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Estambul o Bolivia y la búsqueda de la felicidad

Si leyéramos a escritores bolivianos como lo hacemos con Orhan Pamuk, podríamos entender mejor las maneras en que la felicidad va tomando forma en Bolivia; entenderíamos las grandes semejanzas con un país con el que compartimos un pueblo originario y una geografía altiplánica. Podríamos sensibilizarnos con la frustración de no tener siquiera un poquito de ese gran mar que fue parte de su historia hasta hace menos de 150 años.

Vivian Lavín A.

  Miércoles 30 de marzo 2016 9:43 hrs. 
Orhan Pamuk

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En una reciente entrevista, el Premio Nobel de Literatura Orhan Pamuk confiesa ser un novelista feliz, dando cuenta de la satisfacción que le produce un oficio que le ha permitido desplegar con maestría y ser, de paso, elogiado y leído por millones de lectores. Pamuk es turco y su obra da cuenta tanto de su nacionalidad, como de su calidad de habitante, nacido y criado, desde hace 64 años en una de las ciudades más bellas e importantes de la historia de Europa: Estambul.

De hecho, es el nombre de una de sus célebres novelas Estambul, un ciudad que fue llamada así desde 1453, como capital del Imperio Otomano, porque antes, fue conocida durante más de mil años como Constantinopla, en honor al emperador romano Constantino. Antes de eso, en el año 330, sin embargo, Estambul o Constantinopla se llamaba Bizancio, y así se conoció por otros mil años antes a esta magnífica ciudad cruzada por el Estrecho del Bósforo, que tiene un pie en Europa y otro en Asia.

Orhan Pamuk después de confesarle al mítico periodista Juan Cruz la felicidad de ser un novelista, se pregunta, pero, ¿soy una persona feliz? Y es aquí, cuando vemos que la realidad empieza a deshojarse en delgadas capas, como una simple y honesta cebolla, que a pesar de lo que lucha por evitar ser develada, haciendo llorar a quien osa intentarlo, termina blanca y desnuda.

La pregunta sobre su felicidad no la responde el escritor y ganador del Premio Nobel del Literatura desde su oficio, sino que el hombre cuando dice: ¿Soy una persona feliz? No estoy seguro. He llegado a un punto de mi vida en que la razón para la vida no es la felicidad, al menos para mí. Sé que hay una motivación, un deseo por mi parte, de ser feliz, sé que es una contradicción; creo que lo más profundo es buscar un sentido, un algo perdido, una búsqueda de una verdad escondida.

Es el ejercicio de la escritura el que le ha permitido a Orhan Pamuk ir a la búsqueda de ese “sentido, ese algo perdido” A través de Pamuk hemos podido ingresar a la vida íntima de una familia turca y a la manera cómo los temidos otomanos forjaron uno de los más fieros imperios de la historia reciente Así, entonces Pamuk se vuelve a preguntar: ¿Con qué se compara la felicidad? La amistad, la lealtad, tener un futuro, educación…estas cosas son valores importantes de la vida, y cuando lees una novela esos valores saltan también, están ahí enseñándote de qué va la vida. Y las novelas son los mejores lugares para hablar de ellos según vas leyendo.

Así, entonces, mientras leemos a Pamuk nos vamos enterando de su existencia como también la de sus coterráneos turcos que hoy ven llegar a millares de refugiados desde Siria como antes a palentinos y también a los kurdos y, entonces, pienso como él, que la literatura permite hablar de esos valores esenciales, conocer a los otros y reconocernos a nosotros mismos en ese ejercicio.

Entonces pienso en la relación que tenemos los chilenos con Bolivia, un país vecino que pareciera estar mucho más distante que Estambul, aunque esté infinitamente más cerca, del que conocemos casi nada de su historia cuando Estambul es materia escolar obligatoria. Si leyéramos a escritores bolivianos como lo hacemos con Pamuk, podríamos entender mejor las maneras en que la felicidad va tomando forma en Bolivia; entenderíamos las grandes semejanzas con un país con el que compartimos un pueblo originario y una geografía altiplánica. Podríamos sensibilizarnos con la frustración de no tener siquiera un poquito de ese gran mar que fue parte de su historia hasta hace menos de 150 años; podríamos viajar hasta allí y disfrutar de una las zonas del planeta que goza de la mayor biodiversidad con más de 20 mil tipos de plantas documentadas.

De paso, nos enteraríamos de que Bolivia no es solo un país altiplánico, sino también amazónico, aunque de manera majadera los imaginemos vestidos como aymaras. Con un mayor conocimiento de las letras bolivianas podríamos ir forjando una relación entre pueblos que no pasara solo por los gobiernos de turno, cuyas razones no escuchan a los corazones. Nos permitirían quizás, como lo propone Armando Uribe Echeverría, el hijo del poeta, pensar en una propuesta mucho más atrevida y progresista que ofrecer a nuestros vecinos: una comunidad del tipo europeo, de libre circulación de bienes, servicios y personas por Chile y Bolivia, desafiando al mundo unidos.

Las voces de la literatura boliviana nos permitirían ir distinguiendo un sentido, un algo perdido, una búsqueda de una verdad escondida, como dice Pamuk, que es ciertamente una forma de felicidad.

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