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Lo que quiero decir y no lo que estoy diciendo

Mucho nos cuesta a los chilenos, a diferencia de otras latitudes, expresarnos de manera fluida en nuestro propio idioma, pero esto de decir sin decir o diciendo otra cosa ya es pedir demasiado.

Vivian Lavín

  Martes 15 de diciembre 2015 11:47 hrs. 
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Una costosa campaña publicitaria de una casa de deportes aparecida hace unos días en la prensa chilena ha suscitado una interesante polémica. Se trata de Sparta, una empresa de venta de artículos deportivos de larga data que publicó, tanto en prensa escrita como internet, una campaña que con la misión de promover el deporte y, por cierto, la compra de los implementos que se requieren para practicarlo, los usuarios desechen malos hábitos de sus rutinas. Es una campaña de Navidad cuyo eslogan es “Regala deporte” y el llamado en cada pieza publicitaria invita a cambiar twittear por entrenar, cambiar estrés por bienestar, cambiar consolas por pedales, entre otros. El aviso polémico es el que dice “cambia leer por entrenar”, lo que produjo la inmediata indignación de muchas personas que se manifestaron a través de las redes sociales, el espacio donde se conversa en la actualidad sin censura.

Por supuesto que el texto del aviso es provocativo e indignante. Poner a la lectura como un mal hábito e invitar a cambiarlo por el deporte es no entender nada, menos lo que la filosofía griega -de donde hereda su nombre la tienda deportiva- explicita con eso de “mente sana en cuerpo sano”. El ideal griego, sea en Atenas o Esparta, está dado por el cultivo de la mente y del cuerpo. Las Olimpíadas nacieron en esas latitudes como también es la cuna de la filosofía y del pensamiento. De modo que contraponer lectura y deporte es un sinsentido. De allí la perplejidad y consecuente molestia que causó no solo a internautas sino que a todos lo que vimos el aviso, que debido a la funa popular fue retirado de la página oficial de Sparta.

Sin embargo, y después de la lectura aclaratoria de otros mensajes que llovían en las redes sociales, uno se puede dar cuenta que a lo que apuntaba el fondo del mensaje del aviso no era a dejar de leer a secas, sino que a cambiar el hábito de leer sobre deportes en lugar de ejercitarlos, es decir, que el verdadero deporte fuera la práctica física de estos y no la intelectual que implica la lectura sobre ellos en diarios y revistas. Pareciera ser que esta fue la intención primitiva del redactor de esta pieza publicitaria, sin embargo, ni él ni su director creativo, como tampoco toda la línea de profesionales de marketing de la agencia publicitaria, como tampoco el cliente que la aprobó finalmente, repararon que la redacción de este mensaje estaba errada. El problema es que queriendo decir una cosa, expresaron literalmente otra: algo así como todos aquellos que lean este aviso entiendan lo que queremos decir y no lo que estamos diciendo. Un error que denota justamente falta de lectura, de cualquier tipo de lectura, no solo la deportiva y que nos permite reflexionar sobre el uso correcto del castellano. No se trata de convertirnos en puristas sino que las palabras sean verdaderamente un vehículo de lo que queremos expresar, que para eso fueron creadas, y que sabemos no siempre son capaces de refundir en conceptos la enorme paleta de emociones que surgen en nosotros. El castellano es en sí una poderosa herramienta de comunicación para esos 600 millones de personas que lo hablan y se comunican entre sí, y el esfuerzo que han venido haciendo las academias de la Lengua es aceptar sus diferentes usos y adaptaciones, desplazando la idea de que solo el castellano que se habla en España es el correcto en detrimento del que hablamos argentinos, peruanos, ecuatorianos o chilenos.

Sin embargo, una cosa es esta apertura idiomática y otra la de aceptar por dicho lo que no se dice. Mucho nos cuesta a los chilenos, a diferencia de otras latitudes, expresarnos de manera fluida en nuestro propio idioma, ya que muy pronto surgen ciertos ripios y muletillas que nos retratan en esa discapacidad oratoria de la que adolecemos, insisto, a la hora de compararnos con la labia de nuestros vecinos, por ejemplo. Pero esto de decir sin decir o diciendo otra cosa ya es pedir demasiado.

Sparta no solo debiera regalar deporte, como reza su slogan. También debiera hacer del buen hablar su mejor ejercicio.

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