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Ernesto Guevara Padre, en busca de la verdad


Martes 12 de enero 2016 17:53 hrs.


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Ocurre 1971, Guido Vallejos (antes de que integrara el mal llamado Chacota Club y sus incursiones con liceanas) me llama al Hotel Foresta, de su propiedad adquirido con las ganancias de El Pingüino y Barrabases, dos de sus revistas (también eran suyas Flash y Novedades en la que colaborábamos Mario Gómez López y el suscrito).

Véngase, que le tengo una sorpresa.

Partí con mi primera esposa Tatiana al centro. Entonces Santiago era piola, en quince minutos uno cruzaba la ciudad de un extremo al otro.

En la terraza vinos a Vallejos con Jaime Suárez Bastidas, entonces secretario general de gobierno de la Unidad Popular y un señor de cierta edad, canoso.

-Le presento a don Ernesto Guevara Lynch-señala Suárez. Por suerte sabía que el revolucionario se llamaba Guevara de la Serna.

El padre del Che estaba en Chile de visita coincidiendo con la de Fidel Castro.

-Como tú eres medio jaivón (equivalente a cuico en esos tiempos) queremos que te encargues del caballero-, me dice en un aparte el Ministro. No es un buen momento el que escogió para venir pero debemos cuidarlo y hacerle cierta publicidad. Encárgate sobre todo de entretenerlo.

De este modo me eché una gran mochila al hombro por cuanto si algo le ocurría a este señor, que alojaba en el hotel Claridge en pleno centro de la capital, me habrían decapitado.

Hicimos buena migas con el papá del Che, que en las noches corría el ropero de la habitación frente a la puerta para darse tiempo ante alguna irrupción con fines asesinos.

Le acompañé a algunas manifestaciones callejeras. Entonces increpaba a los estudiantes que huían de los Carabineros en vez de, según su parecer, enfrentarlos.

Muchos comentarios apuntaban que este señor de derechas se pasó a la izquierda después de la muerte del Che, ya fuera por oportunismo o convicción. Pero daba lo mismo.

Le organicé una conferencia de prensa que después del once me ubicó entre los de extrema izquierda (sumado a que me había iniciado en la revista Punto Final) porque confundir al padre con el hijo daba lo mismo en un Chile polarizado y en plena convulsión. Guevara Lynch era un pije con todas las de la ley y su mujer, riquísima. Eran propietarios de plantaciones de mate y vastas extensiones de terreno en Argentina.

¿Qué desea hacer don Ernesto? (la palabra compañero siempre me fastidió).

-Cabalgar

Entonces viajamos a Villa Alemana rumbo a la Hacienda Las Palmas de Marga Marga, propiedad de unos tíos y unos familiares norteamericanos.

Llego con don Ernesto y se los presento ignorando que acaban de poner inyección letal a sus ocho perros schnautzers, pues al día siguiente debían entregar el predio a la CORA y abandonar lo que fue su hogar por cuarenta años. Dieron muerte a los canes pues no iban a caber en el departamento que adquirieron en Viña del Mar a cambio de las 13 mil hectáreas.

Arribar con el padre de uno de los símbolos de la revolución cubana, fue como lanzar un arpón o cerbatana venenosa. Mi tío Walter casi cae de la silla, su mujer fue más elegante y mandó a ensillar caballos. Walter indignado gritó: ” Así que usted vino con el barbudo”.

Entonces Guevara Lynch responde con una frase sorprendente: No vine con él, jamás he hablado con Castro desde la muerte de mi hijo. Vine a Chile especialmente para lograr reunirme con Fidel pues quiero saber la verdad absoluta de lo ocurrido con mi Ernesto.
Plop.

Silencio absoluto. Salimos a cabalgar y el propio señor Lynch fue quien agregó ya lejos de la casa patronal: Ignoro si lo dejaron entregado a su suerte o fue al sacrificio sin sentido alguno para alguien que conociera la realidad boliviana. Necesito hablar con Fidel y en Cuba me han tramitado cinco años.

Acto seguido, clavó los tacos, pues cabalgábamos sin espuelas, y partió al galope con sus setenta y tantos años encima. Yo detrás, como un Sancho Panza.

Cuando regresamos a Santiago, nos detuvimos frente al cerro Santa Lucía. Él quería caminar hacia el hotel. Traté de hace partir el vehículo, un viejo Renault Dauphine y el auto no respondía. Guevara ordenó: Siéntese al volante, yo le empujo. Ni lo piense, respondí. Si al señor le daba un infarto me colgaría todo el MIR en masa (los comunistas no comulgaban con Guevara Lynch ni éste con ellos pues estimada que eran unos retrógrados según sus propias palabras a mi esposa de entonces, militante del PC).

Por suerte el vehículo partió al primer empujón. Estacioné un poco más lejos y lo seguí por si acaso.

Pasear con el papa del Che fue grato pues tenía tema de conversación de sobra.

Semanas después de su partida, recibí una carta manuscrita con agradecimientos y una descripción de la casa patronal de Las Palmas.

Concluyo: Finalmente Fidel recibió en Santiago al padre del Che. Según supe, las explicaciones le satisficieron.

Guevara Lynch habitaba en la calle Arenales (la misma de la Balada de un loco de Piazzolla), en Buenos Aires. Lo supe por el remitente de una carta manuscrita que me remitió, agradeciendo las atenciones y a guisa de relato, describía la casa de la hacienda con sus paredes descascaradas.