Señor Director:

6 mil 700 muertos, la mitad de los cuales eran civiles, 36 mil heridos, millones y millones de desplazados al interior del país, muchos de ellos expuestos al hambre, aldeas y ciudades devastadas a niveles inimaginables: este es una parte del balance de un año de bombardeos sin piedad practicado por la coalición encabezada por Arabia Saudita con la complicidad de países como Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Pakistán y otros, que aportan sus fuerzas militares para aplastar al pequeño Yemén.

La razón de tanta barbaridad: Arabia Saudita no soporta que exista en su frontera inmediata un régimen soberano y, menos aún, que un tal régimen pueda mantener buenas relaciones con Iràn, el gran rival de Arabia Saudita en la región.

La razón de tanta impunidad de parte de la llamada “comunidad internacional”: Arabia Saudita es el gran comprador de armas en los países europeos y de los EE. UU. así como uno de los grandes inversionistas en las economías de estas autoproclamadas naciones del mundo libre. Por lo demás, es necesario recordar que todos los países que siguen participando actualmente al lado de Arabia Saudita en esta masacre financian sus fuerzas armadas con los jugosos dones que ésta les ofrece.

En resumen, la influencia que Arabia Saudita ha construido gracias a sus petrodólares la autoriza a matar en pleno día y a la faz del mundo y ello sin que nadie ose reclamarle cuentas. Una ilustración más, como si esto fuera necesario, del grado de descomposición a que han llegado las relaciones internacionales  determinadas por la lógica de la fuerza y del dinero.

¿Sería mucho pedirle a nuestra Cancillería que saque la voz para compadecerse con el pueblo yemenita?