Según Jorge Herralde, figura destacada de la escena literaria española, el editor es “una figura muy opaca. Lo primero que hace es tener un proyecto editorial, ser fiel a él, desarrollarlo con entusiasmo y curiosidad constantes, descubrir nuevos autores, alentarlos y hacer con los más destacados lo que se llama una política de autor, o sea, cuidarlos a lo largo de su vida, incluso cuando tienen baches, siempre que esos baches no se repitan muy a menudo”. Y se podría decir, que este oficio fue en gran parte creado y recreado por Carmen Balcells, la legendaria editora catalana que ha muerto y que ha dejado huérfanos a más de un centenar de autores.
No sin razón, le llamaban la Mama Grande de la literatura hispanoamericana, quien sin haber pasado por la universidad ni haber hecho master o diplomado alguno, vino a cambiar el negocio editorial europeo en unos pocos años. Su primer fichaje de esa nacionalidad fue el escritor español Juan Goitosolo, sin embargo, lo que hizo a partir de un entonces desconocido grupo de escritores latinoamericanos, fue lo que le permitió reconvertir el oficio de editor. Así fue cómo Carmen Balcells, sin haber escrito una línea, quedó para siempre ligada al Boom Latinoamericano con autores como Mario Vargas Llosa pero, sobre todo, Gabriel García Márquez. Fue la primera en creer en el que era entonces un periodista colombiano medio zángano, como le fue descrito, quien tenía bajo el brazo sus Cien años de soledad. Carmen Balcells los tomó a ambos y los transformó en un Premio Nobel de Literatura al primero y en un clásico de la literatura universal, al segundo. Y si bien el escritor colombiano Gabriel García Márquez escribía para que lo quisieran, como lo señaló tantas veces, su editora sentía por él un sentimiento que podía resumir en el 40 por ciento de su facturación, como le respondió cuando le preguntó por sus afectos hacia su persona.
La tajante, irónica, seca y temida enemiga, podía convertirse en la más fiel confidente, guardaespaldas y mejor promotora que un escritor haya podido aspirar jamás. Carmen Balcells logró lo que pocos escritores han hecho en la historia de la literatura universal: hacer de su oficio un trabajo rentable, y en muchos casos, Mama Grande logró amasar considerables fortunas con ellos, entre los que contaba a cinco Premios Nobel.
A sus 85 años, ya casi no se movía de su amplio departamento en pleno centro de Barcelona. Recibía en su casa como si fuera el mejor restorán de la ciudad. Para ello, tenía a un chef y a un séquito de empleados con los que recibía a sus invitados como a verdaderos reyes. Los opíparos y frecuentes festines en el piso superior de su despacho editorial, le impedían caminar pero no así llevar hasta el dedillo el manejo de su pujante negocio. Desde ahí escribía profusamente cartas, revisaba los contratos y manuscritos, material que junto a primeras ediciones, fotografías y bibliografías vendió al Estado español por la suma de tres millones de euros, hace cinco años.
Carmen Balcells, desde la segunda mitad del siglo XX y hasta hoy, fue el dolor de cabeza de muchas editoriales que debieron negociar con ella para los derechos de un Pablo Neruda, por ejemplo, a los que sabía sacarle el mayor rédito, para alegría de la Fundación chilena heredera de su legado, entre tantos otros. La lista de sus autores-clientes es amplísima y se encuentran nombres como Rafael Alberti, Miguel Delibes, Manuel Vázquez Montalbán, Juan Marsé y Eduardo Mendoza, entre los españoles.
Con el advenimiento del nuevo siglo anunció su retiro y los escritores temblaron, sin embargo, no lo hizo del todo, ya que trabajó hasta su último día. Se preocupó de preparar y dejar en su lugar al gestor cultural Guillen d’Efak a cargo de la agencia que aún lleva su nombre.
El año pasado volvió a sorprender cuando fusionó, aunque no completamente, su empresa con la del agente más temido e influyente de lengua inglesa, para formar la agencia Balcells & Wylie.
Ha muerto Carmen Balcells y con ella una etapa de la industria editorial.