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Rugendas, Darwin y el amor según Franz

Vivian Lavín

  Viernes 3 de junio 2016 9:55 hrs. 
bienal

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Que la protagonista de una novela sea conocida como la Vinchuca, por las marcas de los besos tipo chupones que deja en los rostros de sus amigos y amantes, no es indicativo que se trate de una novela irreverente y divertida, como tampoco que la protagonista diga sobre el pene de Darwin que “lo tiene tan largo como su picoroco”. Son solo guiños humorísticos que hace el serio escritor Carlos Franz a través de una novela que resulta un retrato de época del Chile de mediados del siglo XIX y que tiene al pintor Juan Mauricio Rugendas y al científico Charles Darwin como dos del trío de protagonistas.

Es Carmen, la Vinchuca, llamada Carmen Lisperguer de Gutiérrez, quien tendría su correlato real con una mujer llamada Carmen Arriagada, pero que en la novela resulta ser nada menos que sobrina de La Quintrala, la que tiene un particular romance con el pintor y también el científico, quien narra la historia y establece lo que sería el nudo de la trama: ¿es el amor una ficción, “un engaño de la naturaleza para incitarnos a perpetuar la especie” o una pasión que supera la carnalidad? Para responder esta pregunta Carlos Franz utiliza la figura de Charles Darwin y su teoría de la selección natural, que pone en tensión frente a la concepción emotiva del artista, cuya adoración por la mujer amada lo lleva a decir Si te vieras con mis ojos, que es el título de la novela editada porAlfaguara. Un relato empapado en personajes distinguibles de nuestra historia decimonónica, entre los que se cuentan Portales, Constanza de Nordenflicht y La Quintrala, como también parte de nuestro imaginario patrimonial, como lo es el  monstruo de la Laguna de Tagua-Tagua y la momia-niño del Cerro El Plomo. Todos elementos locales que en este libro adquieren valor continental. Así es como resultó premiada con la primera versión del Premio Bienal Vargas Llosa, que distingue a la mejor novela publicada en castellano en los años 2014 y 2015, por el que obtuvo 100 mil dólares como premio (unos 70 millones de pesos).

Carlos Franz es el autor chileno del moment,o de quien el  mismo Vargas Llosa ha dicho: “El libro se lee con facilidad y con placer y también con cierta melancolía, porque nos recuerda una época en la que, impregnada por el romanticismo, América Latina parecía ser ella misma una de esas novelas de grandes pasiones y arriesgadas aventuras que tanto seducían a los lectores europeos, ávidos de paisajes exóticos y de destinos fuera de lo común”.

Una novela que tiene una arquitectura muy bien pensada, con personajes históricos de talla mundial y que efectivamente dejaron una huella en nuestro país, como también nosotros en sus propias vidas. Lo que une a ambos personajes y no a los sujetos históricos es la figura femenina que busca romper con el molde tradicional, pero que falla en el intento cuando su vida solo se justifica en relación a la figura masculina. Carmen es la protegida de su propio marido y desde ese refugio marital es capaz de abrirse al amor y a la seducción. Una aventura que justifica solo en sí misma porque a otras mujeres que hacen lo mismo las juzga como suelen hacerlo los hombres tildándolas de “putas”. Así como la construcción femenina es débil, la del sabio científico inglés lo es más, dejándolo como un blancuchento sin gracia y un perfecto bobo en las artes amatorias.

Es la quinta novela de Carlos Franz y como todas las anteriores fue premiada, pero esta vez con un galardón de reciente data con el nombre del Premio Nobel peruano, que aparece tanto o más en las páginas sociales que en las literarias. La noticia del premio tuvo un elemento nada de tradicional como lo fue una serie de sucesivas eliminaciones hasta que quedaron cinco novelas finalistas. Y para fallar se nutrieron de la industria del espectáculo, llevando a todos los autores hasta Lima y mantenerlos hasta el minuto en ascuas. El mismo Franz escribió en un diario vespertino una columna bajo el título Premio donde confesaba: “Sufro en la oscuridad de una sala de teatro esperando a saber si una novela mía recibirá una distinción literaria (…) Otros cuatro autores finalistas, provenientes de varios países, padecen conmigo esta expectativa en el Gran Teatro Nacional de Lima. Los amables y eficientes organizadores del concurso han estirado la cuerda del suspenso durante meses y semanas, mediante sucesivas eliminatorias. Y ahora le dan una última vuelta a este “potro del tormento” alargando la ceremonia (…) “¡Por todos los diablos!”, exclamo para mis adentros, “¡que anuncien el fallo de una vez!”. Dudo que un padre esperando a saber si su hijo predilecto gana, por ejemplo, un concurso de piano o un importante torneo deportivo, pudiera sufrir más que yo ahora…”. Su testimonio es más que elocuente y muestra cómo la literatura se ha contagiado también con el monstruoso modelo televisivo de los programas de concursos de eliminatorias en vivo, una suerte de carnicería, donde unos y otros se devoran, se aplastan, con tal de alcanzar una cumbre, que no es la cima que imaginan, sino que esa sima profunda en la que quedan sumergidos después de la fiera competencia.

Vargas Llosa se equivoca al querer imprimirle a una premiación la emotividad que debe entregar la lectura y una pena que los autores hayan aceptado participar en ese circo.

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