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Razones para boletas truchas

Columna de opinión por André Jouffé
Jueves 30 de abril 2015 21:13 hrs.


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Conforme a un estatuto de las Naciones Unidas, existe un parámetro de costo de vida de cada país que sirve a los organismos internacionales, cancillerías y empresas calcular los sueldos u honorarios de sus representantes en el exterior.

De esta manera, por ejemplo el Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile decide cuanto corresponde pagarles a sus embajadores, ministros consejeros, agregados, en fin, a todo el universo que compone la sede diplomática. Para los empleados contratados en el propio país donde está la sede, rigen los aranceles o sueldos de mercado o convenidos.

Ocurre que este parámetro que era hasta ignoro cuando, en dólares, suele o solía fallar cuando las divisas locales se revaluaban ante la moneda norteamericana.

Sucedió en Francia en 1994, cuando el franco, aun no regía el euro, se revaluó hasta en un 30 por ciento frente al dólar.

La situación se tornó desesperada para quienes residíamos en París porque muchos teníamos hijos estudiando en Chile y las remesas al exterior bastante contundentes. Por ejemplo, si un agregado ganaba 6500 dólares, de pronto se reducía a 4800. Y si de esa suma la mitad era remitida a Chile apenas alcanzaba para cancelar los onerosos arriendos parisinos que eran para bolsillo normal, espantosamente desproporcionados como los de este pais. Caros en relación a calidad y tamaño. Y eran caros porque teníamos doble jornada y eso nos obligaba a residir en los intramuros de una ciudad de 2 millones de habitantes con una periferia de ocho, más barata pero lejana y a veces hasta peligrosa.

Los Embajadores en los países donde Chile tiene sede propia, se ahorran lo que se llama los gastos de representación y parte del sueldo y co pago de arriendo (ínfimo) ya que los sueldos al personal local también corren por cuenta del ministerio. En aquellos donde no ocurría, la cosa se ponía más ácida pese al co pago del arriendo que injertaba el Ministerio. Lo que sí recuerdo claramente es que hubo atraso en el pago de imposiciones al personal llamado local, que alcanzó cifras millonarias con sus demandas y multas correspondientes. Al momento de jubilar, quedaban al descubierto enormes lagunas impositivas. Con Eduardo Frei Ruiz Tagle el problema estafa comenzó a solucionase país por país. Debo reconocer que muchas funcionarias pedían el trabajo a honorarios pero con el tiempo se avivaban y exigían contrato.

Con las revaluaciones comenzaban los SOS. Algunos funcionarios de carrera y agregados consideraron la posibilidad de solicitar retorno al país pues vivir con esos recursos tan bajos era inviable, insostenible.

Los gastos reservados son para el embajador y los agregados ya sean de cultura, prensa y científico técnicos. Ellos los requieren para ion vitar a sus pares, hacer atenciones y otros menesteres para la buena convivencia donde hay un intenso intercambio.

En general estos dineros equivalían a 200 dólares que es la nada misma en un país europeo.

En mi caso, yo ya no necesitaban los 200 dólares para gastos de representación sino que mucho más para pagar las universidades de dos hijos que estaban estudiando en Chile. En una oportunidad, el rector de una de ellas de visita en Francia al ver mi vehículo tan destartalado me ofreció: Veo que las cosas están difíciles aquí, te voy a becar a uno de ellos. Y eso hizo Andrés Guiloff, del Uniacc de entonces.

La segunda pata era justificar esos 800 dólares que agregaron a los 200.

A fines de mes la embajada debía remitir un comprobante justificando los gastos de cada funcionario de estos fondos reservados a la contraloría.

Reuníamos boletas de restaurantes, tratando de que no coincidieran por ejemplo dos almuerzos el mismo día y hora, de los platillos propineros e informábamos: cena en honor de la jefa de prensa de la agencia francesa. O regalo de cumpleaños de la directora de comunicaciones del festival de Cannes. O flores para la directora de la oficina de cooperación. A veces las recogíamos de las mesas de los restoranes que dejaban los clientes.

De hecho gastábamos 200 dólares en tenciones pero no mil- Pero pasados 15 años puedo contar la verdad. Esos mil dólares casi derechito iban al pago de las universidades o de salud de los retoños que dejábamos en Chile.

Lo más absurdo de este resquicio al cual nos obligaba una ley mal concebida, era obligarnos a recurrir a estos trucos en vez de plantear: 500 dólares enviados para pagar tal o cual universidad o la pensión donde alojaba la madre inválida del funcionario. Hubiese sido lo mas lógico.

Yo mismo necesitaba dedicar tiempo y vergüenza para pedir boleta de cenas a mis colegas de carrera que no reciben este ítem. La suma siempre tenía que pasar la cifra de mil, la diferencia no era retribuida, era lógico y justo, pero si uno justificaba menos de mil, debía reponerlos de su propio bolsillo.

No éramos casos Penta ni Coval pero de igual manera muchos de nosotros nos sentíamos como culpables de apelar a estas facturas truchas para financiar los estudios de nuestros hijos.

Lo peor, era imaginar al pobre funcionario de contraloría en Chile con un sueldo quizás inferior a mil dólares, que pudiese pensar: “Miren la vida de zares que se dan estos frescos mientras uno por menos, debe sacarse la cresta trabajando”

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.