El restablecimiento de relaciones diplomáticas de Estados Unidos y Cuba responde a un proceso en marcha de diálogo, negociaciones y creación de confianzas bilaterales y hemisféricas, constituyendo al mismo tiempo un fenómeno inédito de re- acercamiento internacional entre dos naciones vecinas e integrantes de las Américas.
En efecto, después de un largo período de más de medio siglo (1959) de ruptura y confrontación política e ideológica, incluida la intervención militar, Cuba y Estados Unidos ponen oficialmente fin al último símbolo de la Guerra Fría en el mundo occidental; a partir de los anuncios simultáneos de los presidentes Obama y Castro en diciembre de 2014 y los progresos alcanzados y materias adelantadas desde el histórico encuentro de ambos líderes en el escenario multilateral de la Séptima Cumbre de las Américas en Panamá 2015.
Ciertamente que la participación cubana en esta instancia también es un punto de inflexión en las relaciones hemisféricas, pues también por primera vez el gobierno cubano se integra a la discusión y concertación política interamericana. A partir de entonces, los gestos y avances para la formalización diplomática de las relaciones bilaterales pasan desde la liberación de presos por espionaje, remoción de Cuba de la lista de estados que apoyan el terrorismo, la expansión de intercambios oficiales en materias de interés común y, finalmente, el restablecimiento de relaciones diplomáticas con la reapertura reciente de embajadas en Washington DC y La Habana.
Una mirada estratégica desde Estados Unidos hacia América Latina pone a prueba la trayectoria y resultado de las propuestas del liderazgo y supremacía tradicional norteamericano. En el contexto internacional de post guerra fría, la oferta hemisférica estadounidense ha sido variada con rasgos de integración y fragmentación regional. En otras palabras, desde la entusiasta y convocante irrupción de la estrategia de la Ampliación de los noventa iniciada por el Presidente Bush padre a través de la Iniciativa de las Américas, al fracaso de la estrategia unilateral de seguridad y prevención del terrorismo del Presidente Bush hijo al comienzo del siglo XXI. En ambas apuestas norteamericanas, Cuba fue reiteradamente excluida de participar y formar parte de su arquitectura multilateral.
Solamente con el advenimiento de una nueva administración estadounidense, en un contexto de crisis estructural de la economía mundial y norteamericana, con manifestaciones de paralización política y declinación hegemónica de Estados Unidos a nivel global y hemisférico, surge una visión y aproximación renovada de la estrategia norteamericana con el triunfo expectante que genera la primera elección del Presidente Obama en el año 2008.
La nueva doctrina de seguridad nacional de Obama (2010) pone fin a las guerras preventivas de su predecesor impulsando a contrario- sensu una estrategia global apoyada en mecanismos multilaterales y apostando principalmente por la diplomacia, colaboración e interacción con organismos internacionales y recurriendo no siempre a la fuerza para privilegiar instrumentos del “poder blando” norteamericano como enfatizar la cooperación económica, el desarrollo científico y energético. La nueva aproximación estratégica del primer gobierno de Obama es un llamado incipiente a compartir responsabilidades de gobernabilidad internacional entre actores tradicionales de la política mundial conjuntamente con el reconocimiento a potencias emergentes y la ampliación creciente de los mecanismos multilaterales internacionales.
No obstante la apertura multilateral y señales de cambio sugeridos por esta nueva estrategia, a nivel hemisférico se podían identificar solo algunas insinuaciones de diálogo con actores y países más distantes de Estados Unidos, pero sin llegar a considerar la inclusión inmediata y sin condiciones de Cuba en los mecanismos interamericanos. Más bien, se mantenía la tendencia fragmentaria y selectiva de privilegiar relaciones con países aliados y más afines a los propósitos estadounidenses. Solo en la más reciente estrategia de seguridad nacional del Presidente Obama (2015) y en un contexto de resurgencia real del liderazgo estadounidense, es más evidente un acercamiento hacia la región, a través de una cooperación amplia tras la promoción de un continente “próspero, seguro y democrático”, por medio de la expansión de la integración y apostando por una nueva apertura hacia Cuba para extender un nuevo compromiso estratégico.
En el marco anterior y conforme a los nuevos lineamientos de la política norteamericana hacia Cuba, cabe formular algunas preguntas que dicen relación con el presente y futuro mediato de las relaciones bilaterales y con los países de la comunidad interamericana. Es decir, qué factores y actores transnacionales y regionales estarían influyendo en la dinámica actual del acercamiento bilateral cubano –americano y cuáles serían las eventuales consecuencias de este reencuentro en las esferas domésticas e internacionales.
El proceso oficial de diálogo y acercamiento que da origen a esta nueva relación entre Estados Unidos y Cuba ha sido aparentemente rápido y fluido- sobre bases mínimas de respeto mutuo- para el logro del restablecimiento y reconocimiento diplomático, como así también en la creciente legitimación doméstica e internacional de las conductas de los gobiernos cubano y estadounidense. Por cierto, en esta empresa inicial, han contribuido personeros gubernamentales como actores transnacionales de la sociedad civil quienes han incentivado y respaldado las gestiones a nivel privado y oficial para la normalización de las relaciones bilaterales y la reintegración efectiva y activa de la nación cubana a la comunidad interamericana.
Los actores oficiales de ambos gobiernos encabezados por los presidentes Obama y Castro y sus respectivos cancilleres Kerry y Rodríguez han tenido la responsabilidad de conducir con voluntad y decisión el proceso político y diplomático. Del mismo modo, ha sido determinante la participación de congresistas estadounidenses, quienes han hecho un trabajo de articulación y seguimiento de las inquietudes y aspiraciones del pueblo estadounidense y cubano. Del lado norteamericano, la justificación de esta nueva política de largo aliento y que beneficiaría a ambas naciones, se sustenta en que los intereses de las partes son mejor atendidos bajo la actual estrategia de “Compromiso” que ha levantado la administración de Obama. Bajo la máxima de “nada que perder y mucho por ganar”, se propone incrementar los viajes entre las dos naciones, apoyar el libre flujo de información e ideas, el reinicio del comercio y la remoción de obstáculos que han hecho difícil a ciudadanos cubano americanos las visitas a sus familiares directos.
En el caso de Cuba se traduce, por ahora, en una apuesta por la amistad y compromiso en la diversidad. Por su parte, la representación oficial cubana apela a una relación mutua de respeto y constructiva sobre la base del reconocimiento soberano a los principios internacionales de autodeterminación y no intervención. Asimismo, la propuesta cubana también apoya la reapertura comercial y la facilitación del turismo con Estados Unidos, pero adelantando objetivos y metas inmediatas a lograr de su contraparte, como es el levantamiento del bloqueo económico.
Respecto a la participación de otros actores internacionales, ha habido un reconocimiento de los gobiernos de Estados Unidos y de Cuba por la permanente preocupación y apoyo por restablecer lazos diplomáticos de parte de los países y gobiernos de las Américas y que hoy día celebran este reencuentro histórico. Cuba, por su parte, junto con agradecer y reconocer la solidaridad de los pueblos latinoamericanos y del Caribe, extienden dicho reconocimiento como una expresión de justicia a la comunidad internacional y a los ciudadanos norteamericanos y cubanos que han estado junto a esta tarea histórica.
También cabe destacar la activa participación y entusiasmo por el acercamiento y normalización de las relaciones entre ambas naciones que han desempeñado autoridades del Vaticano, lideradas por las visiones pastorales y compromisos con la política internacional y hemisférica del Papa Francisco, amén de las gestiones de representantes de la Iglesia Católica Cubana y Norteamericana que han recogido y hecho suyas las demandas y necesidades de las comunidades religiosas locales.
Proyectando la nueva relación cubana-estadounidense hacia el futuro, el camino se avizora arduo y complejo. Sin lugar a dudas que, una vez instaladas las embajadas, la etapa siguiente corresponde a la definición e implementación de la agenda bilateral con temas prefijados y otros que se incorporarán a la misma en la medida en que se desarrollen los procesos bilaterales y multilaterales de los dos países y gobiernos respectivos. Tanto Estados Unidos como Cuba ya han adelantados materias y problemas que les preocupan, más allá de los propósitos y logros ya alcanzados. El debate interno en los Estados Unidos puede reactivarse en la medida de que Cuba no de señales concretas de avances en materia de participación democrática y facilidades de movilidad de personas, inversiones e intercambio comercial entre los dos países. Del mismo modo y, sin perjuicio del apoyo interno creciente y transversal a las decisiones del Presidente Obama (Encuesta Pew Research, julio 2015*) respecto a la normalización de relaciones diplomáticas por las oportunidades que éstas despiertan, se anticipan también problemas posibles con las demandas de indemnización a ciudadanos norteamericanos que fueron afectados por los procesos de expropiación al inicio del gobierno revolucionario. La no respuesta y las omisiones a estas reivindicaciones podrían afectar en el mediano plazo la negociación sobre el fin del embargo a Cuba. Del lado cubano, sus demandas a Estados Unidos sobre indemnizaciones económicas por las pérdidas por causa del bloqueo y las compensaciones que exigen por la ocupación de más de un siglo de la base militar de Guantánamo podrían transformarse en un símbolo de las reivindicaciones de justicia internacional, demanda que podría suscitar la solidaridad latinoamericana y del Caribe en los foros hemisféricos y regionales.
No obstante lo anterior, las expectativas de esta nueva relación hasta ahora despierta entusiasmo y compromiso de las partes, toda vez que los ciudadanos de Cuba y Estados Unidos se manifiestan esperanzados de lograr un modus vivendi pacífico y de buena vecindad, de conocimiento mutuo y de cooperación e integración de sus pueblos. Las relaciones interamericanas debieran entrar también en esta lógica y bajo el mismo espíritu. Por lo menos así lo han insinuado hasta ahora los protagonistas de esta nueva realidad en las Américas.
José A. Morandé L.
Profesor Titular
Instituto de Estudios Internacionales
Universidad de Chile
* Encuesta Pew Research, julio 2015
http://www.people-press.org/2015/07/21/growing-public-support-for-u-s-ties-with-cuba-and-an-end-to-the-trade-embargo/
http://www.pewglobal.org/2015/07/21/latin-americans-approve-of-u-s-re-establishing-diplomatic-ties-with-cuba/