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Isabel Muñoz, la fotógrafa que narra el amor que surge en el dolor

Derechos humanos, dolor, lucha, pero sobre todo amor y esperanza como canto a la libertad. Así es el trabajo de la española que en más de cuatro décadas de carrera ha llevado sus imágenes, instalando la reflexión sobre el cuerpo, sobre esos cuerpos olvidados y vejados, cuya única esperanza es poder encontrar un mañana mejor.

Paula Campos

  Lunes 6 de julio 2015 16:37 hrs. 
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La fotografía como testigo del dolor, de la lucha, de las huellas que la vida deja a diario en la existencia de miles de seres humanos despojados de su dignidad, pero sobre todo de la esperanza y del creer en un mundo mejor, son parte de las imágenes retratadas por Isabel Muñoz, prestigiada fotógrafa española que por más de cuatro décadas ha estado comprometida con los cuerpos olvidados, con esos relatos de lo que somos.

Su lente ha sido testigo de múltiples realidades. Las maras en Centroamérica, la migración controlada por narcotraficantes en el sur de México, niños y adolescentes que carecen del resguardo de sus derechos fundamentales y, más lejano y reciente, la vida de las mujeres en el Congo, son parte de los cuadros compuestos por unos ojos que exigen no dar la espalda a la impunidad.

El color es otro de sus sellos. En su carrera prima la ausencia de ellos. Según explica, su búsqueda va por las tonalidades de sus historias, en lo que los ojos de los fotografiados pueden decir. Los colores que se perciben son personales, forman parte de la experiencia de cada uno de los espectadores, de quien tiene la oportunidad de pararse frente a uno de sus trabajos y sentir.

Los derechos humanos, o la ausencia de ellos, son escenario común de sus montajes. Así queda claro en “La Bestia”, muestra que se exhibió en nuestro país y que cuenta sobre la migración centroamericana a bordo de un tren de mercancías. “Lo primero que hace el emigrante es dejar su identidad afuera y, de hecho, el no tener esos derechos lo convierte en presa de cualquier desaprensión”, explicó.

ISABEL4En conversación con Radio Universidad de Chile, la fotógrafa asegura que si bien sus trabajos están marcados por tratar de darle rostro a los sin voz, cada uno de ellos tiene motivaciones y abordajes que lo convierten en algo totalmente diferente al anterior. Así, en su intención de encontrar las similitudes de sus proyectos, la española se va de viaje por sus muestras y se centra en el que describe como uno de los grandes aprendizajes de su vida, el que hizo con Unicef. Isabel Muñoz fue la encargada de hacer un mapa de la niñez en el mundo, sin embargo, éste acabo siendo “un trabajo sobre la esperanza”: “Quisimos empezar fotografiando a los niños con la misma dignidad con la que fotografías a un político o a un rey en sus palacios. Los niños también tienen sus palacios y esa suerte/fuerza de resiliencia, es la que les permite afrontar y salir adelante de sus realidades”.

Una imagen no vale más que mil palabras

“Siempre se dice que una imagen basta. Yo no creo en eso. Para mí cada vez es más necesario complementar mi trabajo con relatos, audios y videos, por eso siempre me acompaño de periodistas, para hacer un trabajo completo”, explica.

En esa recopilación, Isabel cuenta que preguntó a los niños por el deseo que querían cumplir. La respuesta, asegura, le cambio la vida: “Cuando vez a niños carentes de todo tipo de comodidades y que lo único que piden es estudiar para cambiar su destino, piensas en muchas cosas y aprendes de la generosidad que solo puede darse en la infancia”.

El crear testimonios también fue parte de su abordaje en La Bestia: “Yo vengo de una generación a la que la caída del muro de Berlín fue un canto de libertad, a la esperanza. Sin embargo, estamos en un momento en el que, nuevamente, construimos fronteras”, por eso, haciendo un llamado al libre tránsito de ideas, es que decidió embarcarse en esta aventura de sur a norte por el agreste suelo mexicano.labestia

“Es un trabajo que hice con dos periodistas salvadoreños que llevaban dos años investigando crimen organizado y fronteras. Les conté mi proyecto y ellos me acompañaron en el viaje y ahí nos encontramos con lo mejor y peor del ser humano en el mismo lugar. Intenté contar esa realidad de distintas formas. Por un lado, como un reportaje; otra como paisajes donde se perpetran los crímenes más horribles, sitios que se ven llenos de paz pero solo tienen sufrimiento; y luego intentamos contar las historias de los emigrantes por un lado, compartiendo con ellos el tren de mercancías, a ese que le llaman la bestia porque no respeta, pero también de albergue en albergue para mostrar cómo se marcaba en el tiempo en ese viaje tan duro, como un niño de diez años se puede convertir en 10 meses en un hombre de cincuenta”.

Buscar el amor, la esperanza, la humanidad en esos escenarios ha sido uno de los desafíos profesionales con los que Isabel emprende camino. Como una ética que no la abandona, una responsabilidad de poder transmitir que, en el peor escenario de dolor, siempre existe la nobleza. Una de esas historias es la de Ronald, un joven centroamericano al que la bestia le cortó sus piernas, “desde ese día, su vida transcurre entre esos albergues, intentando preparar a los inmigrantes para abordar el tren, sobrevivir a lo despiadado del viaje y a los ataques de los asaltantes que pueden acabar con tu vida”, cuenta.

El rol de la mujer en la imagen

Ser mujer fotógrafa y fotografiar mujeres, dos partes inseparables en la historia de Isabel Muñoz. Para ella, es algo que ha atravesado toda su experiencia profesional. El modo en el que se abordan las temáticas, las sensibilidades que se despiertan, pero básicamente la forma de empatizar, hacen la diferencia, el riesgo y el aporte de su trabajo.

mujer isabel muñozContar el rol de la mujer en suelos machistas, la connotación que en esas sociedades se le da al ser mujer, los abusos constantes, la impunidad con la que se actúa sobre esas historias, está muy presente en el trabajo de la artista. Por eso, narra llena de dolor, como vivió esas historias en las que jóvenes debían tomar píldoras anticonceptivas antes de abordar el tren de los narcotraficantes, pues sabían que ahí las violarían, que habría impunidad, pero que su precaria situación hacía de ésta la única posibilidad para pensar en un mundo mejor.

Las mujeres usadas como armas de guerra es parte del último capítulo que escribe. Su lente, recorriendo el Congo, ha querido capturar la crueldad con la que esas sociedades tratan al género femenino: “La mujer no tiene ningún derecho, las niñas tampoco”, cuestiona.

En el caso de las niñas, es aún más dramático su testimonio: “He querido contar esas historias de niñas que no tienen escuelas, porque no las quieren educar. No es lo mismo un niño que vive en la calle que una niña, ellas deben pasar, por ejemplo, por la mafia de los propios niños…”

Para ella, la defensa de los derechos de la mujer se ha constituido en una bandera de lucha. Sus imágenes buscan ser un grito a la libertad, esa que le arrebatan a diario a miles de mujeres en el mundo, cuando las violan, matan, les prohíben amar… “Acabo de volver del Congo y estoy un poco sublevada. A veces las palabras debilitan lo que es la realidad, pero ser mujer en este mundo a veces es terrible, pero hay que convertir el dolor en poder (…) porque no podemos dar la espalda a la impunidad”.

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