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La Isla de los Muertos, una huella en el agua con tierra a la vista

Los obreros protagonistas de esta historia eran de Chiloé y fueron “enganchados” (contratados) por la Compañía Explotadora del Baker entre octubre y diciembre de 1905. Su labor consistía en la corta de ciprés, en el curso inferior y medio de río Baker, y en despeje de sendas. A principios del siglo XX era costumbre que agricultores y campesinos vendieran su fuerza laboral durante la época estival para ir a faenas en Patagonia y también al norte de Chile. Lo que se estilaba era un contrato de 6 meses, por lo tanto, en mayo o junio de 1906, debían ir a buscarlos a la faena. Sin embargo, la embarcación no llegó. Las cantidad de obreros en faena fueron 209, las víctimas fatales, 59 en Baker y entre 2 y 12 en Chiloé, estas últimas producto del deterioro físico.

Ivonne Coñuecar Araya

  Sábado 9 de enero 2016 10:58 hrs. 
isla de los muertos

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El libro La tragedia obrera de bajo Pisagua. Río Baker, 1906 (Ediciones Ñire Negro, 2015) es el producto de una investigación realizada por el escritor y antropólogo Mauricio Osorio Pefaur sobre la Isla de los Muertos del Baker. Se trata de una reconstrucción histórica, ese desafío que tambalea entre mitos que dan sentido a comunidades, esa que escasamente se visita en los archivos, esa que puede esperar décadas hasta que alguien despierta una verdad. Y así fue que comenzó este investigador. El móvil: una invitación a un proyecto de radioteatro sobre la Isla de los Muertos y él, con su respeto hacia la historia de Aysén, comenzó un peregrinaje que llevó a la fuente, visitar espacios, prensa, elucubraciones, oralidad, sin proponerse romper el halo de misterio que había en la historia, aunque ésta finalmente se develó.

Sucede que para Osorio esta historia tiene procesos de ocultamientos, como una especie de capas que se fueron dejando encima. Siempre estuvo ahí esta tragedia, para que se pueda analizar, reflexionar, buscar culpables y hacer que la justicia efectivamente ejerciera su acción. Pero nunca se hizo y ahí comenzó la investigación que finalmente queda inscrita en este libro, con la necesaria obsesión para abrirse paso. Osorio es capitalino, estudió antropología en la Universidad de Chile y llegó en 1996 a Coyhaique, una zona que suele ser arisca y celosa con los afuerinos, sobre todo cuando se trata de su historia y costumbres. Él ha ido por el camino salvaje con respeto, sus primeras investigaciones fueron sobre artesanía aysenina (Osorio también es tejedor), luego se trataron de historia y antropología. Hoy por hoy desarrolla sus proyectos a través de Ñire Negro producciones y editorial, de la que es cofundador.

Mauricio Osorio

Mauricio Osorio

El proyecto de radioteatro se llevó a cabo, pero Osorio fue tras los pasos perdidos de las tumbas, “a nivel personal significó un descubrimiento muy potente enfrentarme a un hecho histórico y sentir que tuve esta oportunidad de develar este acontecimiento histórico mantenido en un halo de misterio que a la luz de los antecedentes no se merecía. Hay un tratamiento de este sitio funerario con una información que ha sostenido un misterio y una relativa imposibilidad de conocimiento de lo sucedido. Y eso es una responsabilidad compartida, somos varios investigando Aysén. Isla de los Muertos estaba ahí, con la lógica de no sostener una verdad histórica. Ahora se abre una posibilidad de entender la acción humana y el contexto en que se tomaron decisiones, para poder comprender y crear un juicio al respecto. A muchos les puede interesar un sitio funerario con esas características, en el ámbito del turismo es sugerente que el visitante no sepa bien qué ocurrió. Me estoy jugando por una tesis sostenida en diversas fuentes y que contradice en varios aspectos a lo que se ha escrito hasta ahora”, dice Osorio.

Por décadas trascendió que en 1906 un grupo de obreros habrían sido abandonados a su suerte en la faena en el Baker, que hace un par de décadas se conoció como la Isla de los Muertos del Baker. “Tenía sospechas de la versión original, no había habido suficiente profundización en la investigación. Todos cerraban con que era un misterio, cuando encontré los primeros hallazgos, en la prensa de 1906, se mezclaron muchas sensaciones, sobre todo sorpresa. La prensa sí trató el tema, sí se conoció y entonces pensé cómo nadie buscó nunca alguna referencia en la prensa de la época”.

La isla de los Muertos tiene un origen desafortunado, no es un contexto ritual ni que dé cuenta de una forma de vida de una comunidad, sino que es una impronta a ciertos ámbitos de humanidad salvaje en Aysén. Eso sí, el cementerio se conforma, a pesar de toda esta situación de crisis que vive un grupo humano, bajo las lógicas culturales de ese mismo grupo humano, explica Osorio en cuanto a los espacios rituales funerarios. Los obreros logran la sepultación y darle el sentido de humanidad a todo lo que está ocurriendo. Sólo una de las treinta y seis tumbas tiene inscrito un epitafio dedicado a Melchor Navarro.

La tragedia siempre se supo

Lo que este libro intenta es enfocar el relato desde los obreros, las reales víctimas. En esta tragedia hay dos responsables, la empresa ganadera y el Estado chileno, cuyo gobierno del momento se desentendió de la situación, pese a que se le comunicó al Ministerio del Interior lo que sucedía en el Baker. Era una molestia el tema de los obreros porque, además, en el norte del país su organización estaba creciendo cada vez más en fuerza y demandas.

Los obreros protagonistas de esta historia eran de Chiloé y fueron “enganchados” (contratados) por la Compañía Explotadora del Baker entre octubre y diciembre de 1905. Su labor consistía en la corta de ciprés, en el curso inferior y medio de río Baker, y en despeje de sendas. A principios del siglo XX era costumbre que agricultores y campesinos vendieran su fuerza laboral durante la época estival para ir a faenas en Patagonia y también al norte de Chile. Lo que se estilaba era un contrato de 6 meses, por lo tanto, en mayo o junio de 1906, debían ir a buscarlos a la faena. Sin embargo, la embarcación no llegó. Las cantidad de obreros en faena fueron 209, las víctimas fatales 59 en Baker y entre 2 y 12 en Chiloé, estas últimas producto del deterioro físico.

Tras una serie de acontecimientos que se detallan en el libro, se establece que el vapor que rescata a los obreros fue contratado, contrario a lo que se piensa que había llegado fortuitamente a rescatarlos, como un naufragio donde se tuvo que involucrar forzosamente. El vapor pertenecía a la empresa Braun y Blanchard.

Aysén, territorio de concesiones

El poblamiento de Aysén hacia principios del siglo XX ocurrió mediante la modalidad estatal de concesiones de tierra, “el Estado se desentendió de este territorio, lo seccionó y lo entregó y dejaron que los privados hicieran lo que supuestamente sabían hacer para llevarlo al progreso. Era un feudo en el cual prosperaron algunas empresas y se repartió entre personas conocidas, no había competencia. Fue una red de especuladores, palos blancos y los dueños del capital que se las arreglaron para tener este territorio de una u otra forma. En Aysén se ha planteado esa historia de la entrega de tierras de una manera tan dosificada y con la lógica de la prosperidad y de la importancia del capital para poder desarrollar y civilizar un territorio donde no hay nada, que creo que mucha gente en Aysén considera que eso fue bueno, sin episodios oscuros o matices propios de una época donde la vida era cruda y dura”, señala Osorio.

Y agrega, “en el caso de la Compañía Explotadora del Baker, se ha sostenido que la fuente de capital que la forma son los Braun de Punta Arenas, con algún apoyo de miembros de la burguesía emergente de Santiago y Valparaíso. Se ha contado más de la familia Braun porque la historia ha sido contada desde una perspectiva más magallánica. Sin embargo, el principal accionista no tiene que ver con capitales magallánicos, sino que de la familia Subercaseaux de Santiago”.

Versiones y ocultamientos

El “enganche” se producía entre familiares, lo que se transformaba en núcleos de cuidado y economía familiar, también se incluía a los vecinos. Esto viene a refutar un artículo que Mateo Martinic escribió el 2008, donde se expone un antecedente escrito en 1908 por un ciudadano inglés, en el que relataba haber recibido en el mismo Bajo Pisagua la versión de que algunos de los obreros les habían cobrado a los que se estaban muriendo por llevarles agua o un plato de comida. Este inglés lo escribió en un medio de prensa de Magallanes, como parte de una crónica de viajes que hizo por el Aysén, deteniéndose en Bajo Pisagua donde conoció al administrador W. Norris quien supuestamente le habría contado aquello. Martinic plantea que aquello constituyó una clara “manifestación de insolidaridad de parte de algunos obreros sanos respecto de sus compañeros enfermos”. Osorio, en tanto, plantea que los hechos hay que mirarlos con una perspectiva antropológica y reflexionar sobre la generación de redes de apoyo, de protección entre los familiares en una situación de crisis, de este modo lo que a ojos foráneos pareció un aprovechamiento y afán de lucro, pudo ser en realidad el intercambio entre familiares con el fin de resguardar las pocas pertenencias que cada cual mantenía, “el familiar que estaba en peores condiciones le entregaba todos sus implementos al familiar que estaba mejor, con el fin de que este último lo llevara a casa en caso de lograr salir con vida del lugar”, argumenta.

En los archivos de prensa de 1906, año de elecciones presidenciales, quedan de manifiesto las disputas político-ideológicas entre los medios que representaban a ciertos grupos y, por lo tanto, se dio una dinámica de que por un lado la historia pudiera estar contaminada de sensacionalismo por quienes denunciaron sistemáticamente, y por otra parte, adoleciera del excesivo esfuerzo por ocultar a los propietarios involucrados por parte de quienes ocultaron información. Y si bien puede haber manipulación de la información, los elementos básicos se repitieron en todos los medios que hablaron del tema. Sin embargo, los diarios que ocultaron información fueron “El Diario Ilustrado”, “El Mercurio”, de Santiago y Valparaíso y “Las Últimas Noticias”.

Reconstruyendo las familias

Cuando encontré la lista de fallecidos, narra Osorio, recorrí en mi memoria las cruces que conocí y reconocí en la Isla de los Muertos. Éstas adquieren humanidad, hay ahora personas fallecidas con nombre y apellido, por lo tanto, queda pendiente el acto humano de darle identidad a las cruces anónimas. Entonces piensas que puedes conocer a sus descendientes y se abre otra puerta, que es la misma, hacia la memoria histórica en estas familias.

Fue así que este investigador comenzó una búsqueda de familiares, la que también fue fortuita, ya que a partir de un comentario que alguien escribió en un blog, el año 2009, preguntando sobre este caso porque pensaban que el bisabuelo podía estar entre los obreros que quedaron en Baker. Nunca le respondieron, así que Osorio tomó ese nombre y lo buscó en redes sociales hasta que dio con un correo al que escribió contando sobre los antecedentes y la investigación. La respuesta no tardó en llegar y así, en un trabajo conjunto, confirman que aquel familiar perdido en Patagonia era uno de los fallecidos en Baker y comienzan ellos, por su parte, a reconstruir la historia.

Ha encontrado a tres familias de los obreros de Bajo Pisagua. Ha colaborado en el hilado y tejido de los fragmentos de estas: una de las familias es descendiente de sobrevivientes; otra familia, que sólo sabía que su ancestro había desaparecido en Patagonia, logró dar con su nombre y el de un hijo, ambos fallecidos en Baker. “He investigado también a través de datos de análisis histórico genealógico. Se ha hecho mención de la “ignorancia” de los trabajadores, del atraso del mundo rural, del escaso acceso a la educación formal, y de acuerdo a eso se les consideraba cien por ciento analfabetos. Pero a través de partidas de nacimiento, matrimonio y defunción, existentes en el Registro Civil, te das cuenta que muchos de estos trabajadores sabían leer y escribir, pues firmaban los documentos”.

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