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Huenchumilla: La Araucanía, un conflicto asimétrico

Rafael Gumucio R.

  Miércoles 26 de agosto 2015 12:56 hrs. 
rafael gumucio rivas

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La institución de los intendentes, designados por el Presidente de la república de turno, no es más que la reproducción del poder centralista del Estado chileno. Este funcionario es sólo el alter ego del monarca y, por consiguiente, tiene casi nula representación en la región que le ha sido asignada, en consecuencia, hay demasiados casos de corrupción en los gobiernos regionales. Pienso, firmemente, que los intendentes deberán ser elegidos por los ciudadanos de la región.

El intendente Huenchumilla es casi el único representante del gobierno que se atreve a tener pensamiento propio y, como conoce muy bien la región y sobre todo los problemas de lo que él llama “el conflicto asimétrico” entre el Estado chileno y el pueblo mapuche, puede expresarse y actuar con propiedad.

Recién asumido en el cargo, provocó las iras de la derecha y de los terratenientes al pedir perdón al pueblo mapuche por todos los atropellos recibidos por parte del Estado chileno. Su diagnóstico sobre la situación es preciso y adecuado: el Estado es culpable en tanto que se ha equivocado en la visión del conflicto en su globalidad. El tema no es exclusivamente la pobreza en que se vive en sus comunidades, ni tampoco es un tema de orden público, es mucho más que eso, nada menos que la necesidad de autonomía de un pueblo que tiene su propia historia, su cultura, su religión, su lengua e instituciones ancestrales que los rigen.

Como el diagnóstico, hasta ahora, ha sido equivocado, el resultado no podía ser nefasto, pues las comunidades mapuches están cada día más empobrecidas. Huenchumilla retrata muy bien la situación: al lado de un fundo de dos mil hectáreas se encuentra un terreno de una o dos hectáreas, trabajados por una centena de comuneros mapuches; respecto del tema del orden público, los distintos ministros del Interior han aplicado, en no pocas ocasiones, la liberticida ley antiterrorista, que ha sido condenada por Naciones Unidas por constituir un atropello flagrante a los derechos humanos, al permitir que testigos encubiertos, trasgrediendo todas las reglas del debido proceso.

Francisco Huenchumilla da en el clavo al describir, con precisión, que “la madre del cordero de este conflicto asimétrico se encuentra en aquello que los historiadores reaccionarios llaman la pacificación de la Araucanía, que no fue más que una guerra genocida contra el pueblo mapuche, que era propietario de las tierras desde Bío Bío al sur, reconocido por varios Tratados, firmados primero con la monarquía española y, luego,  en los inicios de la república de Chile.

Esta guerra, iniciada durante el gobierno de José Joaquín Pérez, en la segunda mitad del siglo XIX, y que terminó en el gobierno de Domingo  Santa María, en 1881, fue vista por los gobiernos liberales como una “guerra civilizadora”, una continuación del triunfo del ejército chileno contra pueblos – por ejemplo, peruanos y bolivianos – considerados como “afeminados” ignorantes -. Tanto en la guerra del Pacífico, como en la mal llamada “pacificación de la Araucanía, se aplicó la cruel “ley de los vencedores” – como dirían los romanos “¡Ay de los vencidos!”.

Este inmenso territorio –  10 millones de hectáreas – después de la guerra fue poblado por algunos chilenos y varios extranjeros, estos últimos  invitados desde Europa, atrayéndolos bajo el engaño de una vida bucólica, y ahí es donde el intendente Huenchumilla  tiene razón y fundamento para pedir disculpas a los colonos. De estas diez mil hectáreas sólo quinientas mil dejaron a los mapuches, verdaderos propietarios de las tierras.

No cabe duda de que el conflicto mapuche no tendrá solución mientras no se restituya parte de las tierras, usurpadas por el Estado chileno como un “botín de guerra” y, como el derecho de propiedad es un ídolo intocable, el único camino que resta es readquirir las tierras de los colonos y, sobre todo de las grandes empresas forestales, incluso, a precios especulativos, pues aprovechan de la ocasión para obtener ganancias suculentas.

El conflicto no se reduce sólo a las tierras: abarca también la necesidad del reconocimiento, por parte del Estado chileno, de la autonomía  del pueblo mapuche, que implica el derecho a tener sus propias autoridades, la defensa de su cultura, su lengua, en fin, sus tradiciones, así como lo acaba de proponer la Presidenta Bachelet, sendas cuotas étnicas en todos los procesos electorales.

El reconocimiento de autonomía y autodeterminación del pueblo mapuche dentro del Estado chileno, sería muy positivo, pues reconoceríamos el hecho histórico de la diversidad de naciones y culturas – tal como ocurre en más de 80 países del mundo, por ejemplo, en Canadá, EEUU, Australia y España, que es un conjunto de nacionalidades <vascos, catalanes, gallegos…> -.

Además de integrar a las etnias chilenas al parlamento y a las demás instituciones del Estado, creo necesario encontrar un camino, similar a los ejemplos de Canadá, Australia, Nueva Zelandia, que reconozca la autonomía de los pueblos fundadores. No sería mala idea el reconocer a la Araucanía y a otras regiones – pienso en Isla de Pascua – como regiones autónomas, con gobierno y parlamento elegidos por su propio pueblo.

Como es lógico, Huenchumilla ha despertado el odio de nuestra derecha fascista – una de las más reaccionarias del mundo – y han anunciado hasta las “penas del infierno”, incluida una interpelación y, posteriormente, hasta podría llegar a una acusación constitucional, pero este intendente se ha ganado el respeto de las personas decentes, que aún quedan en este país.

 

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