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De Jefferson a Macri: dos siglos de intervención (II)

Columna de opinión por Sergio Rodriguez G.
Sábado 6 de febrero 2016 10:38 hrs.


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La semana pasada concluíamos hablando de los preparativos de Estados Unidos para entrar en la segunda guerra mundial que lo llevaron  a modificar su política hacia América Latina y el Caribe con el objetivo de buscar aliados confiables que jugaran el papel de abastecedores seguros de materias primas para sus tropas en la conflagración, y de paso, evitar que los nazis pudieran tener acceso a esos productos básicamente energéticos y alimenticios. Es lo que se denominó la “Política del Buen Vecino” que motivó la retirada de las fuerzas militares imperiales de Haití en 1933, la anulación de la Enmienda Platt de la Constitución cubana en 1934 y una actitud “contemplativa” ante la  expropiación de la Standard Oil en Bolivia en 1937 y la nacionalización del petróleo en México en 1940 durante el gobierno del General Lázaro Cárdenas. Mientras esto ocurría, continuaron con el proceso de institucionalizar la idea panamericana, realizando cuatro conferencias interamericanas y tres reuniones de consulta en el período de 1933 a 1945. En 1942, en medio de la guerra y después del ataque japonés a Pearl Harbor que supuso la entrada de Estados Unidos al conflicto, se creó la Junta Interamericana de Defensa, a fin de formalizar el control de la potencia sobre las fuerzas armadas de los países de la región.

El fin de la guerra significó la conclusión de la coalición anti nazi. Estados Unidos ya no necesitaba a América Latina, sin embargo apareció un nuevo enemigo sobre el que debía poner su mirada a fin de no perder el control sobre la región. La lucha contra la Unión Soviética y el socialismo se transformó en la nueva obsesión de Washington. El anti comunismo fue la característica principal del nuevo período. En la región se comenzaron a imponer dictaduras conservadoras, Venezuela y Perú en 1948 y Cuba en  1952 fueron objeto de la novedosa política imperial. En 1947 se creó el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) como instrumento militar y en 1948 la Organización de Estados Americanos (OEA) como brazo político: el dogal se había cerrado sobre la región, la idea panamericana  se había consolidado. El gobierno progresista de Jacobo Arbenz en Guatemala fue aplastado a sangre y fuego en 1954. Este marco, propició el acoso que condujo al suicidio del Presidente Getulio Vargas en Brasil ese mismo año y el derrocamiento  del general Juan Domingo Perón al siguiente en Argentina. Bajo el amparo del Tío Sam, las fuerzas retrogradas y reaccionarias de la región actuaban a su antojo.

Sin embargo, este clima de represión brutal de las dictaduras y gobiernos anti democráticos de derecha,  generó una repuesta popular multitudinaria en la década de los 50 del siglo pasado.  En 1956 fue derrocado en Perú el General Manuel Odría, en 1958 le tocaba el turno a los tiranos de Colombia, Gustavo Rojas Pinilla y de Venezuela, Marcos Pérez Jiménez y el 1° de enero de 1959 las fuerzas populares bajo el mando de Fidel Castro dieron al traste con la dictadura de Fulgencio Batista en Cuba, iniciando un proceso de transformación democrática y de independencia nacional en la mayor de las Antillas.      Desde el primer momento, el gobierno de Estados Unidos se propuso acabar con la revolución cubana, para lo cual estableció una política de sabotajes, agresiones, intentos de asesinato de sus dirigentes y guerra bacteriológica que incluyó la introducción de enfermedades para las plantas como el moho azul del tabaco, los animales como la fiebre porcina y las personas como el dengue hemorrágico; y la aprobación de un inhumano bloqueo económico y financiero que aún hoy se mantiene. El punto más alto en sus intentos de destruir al gobierno cubano se produjo en abril de 1961 cuando fuerzas mercenarias apoyadas por unidades de la marina de Estados Unidos realizaron un desembarco en la costa sur de la isla a fin de instalar un gobierno que pediría apoyo a la potencia imperial a través de su instrumento colonial, la OEA. En 72 horas, el pueblo cubano barrió con la intentona. Tres días antes, en el entierro de las víctimas de los bombardeos aéreos contra el país, Fidel Castro había declarado el carácter socialista de la revolución cubana.

Hasta hoy, han sido 57 años de agresión contra Cuba que en 1962 fue expulsada de la OEA con el apoyo casi unánime de los gobiernos entreguistas de la región, quienes salvo el honroso voto de México mancharon de ignominia para siempre lo poco de decencia que hubiera podido tener ese “ministerio de colonias” como la llamó el Canciller cubano Raúl Roa García.

En 1961 Estados Unidos creó la “Alianza para el Progreso” (AP) para contrarrestar el ejemplo de Cuba. Como nuevos conquistadores la AP fue la entrega de “nuevos espejitos” que no cambiaron en lo más mínimo la estructura neocolonial y dependiente de la economía de los países latinoamericanos y caribeños. Pero junto a ello, una nueva oleada de dictaduras reaccionarias bajo influjo estadounidense se diseminaron como plagas bíblicas en la región. Ahora, los instrumentos eran múltiples, la OEA y el TIAR jugaban su papel de control  de la política militar y la política exterior, pero junto a ellos, la presencia de militares latinoamericanos en las academias estadounidenses de formación de genocidas, torturadores y asesinos se hizo práctica a su regreso a los países de origen, mientras tanto, los órganos de inteligencia hacían su papel subvirtiendo el orden y conspirando para establecer gobiernos proclives  al amo imperial. Así, fue instalado  Alfredo Stroessner  en Paraguay en 1954 y los terroristas que tomaron el poder en Brasil en 1964,  en Bolivia de manera intermitente desde 1964 hasta 1982, en Uruguay y Chile en 1973 y en Argentina en 1976, aplicando la  doctrina de seguridad nacional que instauraba la idea de que el enemigo interno era el pueblo. Junto a ello aplicaron férreas medidas neoliberales ante la ausencia de parlamentos y la persecución y clandestinidad de partidos políticos, sindicatos y prensa libre. Los asesinatos, las desapariciones, las torturas y el exilio fueron las recetas que recomendó Washington impuso para contener los deseos de libertad e independencia de los pueblos. En ese contexto, en 1965 intervinieron militarmente de manera directa para derrocar el gobierno democrático de Juan Bosch.

La noche oscura de las dictaduras pro estadounidenses se comenzaron a revertir en 1979 cuando la Revolución Popular Sandinista en Nicaragua y la de la Nueva Joya en Granada irrumpieron impetuosas en sus países. Sin embargo, ambas fueron atacadas con la peor saña imperial. Las fuerzas militares estadounidenses invadieron Granada en 1983 y ya en 1981, Estados Unidos armó y financió un ejército mercenario para atacar Nicaragua desangrando al país económica y humanamente. En 1989, repitieron la medicina en Panamá, bombardeando la ciudad, y provocando centenares de víctimas en la población civil. Pero ya los pueblos empezaban a manifestar su hastío. La presión popular condujo a las dictaduras a emprender la retirada y a finales de siglo, la victoria electoral de Hugo Chávez inició un proceso  mediante el cual varios países utilizaron la vía electoral en los marcos de la democracia representativa largamente propugnada como el súmmum del sistema, para comenzar a revertir el orden establecido. A pesar de ello, la respuesta no se hizo esperar, en 2002, propiciaron un golpe de Estado que derrocó por unas horas al presidente Chávez, en 2004 destituyeron y secuestraron al Presidente Jean Bertrand Aristide en Haití, en 2008 conspiraron para provocar la secesión de la zona oriental de Bolivia, acción que fue conjurada por el gobierno de Evo Morales y estuvieron detrás de los consumados golpes de Estado contra Manuel Zelaya en Honduras, 2009 y Fernando Lugo, Paraguay, 2012, mientras fracasaban en el que organizaron contra el presidente Correa en Ecuador, durante el año 2010.

El talante monroista de la política estadounidense se ha mantenido incólume por dos siglos, su macabra creatividad lo has llevado a la combinación de acciones abiertas de intervención con aquellas encubiertas que surgen de sus laboratorios de guerra secreta y en las que hoy, los medios de comunicación son el instrumento principal de desestabilización, sustituyendo a los partidos como instrumento de ejecución de la política. Por doscientos años nos hablaron de democracia para implementar conceptos como estado de derecho, libertad de prensa, elecciones democráticas, mayoría parlamentaria y otras, pero cuando los pueblos voltearon esas ideas para ponerlas a su servicio, cambiaron el discurso, y ahora, en su expresión más novedosa, recurren a defecar diligentemente en esa democracia que vendieron como objetivo supremo a lograr.

Macri mediante,  se ha violado impunemente la democracia que dicen defender y la política que dicen enarbolar. Macri mediante, han consumado un golpe de estado legal en que la novedad es que ya no necesitan a los militares para que hagan el trabajo sucio. Los medios de comunicación se encargan de ello. La perversidad no ha tenido límites en la Argentina surgida del 10 de diciembre de 2015. La inmunidad de los parlamentarios perdió validez cuando no protege a los representantes del capital,  a las “instituciones de la democracia” se les puede pasar por arriba cuando de entregar el país a las transnacionales  se trata, la igualdad surgida de la revolución burguesa en Francia es una entelequia cuando afecta los intereses de los poderosos, prosperidad y crecimiento económico son una ficción  a partir  de decenas de miles de despidos y programas de ajuste estructural que dejan en condiciones de orfandad a millones de ciudadanos, la soberanía deviene en concepto caduco cuando se avanza a la entrega de la riqueza nacional, se negocia con “fondos buitres” y  se asume una posición perruna para hablar de las Malvinas con Gran Bretaña, la altisonante “libertad de expresión” da paso al “monopolio de la expresión”. Los poderes imperiales no escatiman al manifestar su satisfacción, el presidente Obama expresó, “…su compromiso de profundizar en la cooperación en temas multilaterales, mejorar las relaciones comerciales y ampliar las oportunidades en el sector energético”, el gobierno británico fue suficientemente explícito después de la reunión del primer ministro Cameron con el presidente argentino:  “Claramente asumió un nuevo presidente y ha dado señales de que está abierto a tener una mejor relación alrededor de Malvinas…”. Christine Lagarde, titular del Fondo Monetario Internacional expuso con seguridad que “Las políticas macroeconómicas que actualmente son identificadas por el nuevo equipo y las nuevas autoridades en la Argentina son alentadoras y esperamos que estabilicen la economía argentina”. Sobran las palabras.

Todo esto en el marco de la democracia representativa, ¿será éste el nuevo diseño imperial que sobrevendrá?,  ¿una dictadura surgida de elecciones? En su diseño de escenarios para el siglo XXI el sociólogo estadounidense Immanuel Wallerstein,  expuso que “el nuevo sistema emergente procederá del caos. Considera que ante ello,  hay tres posibilidades, una es la que denomina “fascismo democrático”. ¿Es lo que Argentina está inaugurando?

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.