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Raúl Zurita: Un soldado derrotado de una causa invencible

"Esta pesarosa humanidad se irá aproximando con derrotas y retrocesos y volverá nuevamente a intentar la justicia, la igualdad… este sueño invencible”, decía hace unos años quien ha obtenido el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda 2016, el cuarto chileno en recibir el más importante reconocimiento que entrega el Estado a un poeta de habla castellana o portuguesa.

Vivian Lavín

  Viernes 24 de junio 2016 10:37 hrs. 
zurita

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Raúl Zurita acude al poeta nicaragüense Ernesto Cardenal para hablar de los estudiantes, en los que ve el reflejo de ese muchacho, que era él mismo, cuando en el año 1964, marchaba junto a sus compañeros del Liceo Lastarria: “Somos soldados eternamente derrotados, pero de una causa invencible”. El tiempo ha pasado, y hoy confiesa que asiste como espectador frente al movimiento estudiantil. Una causa que le produce entusiasmo y dolor. Entusiasmo porque ve que hay un recomienzo, son esos soldados eternamente derrotados de una causa invencible, cuya lucha toma hoy otra forma, diferente a la suya de entonces. “Pero dolor, al mismo tiempo, porque es una película de la que voy a ver solo el comienzo. Y creo que, sucesivamente, esta pesarosa humanidad se irá aproximando con derrotas y retrocesos, y volverá nuevamente a intentar la justicia, la igualdad…este sueño invencible”, decía hace unos años en el programa Vuelan las Plumas, quien ha obtenido el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda 2016.

El cuarto chileno en recibir el más importante reconocimiento que entrega el Estado de Chile a un poeta de habla castellana o portuguesa por su trayectoria. Aunque esto de los premios le produce cierto pudor en el Chile del salario y las pensiones mínimas, cuando Zurita confiesa que tiene una relación contradictoria con los premios. Allí está como testigo la polémica que se despertó cuando a los 50 años recibió el Premio Nacional de Literatura. “Por un lado, no me importa absolutamente nada y, por otro, significa una pensión de 600 mil pesos al mes, y pienso en las jubilaciones de los chilenos, pienso en las pensiones de la gran mayoría de la gente. Mi madre trabajó toda una vida y tiene una jubilación de 98 mil pesos, entonces siento casi vergüenza”, decía a propósito de ese reconocimiento. Esta vez el Premio consiste en 60 mil dólares y le fue concedido por un jurado que, de manera inédita, estableció en el acta que su nombre superó estrechamente al del chileno Efraín Barquero y al de la mexicana Elsa Gross. El jurado estableció que este importante premio de vocación iberoamericana y que lleva el nombre de nuestro Premio Nobel lo merecía Raúl Zurita “por la dimensión estética y política de su obra, destacando entre otros aspectos la trascendencia de su poesía, a través de la cual se expresan las distintas voces de la historia latinoamericana reciente y una vivencia telúrica y alucinada de la geografía americana, mediante una escritura innovadora, que retoma y reelabora los puntos clave de la tradición cultural occidental. Desde Neruda ha habido pocas figuras en la poesía chilena de estas últimas décadas que haya llevado la poesía y la historia latinoamericana a un horizonte tan extremo”, según consta el Acta.

Raúl Zurita nació “sin pena ni miedo”, como reza uno de sus versos que hoy está escrito en la piel del desierto,  un 10 de enero del año 1950, en Santiago, y podría haber sido sólo un destacado ingeniero civil de la Universidad Técnica Federico Santa María, si no hubiese sido porque la poesía le fue creciendo por dentro hasta hacerlo estallar. La explosión oficial fue en 1979 cuando apareció el libro Purgatorio; ahí estaban sus versos, como esquirlas y su rostro marcado con una profunda quemadura que se autoinfligió, y de la hoy se exime.  Veintiún años más tarde, a sus jóvenes 50, Raúl Zurita estaba recibiendo el disputado Premio Nacional de Literatura. En tanto se casó cuatro veces, tuvo hijos, publicó libros, se roció los ojos con amoníaco y fue miembro del CADA , Colectivo Acciones de Arte en la sangrienta década del 80’. Odiado y amado, Zurita no es para medias tintas. A quien venera hoy, mañana sin remilgos lo puede repudiar. Ricardo Lagos bien sabe de eso, cuando le dedicara unos versos de advertencia y que fueron, dice, maliciosamente, interpretados como laudatorios.

Sus mayores iras, sin embargo, se dirigen en contra de los tibios, a los que vomita en sus versos. Zurita es el poeta que le canta a la vida, a la muerte, al amor. Como una profecía bíblica, su poesía puede ser colosal y provocativa, puede ser un viaje por el Purgatorio, el Paraíso y el Infierno, con una altura y talla inconfundible que le da la impronta de su voz y una lírica que puede ser también una experiencia verbalmente violenta y perturbadora.

Su libro que tiene por título Zurita y del que aseguraba hace unos años serían sus últimos versos es una obra colosal que quería impactar. Sin embargo, el poeta bien sabe que la poesía tiene una coreografía invisible en la trama social chilena, que no la compra ni la lee. A pesar de esto, Raúl Zurita advierte sobre la fuerza de la poesía cuando dice que “un poema es una cosa físicamente pequeña, son unas palabras sobre una hoja o sólo “unas palabras”… es el objeto de arte más frágil, más precario materialmente y, sin embargo, creo que es el sostén de la humanidad”.

Y la paradoja es que el mismo Estado que la ignora, sin sostenerla con una editorial dedicada o una revista literaria que dé cuenta de ella, sea el que hoy lo vuelve a premiar. Para que olvide a ese otro Zurita que un día fue, ese “vendedor de cosas horribles, cesante y ladrón de libros por necesidad”, como confesaba y que tuvo la valentía y el genio de tomar a la poesía como arma de lucha, entonces en contra de una dictadura, y hoy, en contra de esta pátina democrática que hemos dibujado sobre aquella.

El nombre de Zurita hoy se conjuga hoy junto al de Juan Gelman, José Emilio Pacheco, Carmen Berenguer, Nicanor, Parra, Reina María Rodríguez y tantos otros que el Estado de Chile ha tenido a bien reconocer con el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda 2016.

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