán entrevistado por Ana Cacopardo, en el programa Historias Debidas que, desde hace varios años, difunde Canal Encuentro. Nunca mejor dicho. Porque eso es lo que estaba sucediendo: un encuentro entre el documentalista chileno y la periodista argentina. Me dio alegría, lo confieso, que la televisión argentina me permitiera seguir viajando por Chile a través del relato de Guzmán, del tono, precisamente, que empleaba para referirse a “Nostalgia de la luz” y a tantas otras cosas, a sus aspiraciones, a sus creencias, a sus dificultades, al agradecimiento que expresó al final por ese espacio que se le daba a un documentalista, algo que sucede poco, según sus dichos. Y había en ese encuentro, en esas palabras, en las miradas también, una pequeña pero rotunda victoria –me parece a mí– que es la de Ana Cacopardo en particular y la de Canal Encuentro en general, al no ceder todos los espacios a otros canales y/o medios en los que sucede aquello que Carlos Semorile señala en su texto.

Segunda anécdota. Pero, primero, una pregunta, ¿existe algo así como la memoria sonora? Todo indica que sí. Como también existe la identidad sonora y un patrimonio sonoro. Si examino mi propia memoria sonora, encuentro que entre las muchas maneras que tengo de definir una identidad hay una que se impone: soy tanguera. Me gustan los tangos. Crecí con ellos. No es que los conozco: los reconozco. Se parecen a mi barrio y se parecen a la gente que quiero. Que ese barrio sea santiaguino es un dato a lo mejor extraño pero no tanto. La presencia del tango en Santiago como también en Valparaíso tiene una historia. No se podría hablar en este caso de dominación o de imposición. Pero sí de afinidades y de vínculos culturales entre nuestros países. Hubo un tiempo en que las orquestas típicas iban a Santiago. Había un público. No solamente un gusto: una emoción. Santiago inspiró a Discépolo un tango sumamente bello (Carillón de la Merced). En mi casa se escuchaban tangos. Se siguen escuchando, acá y allá, y los quehaceres diarios se hacen con ese trasfondo musical. Pero a la inversa, uno asiste a veces, en Buenos Aires, a momentos sonoros, no sé cómo decirlo, conmovedores. Recuerdo que hace poco, acá, desde una casa cualquiera, se escuchó a todo volumen la voz inconfundible de Victor Jara cantando El Arado.

Bien, la segunda anécdota pasó ayer, en mi casa. Venía desde el patio y al entrar a la cocina me pareció escuchar a Gardel. Presté atención para tratar de identificar de dónde provenía la música. La radio estaba apagada. No era la radio. Me fui a otra pieza para ver si estaba prendido el equipo. Tampoco. Consulté con los presentes: ¿alguien estaba escuchando a Gardel? Nadie. Presté un poco más de atención porque podía ser que la música viniera de afuera, hacía calor, todas las ventanas estaban abiertas… Entonces escuché… Pero no la música… Los vecinos. Dos vecinos que, en la vereda, estaban trabajando y mientras trabajaban en la reparación de un viejo auto, hablaban de esto y lo otro. Ruidos de herramientas, murmullos de la calle, voces humanas y una cosita más: el tono. Todo un coro callejero que sonaba como la voz de Gardel.

Quiero creer que en todas las ciudades, sin manifiesto de por medio, existe algo que persiste, algo que no puede ser arrasado, algo que morirá peleando con conciencia o sin conciencia de lo dura que fue la lucha. Y es que, a pesar de los pesares, resulta reconfortante que los artistas populares, sea cual sea el rubro en el que elaboran su trabajo, se parezcan a sus calles, a sus caminos, a sus paisajes, a la gente que los recorre. Que algunos se queden con las bocinas, con los estruendos, es una posibilidad. Pero hay otras. Por ejemplo, la de atender el momento preciso en que una persona le pide a otra persona que le pase una pinza, una herramienta. La inconfundible voz humana que no es sólo grito, que también añora y trabaja. Y que así, trabajando, a veces canta.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.