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Abuso sexual en universidades: El derecho a estudiar sin violencia

La falta de reglamentación en las universidades y el descrédito hacia las pocas víctimas que se atreven a denunciar son la tónica del abuso sexual cometido en contextos académicos; un tipo de violencia de género que, pese a ser más frecuente de lo que se imagina, permanece invisible.

Oriana Miranda

  Sábado 12 de diciembre 2015 18:40 hrs. 
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Martha tiene 30 años y es estudiante de doctorado del Instituto de Ciencias Nucleares de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es morena y menuda y se expresa con claridad y firmeza a pesar del calvario por el que ha tenido que pasar durante los últimos 19 meses.

El 16 de mayo de 2014, Martha fue a una fiesta en el departamento de uno de sus compañeros de laboratorio. Al comenzar la noche, Víctor Hugo Flores, amigo del dueño del departamento y estudiante de maestría del mismo Instituto, le ofreció un vaso de mezcal que ella aceptó. Eso es lo último que recuerda.

La mañana siguiente, Martha despertó junto a un saco de dormir manchado de vómito, desorientada y adolorida. “No sabía dónde estaba ni lo que había pasado, no recordaba nada y la sensación que tenía era que no había dormido en toda la noche. Mi blusa estaba sucia y cuando vi mi pantalón noté que el cinturón sólo estaba sobrepuesto y el cierre desabrochado; en esos días yo estaba menstruando y mi toalla femenina estaba hecha bola y el líquido estaba diluido, lo atribuí a que me había hecho pipí. Eso me puso muy triste”, recuerda la estudiante, cuyo primer sentimiento fue la culpa por haber bebido hasta tal punto. Cinco meses después, en una conversación con una de sus compañeras presentes en aquella fiesta, Martha se enteró de que había sido violada.

Según la declaración penal de la testigo, después de beber el vaso de mezcal Martha quedó en un estado de inconciencia severo y sus compañeros decidieron acostarla en un saco de dormir en la sala. Al poco tiempo escucharon ruidos y, al dirigirse al lugar, vieron a Víctor Hugo Flores sobre ella, que estaba desnuda de la cintura para abajo. Ellos interpretaron la relación sexual como consentida y la permitieron, sin nunca contarle a Martha lo que había sucedido.

Martha enfrentó a su agresor e hizo la denuncia en la justicia y ante las autoridades de la UNAM, la que derivó en una audiencia en el tribunal universitario. “Cuando fui a declarar, mi agresor estaba sentado en la mesa con los miembros del tribunal. Las preguntas de su abogado defensor eran ¿eras virgen? ¿Sueles dormir fuera de tu casa? ¿Tu consumo de alcohol en las reuniones es alto, medio o bajo? ¿Es cierto que te acostaste con tal fulanito? Preguntas así, todas enfocadas a visibilizarme como una mujer alcohólica y puta”, relata.

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Ante la paralización del proceso penal y la nula respuesta de la UNAM, Martha decidió acudir a organizaciones de mujeres y hacer público su caso. Un mes después de que la Red No Están Solas organizó una protesta en la Universidad, a fines agosto de este año, el tribunal universitario emitió la expulsión definitiva de Víctor Hugo Flores, quien sin embargo apeló a la Comisión de Honor y Justicia del Consejo Universitario. Martha y el resto de compañeras que se unieron a su lucha esperan que esa instancia ratifique la expulsión, para así marcar un precedente en las denuncias de violencia sexual en la universidad.

Lamentablemente, casos como el de Martha se multiplican en las universidades de la región. Uno de los más polémicos es el ocurrido en la prestigiosa Universidad de São Paulo (USP) en Brasil, donde a mediados del año pasado una decena de estudiantes de Medicina denunciaron ante el Ministerio Público haber sido abusadas sexualmente en fiestas dentro del campus. Con el tiempo, más estudiantes de otros cursos hicieron públicas las agresiones de las que habían sido víctimas, por lo que la USP, que en un primer momento intentó ocultar las denuncias, se vio obligada a crear una comisión investigadora de violaciones y consumo de drogas en la institución.

Al día de hoy, existen siete investigaciones penales abiertas por casos de violación en la USP y quienes cometieron los abusos siguen impunes, formándose para ser médicos. El cántico “violaciones sí, ¿qué tiene?, si reclamas te violo a ti también” se tornó popular en el campus.

SP - ATO / VIOLENCIA CONTRA A MULHER / USP - GERAL - Grupo de alunas da faculdade de medicina da Universidade de São Paulo (USP) realizam um protesto em repúdio aos recentes casos de violência cometida contra as mulheres da universidade durante a manhã desta terça feira, na Av. Dr. Arnaldo, em frente ao campus. 25/11/2014 - Foto: NELSON ANTOINE/FRAME/FRAME/ESTADÃO CONTEÚDO

Cada 11 minutos una mujer es violada en Brasil. Recientemente, el estudio “Violencia contra la mujer en el ambiente universitario”, realizado por el Instituto Avon y Data Popular, reveló que un 27 por ciento de los hombres entrevistados cree que, si una mujer ha bebido de más, abusar sexualmente de ella no es una forma de violencia.

La encuesta entrevistó a 1823 estudiantes de pre y postgrado de universidades públicas y privadas de todo Brasil. Un 13 por ciento de los hombres admitió haber cometido al menos un tipo de agresión sexual y un 28 por ciento de las mujeres admitió haber sido víctima de algún tipo de violencia de esa naturaleza.

Entre las universitarias, un 56 por ciento se reconoce víctima de acoso sexual, un 11 por ciento ha sufrido un intento de violación estando bajo los efectos del alcohol, un 10 por ciento admite haber sido víctima de violencia física y un 36 por ciento ha dejado de participar de actividades académicas por miedo a ser agredida. A pesar de ello, un 63 por ciento de las estudiantes brasileñas víctimas de violencia dice no haber tenido ningún tipo de reacción contra sus agresores.

De acuerdo al último estudio de Naciones Unidas, a nivel mundial, sólo el 40 por ciento de las mujeres víctimas de violencia busca ayuda y la mayoría de ellas recurre a familiares y amigos y no a la justicia. “En la mayoría de los países con información disponible, el porcentaje de mujeres que buscó ayuda de la policía, del total de aquellas que buscaron ayuda, fue menor al 10 por ciento”, detalla el informe.

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En las universidades chilenas no existen políticas claras respecto a la violencia de género. En marzo de este año, la Oficina de Igualdad de Oportunidades de Género de la Universidad de Chile publicó un Manual de orientaciones para enfrentar el acoso sexual, documento en el cual se reconoce la existencia de situaciones de abuso en distintas facultades, sobre todo en la relación profesor-alumna. Sin embargo, el informe consigna que, a pesar de que los casos son conocidos por el entorno social de las víctimas, escasamente son denunciados.

“No existe un protocolo de atención a estudiantes víctimas de violación, por lo tanto cada unidad académica opera de acuerdo a sus propios criterios”, explica Ana Bolena, miembro de la Secretaría de Sexualidades y Géneros de la Fech. A su juicio, “es muy importante implementar algún tipo de reglamentación para que académicos, funcionarios y estudiantes se sientan protegidos en el lugar donde se desenvuelven; que la universidad no sea un espacio de vulnerabilidad donde además de lidiar con la carga académica o de trabajo, tengan que lidiar con el peso extra del abuso sexual, el cual muchas veces es causal para abandonar el lugar de estudios, congelar o decidir cambiar de trabajo”.

Para Silvana del Valle, abogada de la Red chilena contra la violencia hacia las mujeres, es indispensable e incluso obligatorio que las instituciones de educación superior creen mecanismos de prevención y sanción a los abusos sexuales. “Estando al servicio de la persona humana y el bien común en el ejercicio de sus funciones, a las universidades estatales les corresponde el rol de garantes de los derechos humanos, dentro de los que se encuentran la vida e integridad física y psíquica, la libertad y la igualdad ante la ley, todos derechos afectados por violaciones y otros abusos sexuales. En este sentido, es importante destacar la afectación específica a la igualdad de oportunidades que sufren las víctimas en el ejercicio a su derecho a la educación o al empleo”, explica.

“El riesgo de abuso sexual en las universidades chilenas, al situarse éstas en una cultura machista, es alto. Me parece que generar normas para prevenir y sancionar, incluso definiendo los abusos sexuales con criterios menos restringidos que los usados en la ley penal, es necesario y posible”, agrega.

En una encuesta realizada el año 2005 a 950 estudiantes de una universidad pública chilena,  un  17 por ciento de las mujeres admitió haber sido víctima de violencia sexual en los últimos 12 meses, así como un 11 por ciento de los hombres. El consumo de alcohol u otras substancias por la víctima o el agresor estaba involucrado en la mayoría de los incidentes más severos.

Al respecto, Ana Bolena enfatiza que, aunque la situación de abuso haya sucedido en un contexto festivo, la universidad tiene el deber de involucrarse, ya sea porque el agresor o la víctima son miembros de una comunidad universitaria. “Me da la impresión de que esto corresponde a una construcción cultural donde varios ven este contexto como adhoc para cometer una violación o una agresión sexual, porque la víctima no está dentro de sus cabales para enfrentarse a este tipo de violencia”, agrega.

“Vivimos en una cultura de la violación y de culpabilización de la víctima. Si cuando estamos sobrias el acoso es frecuente, cuando nos encontramos bajo el efecto del alcohol o las drogas es aún más presente y, muchas veces, más violento. La mujer es constantemente desacreditada al decir que sufrió abuso o acoso mientras estaba bajo el efecto de alguna substancia; somos muchas veces ridiculizadas por exponer esos asuntos que, de tan naturalizados, transforman estas situaciones de violencia en banales”, afirma Gabi Moscardini, estudiante de Periodismo de la Universidad Federal Fluminense (UFF) en Rio de Janeiro y una de las creadoras de La UFF es pública, mi cuerpo no, iniciativa que pretende mapear los lugares en la universidad y sus alrededores donde las mujeres han sido víctimas de acoso o abuso.

A más de un año y medio de su agresión, Martha continúa en terapia sicológica individual y grupal y acumuló varios meses de trabajo atrasado en su doctorado, el que debe terminar en el próximo semestre. Sin embargo, no se arrepiente de haber denunciado. “Cada persona tiene su proceso, somos diferentes, pero en mi caso fue el mejor camino. Tener un stress post traumático de ese tipo implica muchas cosas, una es que no puedes dormir o si duermes tienes pesadillas. Todo el tiempo está ese pensamiento de que la vida no vale nada, el mundo no vale nada. ¿Y eso cómo lo sacas, si no tienes ni una migaja de justicia? Entonces, la denuncia era lo que yo tenía para tener acceso a la justicia y la recuperación. No importa que ahora todo el mundo sepa quién soy y lo que me pasó, eso es lo de menos. Antes no pasaba ni un segundo de mi vida sin que pensara en eso y ahora lo veo de otra manera, no como algo que me consuma”, afirma, a la espera de la resolución penal que ponga a su violador tras las rejas.

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