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Volver al futuro: Hugo Correa, pionero de la ciencia ficción en Chile

El que merodea en la lluvia y Los ojos del Diablo, son las dos singulares novelas rescatadas por editorial Alfagura que, contenidas en un solo volumen, traen de nuevo –y con justicia– a las librerías la obra un autor que se adelantó a su tiempo y despeinó a la realista literaria nacional.

Felipe Reyes

  Lunes 9 de mayo 2016 16:34 hrs. 
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En la década de los cincuenta, la escena literaria nacional se debatía entre el escepticismo radical frente a la vida propuesto por la llamada generación del 50, el descarnado realismo social de la generación del 38 y el para entonces añejo imaginario estético del criollismo, que se negaba a morir. Por esta razón, los integrantes de la generación del 50, firmes en su propósito de “matar al padre”,  toman la delantera acaparando la atención de la crítica y los lectores, a pesar de ser estigmatizados como escritores despreocupados frente los problemas sociales, ya que para ellos la idea de “realidad” era concebida como una máscara, subjetivando absolutamente la noción de conciencia humana. Mientras, alejado de cualquier declaración de principios y rencillas literarias, hace su arribo al parnaso nacional un veinteañero escritor que comienza a publicar relatos fantásticos y sobrenaturales en la revista Zig-Zag, en el diario El Mercurio y La Nación. Así, desde un comienzo, su nombre quedará grabado en nuestra literatura como el pionero de la Ciencia Ficción en Chile: Hugo Correa (1926–2008).

Pronto, Correa se aventura en la narración de largo aliento y en 1959 publica la novela Los Altísimos, una quimérica y futurista historia en la que un terrícola descubre accidentalmente un mundo alienígena llamado Cronn, construido por una civilización altamente tecnológica, habitado por humanos, pero subordinados a las máquinas, lugar en el que viven una existencia insignificante y sin ninguna posibilidad de comunicación entre ellos y sus dominadores. Las mujeres son estériles y toda reproducción es controlada.  Novela  que obtuvo el premio Alerce, de la Sociedad de Escritores de Chile, y que fue señalada como una representación apocalíptica y –según algunas interpretaciones– una crítica a la alienante represión impuesta por los regímenes totalitarios de posguerra, en la línea de lo planteado por George Orwell en su novela   1984 (1949), lo que significó la rápida traducción de Los Altísimos a más de diez idiomas. Un soñado debut literario en el que quedará de manifiesto su filiación al género y marcará la pauta de su trabajo posterior.

El rápido y sostenido alcance de su obra pronto lo sitúa en un importante lugar a nivel continental. Es así como la revista española de ciencia ficción Nueva Dimensión lo calificó, junto a Borges y Cortázar, “como uno de los escritores fantásticos sudamericanos más conocidos fuera del marco de Latinoamérica, uno de los que han conseguido una mayor proyección allende sus fronteras”, y le dedicara una edición especial en junio de 1972 con doce cuentos suyos, entre ellos Alguien mora en el viento, considerado su mejor relato. Así, el nombre de Correa llega a oídos del joven autor estadounidense Ray Bradbury, quien había debutado solo algunos años antes con el libro de relatos Crónicas Marcianas (1950) y se fascina con la obra del chileno estimulando así la publicación de los relatos de Correa en la prestigiosa revista norteamericana The Magazine of Fantasy and Science Fiction, la que contaba entre sus colaboradores a autores de la talla de Isaac Asimov y Kurt Vonnegut.

Luego, en 1961 Hugo Correa publica El que merodea en la lluvia, novela que fue  calificada en su momento como un “extraño libro, curioso y singular” por el crítico Ignacio Valente, pues en él, Correa introduce precisas descripciones del paisaje campesino y personajes que representan fielmente la idiosincrasia  chilena “a la moderna línea de la ciencia ficción”, como señaló la crítica de la época, totalmente sorprendida con la singular mezcla de elementos utilizados en una escena dominaba por entonces por las ficciones realistas, reduciendo así a la literatura de género como la ciencia ficción a una “escritura menor”, excluida del canon de la “literatura seria”, como fue el caso de Elena Aldunate (llamada “la dama de la ciencia ficción”, premiada en España en 1975 por su relato Angélica y el delfín), Ernesto Silva Román, Francisco Miralles y el propio Hugo Correa.

De esta forma, El que merodea en la lluvia nos introduce en la historia de un satélite ruso, el Luna VII, impregnado de polvo meteórico que pierde el rumbo para estrellarse posteriormente en la bucólica localidad de El Guindo, en los alrededores de Talca, y “al día siguiente aparecieron los helicópteros, y pronto en el tranquilo lugar reinó una endemoniada actividad.  Los ´gringos` registraron cada metro cuadrado de terreno en dos leguas a la redonda”. Entonces, al entrar en contacto con el agua de lluvia, el polvo lunar de la sonda espacial da origen a un extraño ser conocido como el Acechante o el Merodeador, cuya inteligencia superior le permite ejercer control sobre las personas desatando el terror en el pueblo. Así, en breves y ágiles capítulos, la intriga a ratos detectivesca narrada a dos voces (la de Salvador, un hombre del pueblo, y la del Acechante, la criatura extraterrestre), lo que nos entrega un interesante contrapunto sobre los mismos hechos y situaciones.

La segunda novela incluida en el volumen, Los ojos del diablo, fue publicada en 1972, y se aparta de sus novelas anteriores con seres del espacio y platillos voladores, y aunque conserva elementos fantásticos, amplia el registro y rompe las encorsetadas denominaciones genéricas para contarnos la historia de un joven de 23 años, Cristian, en distintos momentos de su vida, combinando la narración en primera persona con planos temporales que nos van insinuando a lo largo del relato algo “que ocurrió”, y es en torno a ese misterio que no conocemos que se va articulando la novela. Pronto, de forma escueta, todo comienza a derrumbarse para el protagonista, y así conocemos que eso “que pasó” compromete a su madre, quien luego muere de forma trágica junto a su amante; la joven con quien Cristian tuvo un romance en la hacienda familiar “Los ojos del diablo” se transforma en prostituta, y el padre de su ex novia fue asesinado por el padre del narrador y enterrado en el lugar que da nombre a la hacienda (y a la novela). Pero esta sucesión de hechos truculentos descritos someramente, en el relato de Correa logran una atmósfera envolvente y ambigua, pues esa fatalidad misteriosa con que los hechos se suceden y se van hilvanando, adquiere un tono fantástico y hasta onírico.

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El narrador aparece, entonces, como el trágico destinatario de una deuda familiar, ya que el clan debe cargar con la leyenda popular que sostiene que, varias generaciones atrás, el fundador de la dinastía estableció un pacto con el diablo en el mismo lugar que da nombre a la hacienda, y que compromete a su descendencia hasta la generación del padre del narrador, alianza macabra que es el origen de  la bonanza económica que goza la familia. Una circularidad diabólica que hermana a la novela de Hugo Correa con Los demonios de Loudom (1952), del británico Aldous Huxley en esa velada presencia del diablo que recorre las páginas de esta novela singular que trae de nuevo – y con justicia – a las librerías la obra un autor que fue el precursor de la ciencia ficción en la historia literaria nacional.

Dos novelas: El que merodea en la lluvia / Los ojos del diablo
Hugo Correa
Editorial Alfaguara, 356 páginas.

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