Los principales líderes europeos no quieren a Syriza, les preocupa que sus ideas contagien a España primero y al resto del continente después, pero tampoco quieren que Grecia salga del euro. Por ello, actuaron con intransigencia durante meses hasta ponerle al gobierno de Alexis Tsipras una pistola en la cabeza: para que el país no reviente, se le obligó a proponer lo que prometió no haría durante la campaña.
Este golpe a la altiva dignidad con que Syriza ha defendido sus ideas no podía ser inocua. Los parlamentarios oficialistas, al enterarse de las últimas concesiones de su gobierno, han reaccionado con indignación. Sin reservas han expresado su repudio a la oferta de Tsipras de elevar una serie de impuestos, además de subir las contribuciones a pensiones y me programas de salud, puesto que en su opinión contribuirían a aquello contra lo que se habían levantado antes: las crisis las provocan los ricos y terminan pagándola los pobres.
La sucesión de hechos es perversa: la Troika pide a Grecia recortes, el país accede, como consecuencia de esa decisión se desploma, Syriza se rebela pero los culpables del desplome le transfieren, ahora que llegó al gobierno, toda la responsabilidad política por negarse a hacer nuevos recortes.
Cuando Grecia entró en crisis, en 2009, el gobierno de Merkel se oponía al llamado “rescate”, pero las presiones de los mercados de bonos y de Estados Unidos –golpeado por la recesión- le hicieron ceder. Sin embargo, los casi inhumanos sacrificios a los que sesometió a la población no tuvieron efecto: paradojalmente, luego de la “ayuda” el país siguió acumulando deuda tras deuda, lo cual se explica en buena medida por las usureras condiciones impuestas por los acreedores. Esto transformó la crisis económica en un estallido social y de esa efervescencia surgió la izquierda radical del Syriza.
Es en nombre de esa trayectoria que, subjetivamente, muchos griegos no le confieren a los acreedores atribución alguna para exigir algo, más allá de que en los hechos tengan la sartén por el mango. “Creo que este programa, tal como lo vemos, es difícil que lo aprobemos”, dijo el vicepresidente del Parlamento y diputado de Syriza, Alexis Mitropoulos, a la cadena de televisión griega Mega TV en un programa de noticias. “El primer ministro debe informar primero a nuestro pueblo por qué fracasó en la negociación que terminó con este resultado. Creo que las medidas no se ajustan a los principios de la izquierda. Esto es masacre social y ellos no pueden aceptarlo”, afirmó.
La reacción de éste y otros tribunos de Syriza no es en absoluto testimonial, puesto que no basta con que el gobierno griego y los acreedores lleguen a acuerdo para que éste sea hecho consumado. Un eventual texto de consenso es apenas una propuesta, que luego debe ser ratificada por el parlamento heleno. Si éste lo rechaza, se deberá llamar a un referéndum, frente a un electorado que sabe muy bien el rol que ha jugado la Troika en sus penurias de los últimos años.
Ante esta situación, el Gobierno deberá convencer a sus huestes de que no todo ha sido ceder y que, a pesar del poco margen de maniobra, ha insistido en algunas medidas genuinamente progresistas, como aumentar el impuesto a las sociedades del 26% a 29%, reducir el gasto en Defensa y aumentar el impuesto al lujo.
Como sea, con esta coyuntura a Syriza se le instala dentro de sus filas una presión que ha sentido desde la campaña del terror que sus adversarios internos, más el aparato político-comunicacional hegemónico europeo, echaron a andar durante el periodo previo a las elecciones. Es singular el carácter simbólico que ha adquirido este pequeño país (me refiero al presente, por favor): representa aproximadamente el 2% del PIB de la zona euro, pero el carácter brutal del ajuste y las reacciones indignadas de la ciudadanía, junto con la irrupción del Syriza, le han convertido en la principal preocupación de la política continental. Y también de los acreedores: se estima que solo Alemania tiene invertidos 700.000 millones de euros en los PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia y España). Si Grecia se va, preocupa la posibilidad de un efecto dominó.
En lo inmediato, el 13 de julio, Grecia debe pagar 5.000 millones de euros al FMI, el 20 de julio debe pagar 3.500 millones de euros al Banco Central Europeo y el 20 de agosto otros 3.200 millones al BCE. Ésta es la urgencia que ha obligado a Syriza a negociar en condiciones de debilidad.
Falta saber si aún queda algún margen de paciencia en el pueblo griego. Bien vale una cita a modo de conclusiones. Paul Mason, jefe de la sección de economía del canal de noticias Channel 4 del Reino Unido, explicó hace algún tiempo a Democracy Now! el significado de “austeridad” en griego: “la austeridad en Grecia significa algo así como un 50% de aumento medible de suicidios masculinos. Significa una caída del 25% del salario real en cinco años. Significa que la economía perdió un cuarto de su capacidad; se redujo en un 25%. Si vas a un café en Atenas, habla con la persona que te está sirviendo: va a ser una persona con estudios universitarios completos, probablemente esté viviendo con más de una persona en una habitación y sus ingresos serán más o menos de 100 euros a la semana, o sea 400 al mes. Si bien el ingreso promedio es de aproximadamente 500 a 600 euros al mes, que es más o menos lo mismo en dólares, un camarero, que probablemente sea un graduado universitario, puede estar ganando unos 400 euros por mes. Esa es la austeridad. Y por otro lado están las 300.000 familias que no pueden pagar la electricidad. Alrededor del 15% de la población ha perdido su cobertura médica o está a punto de perderla.
Grecia tiene un sistema de salud basado en el seguro médico. Cuando lo pierdes, te unes a la fila de los inmigrantes indocumentados en la Cruz Roja”.
Qué extraña forma de ser rescatados.