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Año XVI, 18 de abril de 2024


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Por la afirmación comunista


Martes 12 de mayo 2015 18:02 hrs.


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Con la designación de Marcos Barraza a la secretaría de Desarrollo Social del gobierno de M. Bachelet, se refuerza la adhesión de la dirección del Partido Comunista de Chile (PC) a la Presidenta o, en otros términos, el nombramiento de este segundo ministro PC importa la gratitud de la mandataria a la adhesión irrestricta y acrítica que ha practicado este partido con la conducción gubernamental desde antes incluso que la candidata de la  Nueva Mayoría (NM) accediera a La Moneda. Bien por ellos, por la mandataria y la cúpula comunista.

¿Cómo es que se llegó a esta complementación tan perfecta entre una colectividad que hasta hace no mucho manifestaba sus diferencias con la Concertación, hoy NM? Porque, aclarémoslo desde la entrada, no es que entre la Concertación y la NM existan diferencias sustanciales pues, en esencia, son prácticamente lo mismo. Entonces ¿qué?

Con la muerte de Gladys Marín, a comienzos de 2005, se acentuó un modo comunista de hacer política que se propuso disponer de un espacio en el plano institucional (oficial) a partir de golpearlo con la crítica y la actuación reivindicativa de algunos sectores sociales donde del partido guardaba aún cierta fuerza: estudiantes (en general); profesores y otros ámbitos públicos, y uno que otro lugar del trabajo tercerizado o privado (minería, forestal). Se buscaba, mediante movilizaciones más bien sectoriales, hacer ver que el PC disponía de alguna capacidad para complicar la pax concertacionista y los mecanismos de acumulación capitalista que preservaba.

Con resultados no del todo gratificantes (a las limitaciones de las capacidades disruptivas del PC se añadía la solidez que demostraba el bloque dominante), con la desaparición de G. Marín la dirección partidaria ingresará a experimentar tendencias que, ya larvadas, como acabamos de mencionar, entraron a tomar cuerpo definitivo: si la opción, en particular durante el primer lustro de la década del 2000, favorecía el acuerdo con parte importante de la Concertación ¿por qué no acelerar el encuentro, máxime cuando ya se había llamado a votar en segundas vueltas por candidatos (a) concertacionistas y bajo la primera administración Bachelet se habían dado roces entre los componentes de la alianza de gobierno que hacían prever, sino un quiebre de ella, al menos una mayor sintonía con posibilidades crecientemente reformistas en su interior?

La parálisis y descontento en que terminó Bachalet I, hizo aumentar la plausibilidad de este cálculo, cuestión que vendría luego a potenciarse por medio del arribo de la derecha y el gobierno de Piñera. Mientras la derecha trataba de hacer de las suyas, cono más fracasos que aciertos, la indignación social por las corruptas prácticas empresariales, cobró bríos entre consumidores del retail y de la oferta educacional, asomándose capacidades críticas anticapitalistas. En una lógica cercana al repudio antioligárquico, también se articularon potentes rechazos sociales a imposiciones y abandonos centralistas, así como contra arbitrariedades que afectaban al entorno natural y humano.

El imperio de la total impunidad y la expoliación (en alta medida promovido y perfeccionado por los gobiernos de la Concertación) estaba llegando a su fin y se hacía necesario atender al nuevo clima: se hacía urgente salvar lo importante sacrificando algunas de las exageraciones. Y como ello era imposible de abordar por la derecha en la intención que la situación requería, sin mucha complicación se deslizó del lado de agentes reformadores escasamente o medianamente comprometidos con la gestión concertacionista de la primera hora: personal formado bajo los gobiernos de Frei-Lagos-Bachelet; algunos aoutsiders de la Concertación; grupos de profesionales (jóvenes) simpatizantes (G-90), y no pocos seniors de 50 a 60 años edad (varios, mujeres) que supusieron entrar a jugar un rol más protagónico en un nuevo gobierno.

A la identidad inicial en torno al poder, a todos estos grupos muy luego se le aportaría un discurso que fungiría de horizonte nocional de su tarea y misión: el discurso del “nuevo ciclo”, principalmente expuesto por el “asesor estratégico” de Ricardo Lagos: Ernesto Ottone. Así, hacia la mitad del gobierno Piñera, ya se delineaba la alternativa a la derecha y, con ella, se habría mucho más la puerta para el encuentro con el PC que, como ya hemos visto, también pugnaba porque así fuera. Asunto relevante, sino decisivo, para esta unión, fue el liderazgo renovado que, en esta nueva ocasión, ofrecía asumir M. Bachelet, en quien el PC y, por sobre todo, su presidente, Guillermo Teillier, habían comenzado a confiar totalmente.

En enero de 2013, en una universidad del sur de Santiago, se realizó un encuentro con un gran número de militantes comunistas, en su mayor parte profesionales o trabajadores calificados, a los que, en la ocasión, se les solicitó incorporarse a más de una decena de grupos o comisiones de trabajo para aportar a la realización del programa de la Nueva Mayoría. Su apoyo debían materializarlo por medio del alojamiento de sus datos personales y especialidades en una plataforma web. Los voceros de esta innovadora forma de participación partidaria, era un conjunto de jóvenes de reciente graduación universitaria (Julio Sarmiento, Marcos Barraza, entre otros) nucleados en el Instituto Lipschutz. Algunos también contaban con bagaje en la Universidad ARCIS. Uno que otro personaje de mayor edad y con cierto pedigrí profesional (que, con el nuevo gobierno, buscaban reverdecer) completaba el cuadro de los impulsores de esta modalidad de adhesiones.

Pasado el entusiasmo de la novedad electrónica, al parecer la iniciativa puesta en marcha no tuvo la trascendencia esperada: a las complicaciones en el manejo de la plataforma moodle para muchos militantes poco o nada alfabetizados en internet, se uniría la desconfianza en la entrega de datos sensibles a través de un medio que estimaron inseguro, de suerte que muy pronto algunos propusieron volver al más tradicional y saludable método del cara a cara en reuniones de compañeros. Por lo demás, en los momentos de descanso de este encuentro, no dejaron de expresarse “medio en broma, medio en serio”, frases que aludían al oportunismo de varios, a la apertura de las colocaciones laborales, o a la entrega de currículums con pretensiones de sueldo. Igualmente, no faltaron quienes expresaron su descontento con la modalidad gerencial del evento y el olvido de las prácticas de fraternidad entre los militantes. Al margen de estas reacciones, lo real es que la decisión ya estaba tomada y concretizada y el “giro” se había puesto en marcha: se era parte del nuevo gobierno y había que apoyar sin condiciones, el “nuevo ciclo” era un hecho y, junto con sus parlamentarios (varios de ellos jóvenes), el partido debía incorporarse al máximo de lugares y puestos de la administración pública “para colaborar a las reformas”. El resto ya es historia conocida: a una posibilidad de incidencia nula en los problemas clave del país, y arrastrando una existencia que en nada interfiere la reproducción sin más del patrón de acumulación, el PC ha unido su total obsecuencia con todos los actos gubernamentales y estatales. A cambio de ello, ha logrado un tratamiento dilecto de la presidenta -tal cual se convino hace dos o tres años- y todo indica que la situación se mantendrá*.

Pero más allá del actual estado de bienestar material que ha experimentado la burocracia partidaria adscrita a los aparatos públicos -que es el resultado más eminente de su actuación en los últimos años- ¿es posible responder afirmativamente la pregunta por un PC nuevamente portador y articulador (junto con otros) de un horizonte de nuevas prácticas de poder social democrático?

Reiterando que nuestra respuesta a lo interrogado es afirmativa, su verificación necesariamente debe soportar pruebas y desafíos concomitantes, entre los cuales están:

  • Que en la formulación del nuevo ciclo y sus medidas de reformas existe un apuro que ha buscado escamotear y neutralizar el estado de indignación contra los abusos que ha predominado en la protesta social desde hace casi una década
  • Que el programa de la NM no es sino un paliativo de efectos reales menores y sobre el cual no se puede (ni debe) fundar ninguna expectativa de mediano o largo plazo. Se trata, en los hechos, de un dispositivo estabilizador con pocas energías de concreción, razón por lo cual deberá ser objeto de nuevos ajustes.
  • Que, a luz de lo dicho, el PC debe disminuir o terminar con su auto-atribuida pretensión de sentirse y exponerse como guardián de un programa expuesto como gran transformación.
  • Que el giro conservador que dio en su política al ingresar a la NM, no puede significar obviar que la política comunista debe ser siempre más amplia y diversa que las fórmulas oficiales, de la coyuntura o de la contingencia.
  • Que el arribo del PC a la NM fue el resultado de un proceso de conjunción entre sectores dirigentes que no tuvieron más capital político que llevar hasta las últimas consecuencias el acercamiento a la Concertación, y ámbitos de militancia de jóvenes universitarios y profesionales depositarios de un saber técnico, funcional a las expectativas de gestión pública que ofreció el acuerdo NM.
  • Que la NM se gestó como posibilidad de reactualización del proyecto neoliberal concertacionista en condiciones de agotamiento (o deterioro), sin retorno previsible,  del dispositivo de legitimización entre sus bases electorales.

Manuel Loyola

* Obviamente, la ampliación del buen trato de la presidencia con el PC sólo podrá darse en áreas blandas o sin mayor exigencia protagónica (tal cual viene ocurriendo con los radicales), modalidad que viene muy bien a las aspiraciones de un cierto brillo público para los militantes convocados, así como de bienestar laboral para muchos de sus operadores políticos (los funcionarios partidarios).

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