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¿Todo mal?


Miércoles 3 de junio 2015 15:28 hrs.


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La pregunta es válida hoy más que nunca. El problema es la respuesta, que dependerá de cuál sea la meta que persigue quien la entregue. Y eso nos lleva al verdadero embrollo en que estamos metidos. Si el protagonista es conservador, querrá que todo se arregle sin hacer cambios que puedan “desquiciar el orden establecido”. Si el personaje adhiere a una ideología reformista, aspirará a cambios moderados.  Si quien responde es revolucionario de la antigua escuela -en franca extinción- pretenderá arrasar con todo para imponer alguno de los sistemas que ya fracasaron en otras partes del mundo. Y quienes manejan cuotas de poder reconocerán que las cosas no están bien, pero que hay que dejar que las instituciones funcionen.  Como si las instituciones no fueran las que están cuestionadas, porque se las manipula y se las utiliza mañosamente.  Son pocos aun los que reconocen que es necesario ir pensando en otro esquema de convivencia, en que los valores apunten al reconocimiento del ser humano integralmente y no solo como herramienta de trabajo para producir beneficios.

Vivimos días complicados. Y nuestros referentes no dan con la tecla que puede hacer que las cosas mejoren un poco. La presidenta de la República, Michelle Bachelet parece haber olvidado los atributos que la acercaban a la gente, en una empatía que parecía indestructible.  Solo parecía. En la última entrevista que se le conoce se mostró lejana, fría y con escasa capacidad para reconocer errores propios. Incluso, cuando la periodista le preguntó por los días difíciles que le habían tocado vivir por el caso Caval, en que se encuentra involucrado su hijo, ella aceptó que había sido doloroso.  Pero a la pregunta de si había llorado en la soledad de su hogar.  Ella negó.  Y fue más allá.  Separó su condición de madre, mujer y presidenta de la República. Como si el equilibrio no se lograra utilizando adecuadamente cada una de nuestras características básicas: razón, emoción e instinto. El caso del Transantiago debería haberle enseñado que la intuición también cuenta.

Pero, por otra parte, ella se ha dejado llevar, cual hoja al viento, por sus colaboradores más cercanos. Y cuando se le preguntó acerca de si se sentía traicionada, engañada por aquellos que no le dijeron que se haría pre campaña, y no le dieron todos los antecedentes acerca del caso Caval, se limitó a decir que serían las instituciones judiciales las que entregarían la última palabra.

Mirando hacia otros sectores, uno se encuentra con el presidente de la Unión Demócrata Independiente (UDI), Hernán Larraín, cuya visión del problema es que todo se resuelve con buenas palabras. Le basta con que el senador de su partido, Jaime Orpis haya reconocido que cometió una falta al recibir dinero de Corpesca y que no se haya inhabilitado para votar la ley de pesca. Ordenamiento legal que favoreció, precisamente, al grupo Angelini, propietario de Corpesca, que hoy dispone de la autorización para pescar más del 90% de esa riqueza que se encuentre en las costas comprendidas entre las regiones de Antofagasta y Coquimbo. Orpis sigue sin ninguna traba en la UDI.

Los profesores en la calle, en huelga indefinida.  Reclaman que no se los ha tomado en cuenta en materias trascedentes, como la reforma educacional. Su protesta no es por problemas salariales, tampoco por el fondo de lo que se trata de cambiar.  La verdad es que la molestia la gatilla, esencialmente, que vayan a ser evaluados de manera constante. Alegan que eso no se les hace a los abogados, a los médicos, a los ingenieros. En definitiva, a ningún otro profesional.  Claro,  aquellos son evaluados por sus propios clientes.  Pero en el caso de los educadores no puede ser así. Olvida el Colegio de Profesores que sus miembros son emperadores en el aula. Y eso no se compara con el endiosamiento que de sí mismo hacen los doctores.  Finalmente el paciente puede salirse del rebaño en que pretenden mantenerlo.

Y más vale dejar pasar los mordiscos que se lanzan en el interior de la  coalición gubernamental.  Eso pareciera propio de un acuerdo de escasa duración.  Aunque las ansias de poder son más fuertes que el amor o el odio.

Si no, que lo diga la FIFA. Joseph Blatter, recién electo,  ha renunciado al cargo de presidente de una de las empresas transnacionales más lucrativas y con mayor cantidad de seguidores en el mundo. Lo ha hecho en medio de un ambiente cargado de denuncias de corrupción. Se podría pensar que soplan nuevos aires y que los poderes fácticos han decidido limpiar la casa.  Pero, no.  La corrupción del fútbol mundial era cosa sabido desde hace mucho. El que ahora se destapara la olla parece obedecer a intereses más políticos que éticos (que lástima tener que hacer la diferencia). A Estados Unidos, donde se lleva a cabo la investigación que afecta a la FIFA, le interesa sacar de la escena mundial a Rusia, país donde se efectuaría el próximo campeonato mundial de fútbol, en 2018.

¿Todo está mal? No. Tenemos a una presidenta que no llora y el 58% de los chilenos encuestados por Televisión Nacional está feliz en su trabajo.