Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 24 de abril de 2024


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Leer entre líneas


Lunes 6 de junio 2016 9:04 hrs.


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Soy lectora compulsiva de noticias de actualidad. Y cuando digo lectora lo digo haciendo gala de mi estirpe de lectora “pura sangre”: leo un artículo, lo releo, lo destripo, lo disecciono, lo pongo bajo la lupa…Y, si el bocado se promete jugoso, analizo su anatomía con el celo de un forense. Así, poco a poco, y con años de oficio y paciencia, sé lo que se me está diciendo, lo que se amaga con decir y no se dice, y lo que se oculta. De todas formas, nadie vaya a creer que hago nada del otro mundo;  en el fondo es un ejercicio al alcance de cualquier lector atento.

Hoy me detengo solo en los encabezamientos. Veamos. Uno: cuando en un titular se me advierte de que “`podemos dejar a un lado nuestras preocupaciones”, sé que debo estar en alerta permanente y preocuparme como nunca, con independencia del tema sobre el que se está tratando de infundir tranquilidad…Dos: si alguien quiere vender un libro y situarlo en la lista de los “top más leídos” no tiene más que augurar su fracaso en un artículo que no necesita demasiada elaboración. En el momento en que se preconiza un producto, así sea para proyectar la sombra alargada de su fracaso, la palabra tiene el don de ir por su cuenta y generar, sociológicamente, el sentido contrario: lo que estaba condenado al fracaso acabará, con toda probabilidad, muriendo de éxito…Tres: en estos momentos en que en España estamos a punto de iniciar una campaña electoral, los medios nos inundan con sus estadísticas de las intenciones de voto, como un mantra. Y lo que no es más que una previsión, una entelequia proyectiva, sigue un camino azaroso que al final le permite encajar perfectamente en la realidad. Y ese partido que iba a ser el más votado, según las encuestas y los pitonisos y gurúes de toda ralea, termina por ser efectivamente el más votado. Siempre consentimos la sugestión como método. Somos animales subliminales. Nuestro subconsciente está preparado para obedecer el mensaje que no se llegar a formular. El problema de la fuerza de las palabras es que acaban por imponerse en forma de profecía autocumplida.

Luego están esos otros titulares tan manidos que parecen expresiones monocigóticas que se van multiplicando por doquier: “Fulanita (o fulanito) ha enamorado al mundo”. Posiblemente solo ha enamorado a quien escribe un titular tan pretencioso, pero poco más. O “la historia que nos ha hecho llorar a todos”, pensado para provocar un tsunami de emociones y lágrimas, en plan catarsis colectiva, ahora que el individualismo ha puesto en auge, paradójicamente, lo gregario.  De esa misma estirpe, y si cabe más apocalípticos, son los de las noticias meteorológicas en que la lluvia -o la nieve, o el granizo- se “ceban” con una población, como si se tratara de la ira divina castigando con las inevitables siete plagas de Egipto.

El mundo es su propio reflejo. Y los medios, su mesías.