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Los tristes ojos de Érika y los dibujos de Natalia

Natalia Silva, bajo el seudónimo de Natichuleta, ha publicado "No abuses de este libro", novela autobiográfica en la que cuenta el abuso sexual del que fue víctima durante largos años.

Vivian Lavín A.

  Martes 5 de julio 2016 11:47 hrs. 
no abuses

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La novela gráfica en Chile se está desarrollando como uno de los lenguajes más importantes dentro de la Literatura Infantil y Juvenil que, a secas se le llama LIJ, por sus siglas. Es un género literario y como tal tiene sus reglas, de modo que no se trata de una historia a la que hay que ir poniéndole imágenes o monitos, como se les ha llamado desde antiguo. Las novelas gráficas han permitido a las nuevas generaciones expresarse sin tener que ir a los tradicionales géneros como el cuento o la novela, cuando responden mejor al mundo que les ha tocado vivir. No se trata de mejor ni peor, sino que diferente. Hay quienes dirán con nostalgia, que no hay como los viejos tiempos cuando el genio de un literato estaba en su poesía; una suerte de pasaporte indispensable para ingresar al selecto mundo intelectual. Pero los tiempos son otros y los jóvenes siguen siendo los mismos que de todas las épocas, y si el poema no cautiva a audiencias más amplias como hace unos años, no es un problema necesariamente de una juventud deprivada en su formación literaria, sino que ellos han buscado otras formas de expresión, de acuerdo a sus talentos y estéticas, tan válidas como el soneto.

El género de la novela gráfica les ha permitido a aquellos que ya no siendo tan jóvenes, aunque algunos sigan posando de adolescentes a sus veintitantos y más, contar con un lenguaje muy directo y que sin ambages ni vueltas raras ingresa en el más peligroso de los territorios, donde están los sentimientos y las emociones. Así es como lo relata Natalia Silva, quien bajo el seudónimo de Natichuleta ha publicado un libro que tiene por título No abuses de este libro con el sello Ediciones B, y que inició cuando tenía 16 años. Dice que en esa época lo empezó como un diario y que lo reescribió hasta 10 veces, hasta llegar a esta novela autobiográfica en la que cuenta particularmente el abuso sexual del que fue víctima durante largos años.

Y porque las víctimas han empezado a hablar, este libro coincide con el dramático testimonio de Érika Olivera, la espléndida maratonista y abanderada olímpica, quien necesitó gritar frente a los medios de comunicación el infierno que vivió durante tantos años cuando era violada cada semana por su padrastro para sacarse esa mugre y tristeza. El señor Olivera, que no era su padre pero sí quien le dio el apellido a la deportista, la chantajeaba con impedirle asistir a sus prácticas o dar el sustento a sus hermanos y madre, si es que ella no accedía a sus requerimientos sexuales. Los ojos de tristeza de Érika hablan de esa humillación que la horadó por tantos años y que, quizás pensaba ella, le tocaba por el solo hecho de ser pobre.

Pero sabemos que el abuso sexual no respeta ni género ni clase ni raza y que en un número mayoritario es perpetrado por hombres heterosexuales, derribando el sucio mito de que los homosexuales son los que toquetean a los niños.

La novela gráfica No abuses de este libro relata con dibujos simples la historia de Natalia desde sus siete años, cuando sus padres se separan, y ella y su madre terminan viviendo con el señor R, quien resulta ser un tipo exitoso y extremadamente cariñoso con la menor en la oscuridad de su habitación. Un abuso sistemático que no llegó a la violación, pero que le dejaron profundas huellas, dolores y mucha rabia, sobre todo con una sociedad que no le da la importancia, que lo niega, lo minimiza, lo esconde… Natalia expone “las cosas que dice la gente sobre el abuso sexual: son las hormonas masculinas, apuesto que la niña se insinuó; si es hombre no puede ser abusado; le ponen tanto color, ¡si a todos nos ha pasado algo así; si no es violación no es grave, qué es abuso?, las respuestas que encontramos día a día y que están en boca de quienes más se quiere, como son los familiares más directos.

En el caso de Érika Olivera como el de la autora de este libro, fueron las parejas de sus respectivas madres las que las violentaron y como se sabe, estos delincuentes son siempre personas cercanas, demasiado cercanas. Sorprende cómo acuden a las mismas argucias y logran acallar a sus víctimas por tanto tiempo, pero no el suficiente, porque están empezando a hablar, sea a través de los diarios, en los tribunales o a través de una novela gráfica tan impactante como esta donde la autora desnuda su propia historia que puede servir a tantas y tantos menores.

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