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Retrato de un hombre flaco: trazos de Julio Ramón Ribeyro

A partir de impresiones y recuerdos de amigos y familiares, el periodista peruano Daniel Titinger nos entrega un certero relato sobre su compatriota, el escritor Julio Ramón Ribeyro. Una semblanza realista y llena de humanidad que explora los claroscuros de la vida y obra del autor de La tentación del fracaso.

Felipe Reyes

  Lunes 4 de abril 2016 18:18 hrs. 
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La biografía es un género complejo. Sus mejores intenciones aspiran -sin llegar nunca a lograrlo- a conseguir la urdimbre infinitamente detallada y cuidadosa de las vidas propias. El biógrafo es (o intenta ser) un novelista de la realidad individual. Reconstruye a partir de rastros y testimonios probadamente verídicos (y siempre limitados) y, al igual que el novelista, debe reelaborar el pensamiento de sus personajes e imaginar las opciones de un pasado cuando era presente.

Por ello, aventurarse en la escritura de una biografía puede ser una experiencia traumática y hasta eterna, sobre todo si el interés por indagar el trayecto vital de una persona se torna una obsesión. Pero ¿cuánto se puede llegar a saber de la vida de los otros? Hay individuos complejos, discretos y esquivos cuyo carácter no resulta fácil descifrar e interpretar. Y como leemos en estas páginas, el escritor peruano Julio Ramón Ribeyro (1929–1994) era uno de ellos.

En Un hombre flaco, Daniel Titinger (Lima, Perú, 1977), periodista de larga trayectoria como redactor y director de la revista de crónicas y reportajes Etiqueta Negra y en diversos medios de su país, ha denominado su trabajo como un “retrato” biográfico, en consonancia con sus grandes aptitudes de narrador. Titinger privilegia el relato llano. Sin abrumarnos con los pormenores de la investigación, va hilvanando una semblanza ágil y contundente a partir de múltiples impresiones de familiares y amigos. Su certero ojo de cronista nos entrega una imagen de Ribeyro realista y llena de humanidad, ya que se refiere no solo a las cualidades del autor de Silvio en El Rosedal (1977), sino también a sus defectos. Dualidad que el propio Ribeyro se encargó de develar en sus diarios, reunidos posteriormente en el volumen La tentación del fracaso (1992), esa colección de apuntes y profundas reflexiones sobre la vida y la escritura que comenzó a escribir en 1950. “Yo pensaba que era un trabajo paralelo a mi obra de ficción -le dijo Ribeyro a su amigo, el poeta Antonio Cisneros. Era una especie de ayuda, de stock, de informaciones para los textos de ficción, no le atribuía ningún valor literario”.

Titinger construye con destreza y evidente oficio una estructura narrativa dinámica y vibrante, valiéndose de escenas breves y rápidas donde abundan los saltos temporales. Esto permite contrastar al Ribeyro de los primeros años, a ese joven tímido y retraído que decide escapar de lo que para él era el asfixiante Perú de los años 50, para intentar cumplir sus sueños literarios en París, con el hombre que, con la vejez pisándole los talones, luego de un largo exilio y una terrible enfermedad, vuelve a vivir en Lima.

Ribeyro vivió en Francia, pero escribió sobre Lima. Sobre los obreros, la clase media y la pobreza de su ciudad natal. “Si soy peruano debo escribir sobre el Perú, que es lo que mejor conozco”, declaró a la revista Sí en una entrevista de 1992. Su aventura parisina incluyó todos los avatares del inmigrante: empleos precarios y mal remunerados, hambre y desamparo, pero con la esperanza y el humor como bandera de lucha y salvavidas. Así conocemos a ese Ribeyro desconocido por la crónica literaria que afirmaba que mediante una técnica especial había logrado descifrar los misterios de la ruleta y que se haría millonario jugando en los casinos de Montecarlo. Su viuda, Alida Cordero, lo recuerda haciendo cálculos con una ruleta de juguete que compró. “El hombre flaco” también decía que había descubierto una técnica para ganar la lotería y que la publicaría en un libro. Su amigo, su compatriota, el escritor Alfredo Bryce Echeñique, lo hizo entrar en razón: “Si tú nunca has ganado ni una apuesta, Julio, ¿qué vas a poner en el libro?”. O la vez que se le ocurrió que podía regar la árida costa norte peruana llevando un iceberg gigante desde el Polo Norte. “Era un hombre tímido, pero disparatado, y si bien era un escritor realista, tenía una faceta fantástica: entendía que su vida era una prórroga y algún misterio debía encerrar esa resistencia suya ante la muerte”, escribe Titinger.

Ya de vuelta en Perú, en esa etapa final -muy bien captada por Titinger- Ribeyro se entrega a una vida sin prejuicios, sin inhibiciones frente al amor y la amistad, como si supiera que ya no puede darse el lujo de malgastar los últimos años de vida y, entonces, pisa a fondo el acelerador, aun cuando es consciente de que la muerte lo espera agazapada a la vuelta de cualquier esquina.

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Daniel Titinger

Daniel Titinger

Titinger humaniza a Ribeyro. Su mirada es complacida pero no complaciente. Lo muestra en carne y hueso desempeñando diversos roles: lector, escritor, esposo, amante, padre, amigo. Un concierto de voces acude al llamado del cronista, que va tejiendo con fluidez las diversas estaciones de la vida del escritor apoyado en dos relatos que corren paralelamente al interior del texto: uno, el relato de la pesquisa del autor como aventura personal, incluyendo un viaje a París en el que tiene lugar una extensa entrevista con la viuda de Ribeyro (quien “se convirtió en el feroz paradigma de la viuda literaria: una mujer dispuesta a cortarle la yugular a quien pretendiera tocar el legado de su marido”); y el otro, el recuento de fuentes, documentos, fotografías, testimonios y otras especies fragmentarias que sirven a Titinger para dar forma y vida a “su” Julio Ramón Ribeyro. Porque Daniel Titinger no disimula que su búsqueda pretende proponer una interpretación personal de la figura de un escritor excepcional que aún está por descubrir.

Un hombre flaco
Retrato de Julio Ramón Ribeyro
Daniel Titinger

Ediciones UDP, 172 páginas.

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