Las próximas elecciones municipales han puesto nuevamente sobre la mesa los altos niveles de abstencionismo que han experimentado los últimos procesos electorales. Sólo por citar un ejemplo, para las últimas elecciones presidenciales el 60 por ciento de las personas en edad legal para votar se abstuvieron. Si bien la presidenta Michelle Bachelet fue electa con 60 por ciento de los votos válidamente emitidos, el porcentaje de la ciudadanía que votó en la segunda vuelta fue de apenas un 41 por ciento.
Las estimaciones actuales calculan que para las elecciones municipales de este año la cifra de votantes escasamente superará el 42 por ciento, lo que representa un conflicto no solo para los partidos políticos que han sido duramente cuestionados, sino que sobre todo para los propios cimientos de la democracia chilena.
Marta Lagos, directora ejecutiva de Latinobarómetro y el centro de análisis de opinión Mori, explica que existe un declive de la democracia en todo el mundo: “Existen estudios donde se comprueba que las democracias emergentes de la tercera ola están en problemas y entre ellas varias de América Latina. Uno de los elementos que influye en eso es la debilidad del sistema de partidos y la debilidad de la participación electoral”.
Por su parte, Alejandro Olivares, analista político y académico de la Escuela de Gobierno de la Universidad de Chile, afirma que la participación en un sistema democrático es un tema multidimensional, considerando que la participación en democracias consolidadas suele ser oscilante y con tendencia a la baja participación, sobre todo cuando las elecciones son consideradas por la ciudadanía como “poco relevantes”.
En este sentido podría interpretarse la baja participación de las últimas elecciones como una señal de normalidad, donde la participación actúa con patrones de democracias desarrolladas en las cuales las elecciones no son lo mas importante “Lo anormal en el caso chileno fue la altísima participación en el plebiscito de 1989 y en los años noventa. Después de eso uno diría que es una curva que tiende a normalizarse”.
“También hay un factor de agotamiento de algunas instituciones formales e informales que han funcionado durante los últimos 25 años. Hay un agotamiento en como se toman las decisiones, la gente quisiera ser consultada más y se produce un anacronismo en el deseo de ser consultado y los mecanismos para esas consultas. Uno podría entender que hay una suerte de desconfianza en que las cosas van a mantenerse como siempre se han mantenido. En ese sentido podrían no participar porque saben que aunque ellos vayan a votar finalmente todo esto termina en una cocina”, apunta Olivares sobre las causas de la baja participación, en un porcentaje de gente informada y critica aunque plenamente representativo de la mayoría votante.
Democracia semisoberana y el problema de la clase
“En Chile no hay una democracia plenamente soberana sino que semisoberana. En los noventa la democracia chilena estuvo tutelada por estos garantes de la institucionalidad que eran los militares. Una vez que se retira esa frase de la Constitución sigue habiendo un tutelaje que pasa a ser del capital financiero. Hoy día el capital financiero controla la democracia chilena. El pueblo chileno no es propiamente soberano porque está tutelado, por un lado, y por otro porque la Constitución no permite el propio gobierno democrático, entre otras cosas por lo que era antes el sistema binominal, y por lo que es hoy día el Tribunal Constitucional y los quórum calificados” , afirma Renato Garín, académico e investigador del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile.
En la misma línea, Alejandro Olivares explica que el voto voluntario es otro de los elementos relevantes de considerar porque tiende a generar un sesgo de clase, donde las personas que tienen menos capital político y social tienden a votar mucho menos que aquellas personas que tienen una mayor educación. Este fenómeno provoca, a juicio de Olivares, que la participación se vuelva a determinados grupos de la población y que aquellos más vulnerables dejen de participar.
“Existe el riesgo de una oligarquización o elitización, en la medida en que no existan medidas de participación efectiva. En la medida de que los ciudadanos y ciudadanas tengan la impresión de que su opinión solo es escuchada cada cuatro años para una elección de una autoridad, es todo el poder para tomar decisiones puede generar un creciente malestar, una apatía y a la larga desinterés”, aseguró el experto.
La cuerda floja de los riesgos
A juicio de los expertos, los elementos anteriores confluyen hacia una democracia de la securitización, donde los derechos fundamentales como la libertad de circulación, por ejemplo, se ven aminorados ante las medidas de seguridad y de control que se establecen policialmente.
Sobre los riesgos que implica la poca participación electoral, Garín afirmó que el sistema funciona igual, pese a que va perdiendo paulatinamente su legitimidad. Hay un divorcio permanente y radical entre la ciudadanía y la clase política donde la ciudadanía ya no se concibe como tal, sino que como consumidores. “El eje político de la República Democrática se deshace en torno a la economía”, sostuvo.
Para Marta Lagos los estragos de la poca participación es posible observarlos en todas partes. “La gente se está poniendo cada vez más irascible, más intolerante respecto a los otros, y por lo tanto exige medidas más drásticas, eso es una regresión de actitudes autoritarias, antes la gente era más blanda, amigable, abierta, permeable”.
A juicio de la analista, la consecuencia directa de la no participación electoral es que los países se vuelven ingobernables. “Las personas que no votan, que no están contentas con lo que sucede porque no eligieron a la persona que está gobernando, están en la calle protestando”, afirmó enfáticamente.
Garín se mostró de acuerdo con Lagos y sostuvo en la misma línea que “si no construimos una democracia claramente vamos a desembocar en procesos autoritarios. Yo creo que el populismo autoritario en Chile esta a la vuelta de la esquina”.
Empoderamiento y participación activa
“Yo esperaría que la asamblea constituyente fuera el camino por el cual la ciudadanía vuelva a empoderarse respecto de la política. Ahora si no hay asamblea constituyente o si la Constitución se decide entre cuatro paredes por un grupo de expertos o un grupo de dirigentes políticos, yo creo que eso va a contribuir no a la mejora democrática, sino al divorcio total entre los ciudadanos y los políticos”, analizó Garín.
Para el experto la conclusión inmediata a este conflicto es la asamblea constituyente. Este mecanismo, permitiría a juicio del analista, volver a empoderar a la ciudadanía en estos temas y sobre todo, modificar los elementos jurídicos que impiden la participación fluida.
“Creo que en ese sentido la asamblea constituyente tiene que ser el camino por el cual reencontremos la capacidad de decisión política democrática, para reconstruir la república democrática como tiene que ser y terminemos este régimen de la transición, que es una democracia semisoberana, una semi democracia, donde hemos tenido una democracia tutelada primero por los militares y después por los empresarios”.
A juicio de Alejandro Olivares las soluciones pasan más bien por establecer mecanismos de democracias más abiertos y participativos: “El caso de Uruguay es interesante, porque existe una democracia mucho más activa en que por ejemplo, existe iniciativa popular de ley, anulación y revocación de cargos por esta misma vía”.
El asunto de la democracia y la baja legitimidad de los partidos son algunos de los temas que quedan pendientes en esta discusión. Quizás prescindir de mecanismos como las leyes de quórum calificados y potenciar un sistema democrático más participativo y con garantías, sea el desafío actual y uno de los puntos más conflictivos que deba hacer frente la actual clase política.