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El llamado de la gloria

Sumergirse en el Museo Nacional de Antropología de Ciudad de México es hacerlo no solo en los objetos y monumentos que se conservan de culturas ya extintas en su forma antigua, sino que en una forma de habitar este territorio llamado México por muchos pueblos que viven aun en esas tradiciones.

Vivian Lavín

  Miércoles 2 de diciembre 2015 9:06 hrs. 
Antropología

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El Museo Nacional de Antropología de Ciudad de México es una de las mayores joyas museográficas de este país y del mundo. Asentada en el parque de Chapultepec, ofrece un paseo por la historia del hombre y, en particular, de las culturas mesoamericanas.

Al interior de un edificio que evoca las colosales dimensiones de otros que fueron erigidos en el Valle de México por las culturas de Teotihuacán y luego Tenochtitlán, es posible entender de un solo golpe lo mucho que tenemos que aprender de los mexicanos. En los muros del edificio se pueden leer frases del Popol Vuh y de ciertos códices, pero la que está en el friso que recibe a los visitantes, es una cita de Jaime Torres Bodet, su fundador, y se trata de un llamado que remece las conciencias: “Valor y confianza ante el porvenir hallan los pueblos en la grandeza de su pasado. Mexicano, contémplate en el espejo de esa grandeza. Comprueba aquí, extranjero, la unidad del destino humano. Pasan las civilizaciones, pero en los hombres quedará siempre la gloria de que otros hombres hayan luchado por erigirlas”.

Sumergirse en el Museo Nacional de Antropología de Ciudad de México es hacerlo entonces no solo en los objetos y monumentos que se conservan de culturas ya extintas en su forma antigua, sino que en una forma de habitar este territorio llamado México por muchos pueblos que viven aun en esas tradiciones. Por eso en el piso superior del enorme edificio que ya casi cumple 50 años de vida, están las expresiones culturales de todo ese legado histórico que se materializa en la vida de hombres y mujeres de este país en la actualidad. Así como nuestro Museo Nacional de Bellas Artes está en medio del Parque Forestal y se ha hecho parte del paseo de los santiaguinos que, en el búsqueda de un lugar de recreación, particularmente los fines de semana, ingresan de manera espontánea también al Museo de Arte Contemporáneo, los mexicanos lo hacen a un museo que les permite entender esa grandeza a la que alude Torres Bodet y a contemplarse en la riquísima herencia que de la que son legatarios.

Un museo de antropología es un espacio de reflexión sobre el pasado y la oportunidad empaparse de manera directa con las formas que adquirieron las mismas emociones y sentimientos de hombres y mujeres del pasado y que persisten en el hombre moderno. De aquí que en el caso del Museo mexicano, la participación de destacados artistas de ese país haya permitido profundizar, a través de obras plásticas de un alto valor estético y también didáctico, los ejes trazados por los especialistas.

En esta misma línea, el Museo Chileno de Arte Precolombino ha hecho un trabajo que merece todos los elogios y que por algo, es una de las joyas de nuestra ciudad que bien saben reconocer quienes la visitan. Algunos de ellos, los que viajan por barco, toman un bus en Valparaíso directo hasta el Museo en pleno centro de la ciudad de Santiago, para luego regresar y continuar con el periplo marítimo. Porque si bien se trata de un museo de arte de los pueblos precolombinos, es decir, no es un museo antropológico, es a través de las piezas que se exhiben pero sobre todo, la manera de presentarlas, que logran ese contacto emotivo y respetuoso de quienes lo visitan.

Se acaba de inaugurar la exposición Mantos Funerarios de Paracas: Ofrendas para la vida, que reúne una selección de 52 objetos arqueológicos de esta cultura que vivió al sur del Perú, donde lo que podría haber sido una muestra de textiles más, nuevamente los especialistas de este Museo sorprenden a los visitantes con una experiencia conmovedora de lo que significaba la muerte para este pueblo.

La disposición, los cuidados, en cuanto a la temperatura, humedad y sobre todo la luz, obligan a los visitantes a ser respetuosos con objetos delicados de una data que antecede la era cristiana. Pero además, la muestra contempla una suerte de holograma que permite ver cómo se formaban esta suerte de huevos humanos en los que quedaban envueltos sus muertos, las diferentes capas de mantos y los tejidos que hacen de estos textiles a los bordados más famosos del mundo.

Una experiencia imperdible que tenga un marco de público como el mexicano, en el que cursos completos de niños y niñas de todas las edades son el grueso de los visitantes. Los nuestros ya están saliendo de vacaciones, por lo que ojalá sea la oportunidad de hacerlo en familia, obedeciendo el llamado de Torres Bodet, en eso de que las “las civilizaciones pasan, pero en los hombres quedará siempre la gloria de que otros hombres hayan luchado por erigirlas”.

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