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París, violencia geopolítica y muerte de inocentes

Una serie de tendencias han cambiado el mundo hasta hacer posible la matanza de este viernes en la capital de Francia. En ellas, las grandes potencias occidentales son co-responsables de las muertes inocentes en su territorio y en Medio Oriente.

Patricio López

  Sábado 14 de noviembre 2015 16:39 hrs. 
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Dos cosas emergen después de una nueva y dolorosa muerte de decenas de inocentes, esta vez en las calles de París. Primero, que las ideas sobre Dios son hoy la principal causa de muerte violenta en el mundo. Y segundo, que se confirman los efectos desastrosos de la intervención de las potencias occidentales en Medio Oriente.

Más de 15 horas después de que comenzara la serie de ataques terroristas que sumieron a Francia en un estado de pánico, el grupo Estado Islámico se adjudicó la responsabilidad de los actos que causaron la muerte de 129 personas y e hirieron gravemente a otras 99. En su proclama, amenazó con nuevos ataques a Francia y sus aliados.

Respecto a la relación entre religión y violencia, la manifestación más reciente es el avance del ISIS en Irak y Siria, junto con su persecución a todos los credos calificados de “infieles”, en cualquier parte del mundo. Además, nos recuerda que todos los conflictos en Medio Oriente, incluidos la guerra civil siria, que ha dejado 310 mil muertos, tienen componentes religiosos y se pueden extender territorialmente a cualquiera de los países que se impliquen en ellos, como ocurrió ahora en París.

En los dos últimos años, la persecución religiosa se ha agravado hasta el punto de alcanzar la mayor cantidad de desplazamientos de refugiados por este motivo que se recuerden, según el informe “International Religious Freedom” presentado por Estados Unidos. Si hay algo que demuestra este estudio y otros es que no hay religiones libres de practicar o padecer la violencia y que, si bien grupos islámicos radicalizados como ISIS y Boko Haram son especialmente cruentos, también hay grupos cristianos que pueden ser implacables en la opresión y el asesinato, como ocurre en la República Centroafricana. Lo que ha sucedido en la capital francesa, entonces y lamentablemente, es solo un capítulo más de una situación que se produce a diario.

Pero además hay que decir que el avance de estos grupos no hubiera sido posible sin la intervención desestabilizadora de las potencias occidentales en la región, que en su última fase se iniciaron cuando el gobierno de George W. Bush invadió Irak en 2003, bajo la excusa falaz de que Sadam Hussein poseía armas de destrucción masiva, cuestión que agudizó el sentimiento anti-occidental y, lejos de maniatar a Al Qaeda, dio lugar a otros grupos que decidieron hacer frente a la magnitud de la agresión. Así se consolidó el Estado Islámico.

Como en una carambola que nunca se detiene, los intentos de Estados Unidos y sus aliados europeos por destruir a sus enemigos han ido creando adversarios y problemas mucho mayores que los originalmente combatidos. Por de pronto, las invasiones en Afganistán, Libia e Irak han desatado el caos y la destrucción del orden social en esos países. Si Sadam Hussein y Muammar Gaddafi, ejecutados por estas potencias, estuvieran vivos, el Estado Islámico con toda seguridad estaría hoy controlado en su propio territorio.

Más aún, desde que se iniciaran en agosto del año pasado los ataques de la coalición europea-estadounidense contra las posiciones de este grupo, muy rara vez los grandes medios de comunicación y los dirigentes políticos de las potencias occidentales se han hecho preguntas que habrían ayudado a entender mejor los aberrantes ataques de este viernes, tales como el número de civiles muertos en ataques aéreos, el real nivel de daño provocado al ISIS y el impacto de estas acciones en la profundización del sentimiento anti occidental.

De esto se desprende que si se comparte la aspiración de que exista  una ciudadanía bien informada, lúcida y capaz de fiscalizar a sus gobernantes, la ola de indignación debe alcanzar también para ver a los otros muertos, a los otros inocentes. Aquellos miles que han perecido en los países de donde proviene el Estado Islámico y sin los cuales este ataque no hubiera tenido excusas para llevarse a cabo.

Por otra parte, el cierre de las fronteras francesas, que no se producía desde la Segunda Guerra Mundial, tiene un especial simbolismo porque ha terminado de cuajo con uno de los principios fundamentales y más simbólicos de la Unión Europea, que es la libre circulación de personas. Este criterio está contenido en el Acuerdo de Schengen, por el que Europa suprimió los controles entre sus países. Este pilar ya había sido golpeado por la crisis migratoria, problema cuya raíz es compartida con la de estos atentados, al punto que la canciller alemana, Angela Merkel, ha afirmado que si la Unión Europea fracasa en su intento de dar respuesta a esta demanda, corre el riesgo de “romper el vínculo” que une a Europa con los “derechos humanos universales”, un elemento que a su juicio es fundacional del bloque.

Pero no es preciso y confunde decir que en esta situación haya un actor que tenga superioridad moral, ni que el atentado sea “contra la libertad” ni contra los valores descritos por la canciller: “la humanidad, el amor al prójimo, en la alegría de la comunidad …el derecho de cada individuo a vivir y a buscar su propia felicidad, en el respeto a los otros y en la tolerancia»”. Porque la realidad es distinta: durante el breve periodo transcurrido desde 1945 hasta ahora se han producido, con relativa ignorancia de la opinión pública, el mayor  número de masacres en la historia de la humanidad. Cuando aquellos crímenes se producen contra las potencias occidentales, son profusamente exacerbados por los medios; en cambio, cuando se realizan en nombre de la libertad y la democracia, nadie se entera. En esos casos, las víctimas son lo que inquietantemente el escritor George Orwell llamó los unpeople.

Horas después de los atentados, potencias como Alemania y Estados Unidos ya han anunciado y luego ejecutado “respuestas” a los atentados, donde por cierto está muriendo una cantidad indeterminada de civiles. Si no se ofrece resistencia lúcida a los discursos del poder, seguirá ocurriendo la muerte de inocentes en nombre de otros inocentes que murieron antes. Debemos tomar partido por todos ellos.

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