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Luis Oyarzún: En defensa de la Tierra

La Biblioteca Nacional reedita "Defensa de la Tierra", obra póstuma del escritor y profesor chileno. "Su llamado está vigente", dice su ex alumna, la filósofa Carla Cordua.

Rodrigo Alarcón

  Domingo 3 de mayo 2015 9:30 hrs. 
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“Casi todos los días, en Santiago el habitante sufre, consciente o inconscientemente, la falta de paisaje, la asfixiante plenitud atmosférica y urbana. Nubes de humo de los incineradores de los edificios y de las chimeneas industriales empañan desde temprano el cielo. Aun bajo cielos puros, los techos están siempre polvorientos. No hay adentro ni alrededor naturaleza, ni árboles, ni pájaros, ni flores. Todo está mustio, agobiado bajo el peso del polvo humano. Millones de seres humanos se agitan en esta ciudad seca, entenebrecedora, árida, sin río ni mar en que descansen el ánimo y la vista. Los ojos se estrellan contra la piedra borrosa de la Cordillera y se duermen presos en la red del polvo y de sus radiaciones electrónicas, con el imán cordillerano por almohada”.

El párrafo podría describir la densa capa de contaminación que por estos días cubre a la capital, pero fue escrito hace más de cuatro décadas: está en Defensa de la Tierra, un libro de Luis Oyarzún que apareció en forma póstuma, en 1973.

Mil ejemplares del volumen acaban de ser publicados por la editorial de la Biblioteca Nacional, con el prólogo original de Jorge Millas, que en realidad es un discurso pronunciado en la Universidad Austral en su homenaje. Además, se incluye una nueva introducción escrita por la filósofa Carla Cordua, diversas ilustraciones y una sección con manuscritos y originales del autor, que pertenecen a las colecciones de la Biblioteca Nacional.

Por supuesto, Defensa de la Tierra incluye otros capítulos: habla de los pueblos originarios, las flores silvestres chilenas, los bosques, los lagos y ríos repartidos a lo largo del país y el maltrato al que eran sometidos en aquella época. “El tipo de abuso de hoy no se parece en nada a lo que veía Oyarzún. Sin embargo, su llamado a cuidar la Tierra es perfectamente vigente”, dice Carla Cordua, quien fuera su alumna. “También la agricultura química puede destruir la Tierra si se hace sin consideración, si se sobreexplota o no se atiende bien a la conservación de la fecundidad de la Tierra, que usted puede echar a perder con químicos. Entonces, el llamado está vigente”, afirma.

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El libro es el segundo título del nuevo sello de la Biblioteca Nacional, que el año pasado inauguró su catálogo con la antología Poemas de Chile. Según Cristóbal Joannon, miembro del comité editorial, desde la primera reunión estuvo en carpeta para reeditarse: “Primero, porque es un autor fundamental y debería ser mucho más conocido. Por otra parte, es un libro que se puede leer como si hubiese sido escrito hoy. Tiene una fantástica prosa y una visión profunda del problema de la ecología, que es algo de lo que todo el mundo habla ahora”, explica.

Luis Oyarzún escribió Defensa de la Tierra cuando ya se había instalado en la Universidad Austral, adonde llegó en 1971 luego de ser profesor, decano y hasta vicerrector de la Universidad de Chile, donde había estudiado Filosofía y Derecho.

Su sobrino, Eugenio Oyarzún, recuerda que “Valdivia era una ciudad de unos 130 mil habitantes, pero con un entorno natural muy estimulante para el tío. Escribió en una calle muy cerca del río, en la misma máquina Olivetti en la que siempre escribía y que hoy es casi una pieza de museo”.

“Creo que lo estimulaba mucho reencontrarse con la naturaleza de su infancia y que el paisaje sureño lo motivaba mucho a escribir su obra poética”, añade.

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Era un hombre bastante culto como para que Nicanor Parra, quien lo había conocido en el Internado Nacional Barros Arana, lo apodara “el Pequeño Larousse Ilustrado”, y Carla Cordua guarda una imagen similar: “Fue un hombre muy brillante. Era muy inteligente y refinado intelectualmente, muy leído y culto. Desde un punto de vista literario, sobre todo, lo importante es su Diario (editado en 1995), que es una obra de valor permanente. Es un tesoro”, señala.

Su carácter, sin embargo, estaba lejos de la figura del intelectual circunspecto. Encantador, sociable, ingenioso y divertido son algunos de los adjetivos que utiliza Carla Cordua para describirlo: “Además, era muy aficionado al culto de la amistad y muy querido por mucha gente. Organizaba excursiones al campo, picnics, cuestiones de ese tipo. Era muy gracioso y bromista: por ejemplo, en ese tiempo viajábamos al sur en tren y él organizaba bromas para los revisores de los boletos, haciendo como que se le había perdido el boleto. Era histriónico y realmente divertido”, recuerda.

Imágenes: Biblioteca Nacional y Memoria Chilena.
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