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Los pavos reales de la política chilena


Miércoles 1 de abril 2015 10:24 hrs.


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Don Luis Barros Borgoño, el candidato de la derecha contra Arturo Alessandri Palma – en 1920 se presentaba como de izquierda – no tenía nada de pechoño, pues había sido educado por el historiador Diego Barros Arana, uno de los más violentos “come curas” que han pasado por la historia, sin embargo, cuando estuvo escondido, huyendo de los rigores de la llamada dictadura de Balmaceda recitaba de memoria, juntos con los curas benefactores, el breviario diario, que debían rezar diariamente. Así era Chile de esa época: los conservadores iban a misa en la mañana y, los liberales, en la tarde. El candidato Barros Borgoño era mucho menos reaccionario de lo que parecía, pero sí sobresalía como un verdadero pavo real, tal cual lo describe Carlos Vicuña Fuentes en su libro La tiranía en Chile.

En Chile, actualmente, especialmente en el senado, hay una proliferación de pavos reales, una cáfila de “ancianos venerables (?), bastante reaccionario, que dictaminan sobre lo divino y humano – debiéramos ignorarlos si no tuvieran tanto poder para detener las reformas que el país requiere con urgencia -.

Con Ricardo Lagos Escobar ocurre algo similar, pero a la inversa a lo ocurrido con Barros Borgoño en el sentido de que cuando era candidato presidencial, (1999), se mostraba como el líder de la izquierda – su lema, “Crecimiento con Equidad” – y, cuando gobernó fue considerado el más derechista de los Presidentes de la Concertación y, hasta ahora, los empresarios lo idolatran, incluso, si pudieran, lo canonizarían como su “San Expedito”. Quién puede dudar de que si decidiera ser candidato presidencial, contaría con una suculenta caja electoral, con más laudatorios editoriales de El Mercurio, diario que es muy hábil para convertir a pavos reales en estadistas.

Barros Borgoño y Ricardo Lagos se hermanan en su posición de agnósticos, sin embargo, ninguno de los dos tiene problema en decir “Chile bien vale una misa”, como lo hiciera Enrique IV, en Francia – se hizo católico para poder asumir la corona de ese país -. También se parecen en la cualidad de ser los mejores oradores en los “cenáculos” de la oligarquía plutocrática: el primero lo hacía en el Club Conservador y, el segundo, en la Casa Piedra o en los seminarios de la ENADE, que desde su púlpito, lanza a los ignaros una rica visión de país a un largo plazo.

Ya pasó la época de los grandes oradores de masa: no brillarían Radomiro Tomic, Eduardo Frei, ni Salvador Allende, hoy, con la posmodernidad y el fin de los meta relatos, la política se convirtió en un asunto de pequeños grupos, con sólo la asistencia de 100 o 200 personas y altamente seleccionadas, y un líder que no abandona su pawer point, su tablete o su móvil de última generación y, para rematar, distribuye una carpeta con paiper, que resume su visión de país – ultra petita, como diría el latinajo proferido por el profesor Lagos Escobar -, por el contrario, nuestro estadista posee una amplia cultura humanista y es capaz, además, de escribir libros doctos, de muchos volúmenes, y no podemos negar que conoce bien la historia de Chile, de la cual ha sido actor principal en la lucha contra la dictadura de Augusto Pinochet y en la transición a la democracia. Todas estas cualidades lo convirtieron, durante un buen tiempo, en el líder indiscutido de la izquierda – si es que la Concertación amerita ese título -.Algunos, ingenuamente, creyeron que el segundo gobierno socialista tendría algún punto en común con el de Salvador Allende, pero el de Lagos fue, justamente, la antítesis del mandato del Presidente mártir.

Para sacarse el pillo, cuando los periodistas preguntan al ex Presidente Lagos si pretende ser candidato nuevamente, recurre a la excusa del carnet de identidad, cuando tiene apenas 76 años de edad – joven para hoy -, por lo demás, en la historia ha habido gobernantes mucho mayores, unos buenos, como Charles De Gaulle y, otros malos, como Philippe Pétain.

La especie de los pavos reales se reproduce, por desgracia, más que los conejos en la política y es tan dañina como la plaga de las palomas, en la Plaza de Armas.