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Venezuela – Colombia: un problema real azuzado por una coyuntura electoral

La extensa frontera común entre ambos países siempre ha sido conflictiva. Y los problemas de las mafias y el contrabando adjudicados a grupos colombianos son reales. Pero a meses de elecciones cruciales en ambos países, los incentivos de los mandatarios dejaron de girar esta vez hacia la conciliación.

Patricio López

  Miércoles 2 de septiembre 2015 22:12 hrs. 
COLOMBIA-VENEZUELA-BORDER-CLOSURE

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La crisis entre Colombia y Venezuela se agrava: ​junto con el desplazamiento de tropas, el gobierno venezolano informó de la ampliación del estado de excepción a otros cuatro municipios fronterizos con Colombia, además del occidental estado de Táchira: Lobatera, Panamericano, García de Hevia y Ayacucho. Esta situación disiente de la de los últimos años, puesto que resultó un ejemplo de política basada en intereses prácticos la magnífica relación entre los presidentes Juan Manuel Santos y Hugo Chávez. Ambos representaban la mayor cercanía y la mayor lejanía de Estados Unidos en Sudamérica; el polo de derecha y el de izquierda en la región. Sin embargo, se prodigaron apoyos y consideración mutua lo que, hasta la actual crisis, también incluyó a Nicolas Maduro. Hoy, la retórica dura del colombiano choca con la elocuencia del venezolano, agravando un conflicto de bases reales, pero que escala entre otros factores por el advenimiento electoral en ambos países.
​Algún día de 2013 que parece mucho más lejano, en esa misma frontera, el presidente Santos dijo que “esa relación positiva que tuvimos con el presidente Chávez, la vamos a tener con el presidente Maduro”. Hoy las cosas son muy, muy distintas.
​Debe precisarse, para comprender la situación, que la frontera entre Colombia y Venezuela es muy amplia (2.219 kilómetros) y ha sido objeto de controversia desde que ambos países fueron fundados, al punto de que aún persiste el congelamiento por la definición de la frontera en el golfo de Venezuela, lo que es insumo de conflicto permanente.
​En esa línea, el estado de guerra civil que vive Colombia hace que el control territorial del Estado sea más fuerte en el centro y se diluya hacia las fronteras. Esto hace posible que los grupos paramilitares, dedicados en la frontera con Venezuela a actividades de contrabando, se hayan convertido en un problema que el gobierno de Maduro ha tratado de combatir con una serie de medidas. El cierre de fronteras, que parecía una acción más fuerte pero transitoria, luego del ataque a un grupo de militares, derivó en un conflicto mayor y en acusaciones colombianas de crisis humanitaria y de desplazamiento forzoso de compatriotas, imitando lo peor de lo que ocurre en otras partes del mundo, como denunciara en cadena nacional el presidente Santos.
​La respuesta del Chavismo la dio el alcalde de Caracas, Jorge Rodríguez, quien apuntó a los 8 millones de campesinos desplazados en Colombia en comparación con los apenas cientos de involucrados en este conflicto. Y dijo, de acuerdo con la Comisión de Refugiados en Venezuela, que desde el 2003 unos 5 mil 991 colombianos han sido refugiados en el país vecino y desde 1975 al menos un millón 200 mil han recibido atención social, médica y educativa.

​Todo esto se sabe de siempre, pero ahora es un problema. Y como la idea del enemigo externo suele tener una motivación interna, habría que aludir entonces a las importantes y próximas contiendas electorales en ambos países. En el caso de Colombia, la elección regional de los 32 gobernadores (equivalente a la inexistente elección de intendentes en Chile) es crucial para apuntalar al gobierno de Santos en el momento de sus conversaciones de paz con las Farc. Y, en el caso de Venezuela, son decisivas las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre, donde el Chavismo, hasta ahora imbatible, someterá su mayoría parlamentaria a una coyuntura de desaceleración de la economía, inflación y caída en el precio del petróleo.

​En la medida que el conflicto se infla, se convierte también en una disputa que exhibe cercanías y pone a prueba a los distintos referentes de la institucionalidad continental.

Colombia ha tratado de escalar el conflicto y para ello llevó el tema a la instancia que le era más cómoda, la OEA, a la que pidió citar a una reunión extraordinaria de cancilleres, pero salió decepcionada: con solo 17 países favorables a la reunión, incluyendo Uruguay, Estados Unidos, Chile y México, se quedó a un voto de alcanzar la mayoría necesaria. A la opción de Unasur, más cercana para Venezuela, Colombia le puso lápida en una cadena nacional del Presidente Santos. En cambio, ha dicho tener en la mira a Naciones Unidas para exponer internacionalmente lo que estima son violaciones a los derechos humanos contra sus compatriotas.

De esta escalada, uno de los daños colaterales más temidos por la comunidad internacional es la eventual salida de Venezuela de las conversaciones de paz entre el gobierno colombiano y las Farc, donde ese país participa junto a Chile en calidad de acompañante. Hay que recordar que uno de los factores decisivos en el avance de la negociación esta vez, a diferencia de la que sentó a la malograda mesa en 1998 al presidente Andrés Pastrana y al comandante Manuel Marulanda o “Tirofijo”, fue el cuadro político de la región. La inserción social de las Farc hubiera sido un acto suicida o al menos de temeraria orfandad en la década del 90, cuando en América Latina campeaban los Menem, Fujimori, Lacalle o Sánchez de Losada.

Ahora, en cambio, luego de la oleada de gobiernos progresistas en la región, inaugurada con Hugo Chávez en Venezuela, la vía política de la guerrilla no sólo es posible en Colombia, sino que puede insertarse armónicamente en la elaboración de alianzas continentales. Por eso en esta coyuntura, mientras las Farc expresaron su comprensión al punto de vista venezolano y llamaron a que Colombia no exporte el paramilitarismo, el coordinador residente de la Organización de Naciones Unidas (ONU) en Colombia, Fabrizio Hochschild, afirmó que “Venezuela ha sido un actor muy importante en la vía de conseguir la paz en Colombia”y que “si Caracas se alejara de los diálogos de La Habana sería muy grave”.

Existe la presunción de que el conflicto debería revertirse, aunque por mientras sigue escalando. Habría que viajar a la semilla e invocar a un hombre que nació en Venezuela, murió en Colombia y liberó a ambos países.

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