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Valores a la baja


Martes 12 de enero 2016 18:40 hrs.


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Tal como ocurre en las bolsas mundiales cuando el capitalismo sufre colapsos, en la sociedad los valores están a la baja. Pero en este caso se trata de los valores morales. Y por lo que se está viendo, las consecuencias pueden ser tanto o más catastróficas que el derrumbe de las economías. Pero hasta ahora nadie de los que ejercen algún grado de poder parece haberse percatado que el problema no puede ser tratado con la estrecha mirada que permite la defensa de intereses personales o grupales. Tal vez por eso los partidos políticos ya no son más que bolsas de trabajo. No tienen contenidos ideológicos inspiradores que proponer. Porque mantener el poder, si bien puede ser una meta, no aporta contenido valórico moral en sí.

Como el problema es mundial, una rápida mirada permite observar las diversas soluciones que intentan los grupos de poder nacionales. El presidente Macri, en Argentina, trata de ganar solidez política recurriendo a una vieja fórmula. Ha abierto las faltriqueras fiscales para que las FF.AA. tengan dinero suficiente para modernizarse. De este modo pretende logar una base para gobernar más resistente que la que le entregaron las urnas.

En otros países se intenta con la reelección indefinida para el cargo presidencial -Ecuador, Bolivia. O se establece una especie de dinastía -Cuba, Corea del Norte. Ambas alternativas vulneran el sentido y los principios valóricos de la democracia, en la primera, y los de la revolución socialista, en la segunda. Y esta rápida mirada no incluye el rebrote de las luchas religiosas entre sunitas y chiitas, en el Medio Oriente. O la renuncia a los postulados de la libertad y el asilo por parte de países europeos. La “amenaza” de la ola de refugiados de naciones convulsionadas hace crecer la idea tan conservadora de cerrar fronteras y conservar la pureza de la etnia.

Todas renuncias a valores que parecían sustentar de manera inconmovible la estructura del sistema de convivencia mundial. Pero las cosas han cambiado y de manera radical. En el nivel político, las diferencias se difuminan. Tal fenómeno, sin embargo, no se ha producido gracias a un acuerdo que permita dar solución a los problemas de los más necesitados, generando un reparto equitativo de la riqueza. Se da, simplemente, porque pareciera no existir una alternativa al neoliberalismo, lo que impone el individualismo más cruel. Y todo aceptado como algo normal. Un cambio valórico de magnitud y cuyas consecuencias se están observando en distintas partes del mundo.

En algunas, con convulsiones que llegan a los enfrentamientos con resultado de numerosas víctimas fatales. En otros lugares, como en Chile, hasta ahora solo se escuchan reproches. Y se ve la incapacidad de lograr organizarse para enfrentar una realidad que afecta gravemente la vida de los ciudadanos. Hablo de la colusión de las farmacias, de los pollos, de los supermercados, del papel, de las organizaciones médicas. Y hasta el fútbol se ve involucrado. Con un entrenador de la selección nacional que se siente “rehén” porque se le exige pagar lo que estipula su contrato para rescindirlo. Son 6,3 millones de dólares. Argumenta que no los tiene. Y se queja de que han pisoteado a un ídolo, él, haciendo público lo que gana, que son 300 mil dólares mensuales, algo así como 210 millones de pesos.

Que los valores morales conocidos están a la baja, no cabe duda. Y, por supuesto, se ve especialmente en la política. Su financiamiento, un tema conocido y que ya ha sembrado suficiente desprestigio. Sin embargo, los políticos parecen no comprender la realidad o no les importa. Al menos a un buen porcentaje de ellos. Y las acciones de los que parecen sensibles a esta realidad no son suficientes para estimular un cambio sustantivo. Tal vez en la base de todo está el no haber aquilatado el volumen de la pérdida que significa renunciar impúdicamente a valores que antes sustentaban para lograr el poder. Y luego, cuando su verdadero sentido de existencia se ve amenazado, volver a las miradas antiguas, como si en el mundo nada hubiera cambiado. Porque hay que decir que también ha habido cambios valóricos que representan otras realidades. Que se plasman en propuestas paradigmáticas que identifican los avances científicos con logros que respetan mejor la condición humana (igualdad de género, aborto, respeto a la definición sexual, rechazo del trabajo infantil, etc.).

En Chile esto se vio desde la creación de la Nueva Mayoría. ¿Qué identidad ideológica, que los haga caminar como aliados, puede haber entre la Democracia Cristiana y el Partido Comunista? Solo el logro del poder. Y antes de la Nueva Mayoría, fue la Concertación la que consolidó el sistema ideado por Jaime Guzmán y colaboradores, para sostener la dictadura del general Pinochet y sus aliados civiles. Otra contradicción que chocaba especialmente con el voceado ideario de socialistas y radicales. Lo que dejó claro esa experiencia de dos décadas, fue que la Concertación no iba a hacer reformas en serio. No tocó los tributos, el ambiente laboral, la educación ni la Constitución Política. En gran medida, es la responsable de que Chile sea uno de los diez países que peor reparte la riqueza en el mundo, que la educación sea un gran negociado, que los trabajadores se encuentren desvalidos frente a la voluntad patronal y que la Constitución no permita que los ciudadanos puedan dar a conocer su pensamiento. Que los chilenos creyeran que tal estado de cosas podía resolverlo un cambio de nombre de una coalición gubernamental es la demostración de su nula conciencia cívica. Y eso también es responsabilidad de la dictadura y de los gobiernos que vinieron después de ella.

En favor de la Nueva Mayoría, y especialmente de la Presidenta Bachelet, hay que decir que en el actual gobierno se pretendió hacer las reformas que se necesitaban. Y allí se confabularon las fuerzas que se oponen a los cambios. Es cierto que en la campaña de desprestigio del gobierno ayudó la propia Mandataria con sus increíbles declaraciones sobre el caso Caval. También el hecho de que se hiciera pública la forma en que el “progresismo” financiaba sus campañas. La plata provenía, fundamentalmente, de las arcas de Soquimich, empresa que Julio Ponce Lerou lograra gracias a los buenos oficios de su ex suegro, el general Pinochet. Además de una contradicción, una desvergüenza.

Mientras no aparecen claramente los nuevos paradigmas, los valores van a la baja. Y los chilenos levantan los hombros como si no hubiera nada que hacer.