Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 28 de marzo de 2024


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Machistas


Lunes 11 de julio 2016 9:38 hrs.


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Ha vuelto a ocurrir. En los clásicos “sanfermines” de Pamplona ya se habían desatado las alertas otros años por los casos de agresiones sexuales. Pero con eso de que el río revuelto favorece a los pescadores, la cosa quedó en nada. Había una especie de sentir general y consensuado según el cual los excesos de alcohol, entusiasmo y alegría taurina predisponían a los furores de testosterona de ellos y a la complacencia erótico-hormonal de ellas. Al final se olvidaba todo. Parecía que hasta las autoridades estaban sumergidas en los gozos de esos días de desenfreno.

Sin embargo, esta vez ha sido más difícil mirar para otro lado. La chica violada iba sola por la calle en la madrugada, la asaltaron cinco individuos fornidos que no le dieron la opción de moverse ni gritar -y aunque hubiera podido hacerlo- y solo cuando dieron por consumados los actos -y cometer la torpeza de filmarlos, un hecho que me vuelve a hacer reflexionar sobre las maravillosas ambigüedades de la tecnología, cómplice de verdugos y de víctimas-, se marcharon dejando a su suerte a una muchacha desgarrada que por fin pudo gritar para pedir auxilio.

Que uno de los agresores fuera un guardia civil no cambia mucho las cosas – también podría ser camarero, profesor o corredor de fondo-, aunque siempre produce una desazón colectiva cuando que sea un agente del orden el que siembre el desorden, el que nos aflija cuando debiera protegernos. En el fondo, lo que me inquieta más de todas estas historias es que estamos llegando a una situación en la que parece que las medidas de concienciación ciudadana y protección de las víctimas son menos que papel mojado. Porque el machismo no solo no se ha extinguido, sino que ha adquirido nuevos bríos y formas de cristalización y de reconocimiento. Y no me refiero únicamente al caso español.

Repasemos un poco algunos datos: en Guatemala las agresiones sexuales han aumentado, en los últimos ocho años, un 200 por ciento -sí, tal cual-. En México tres estados contemplan la posibilidad de indultar a un violador si se casa con la víctima -no sé si es mayor la aberración de partir en dos la vida de una persona, que se ve así doblemente agredida, o ese cinismo de disculpar al violento que, además de violar, utilizará, en el sentido más cosificador, a su víctima para que le haga de salvoconducto-. En Colombia hace poco aún coleaba en los juzgados la historia de una mujer -Rosa Elvira Cely- a la que violaron y mataron dos compañeros suyos, y que, para escarnio de todas las mujeres violadas, torturadas y asesinadas, fue declarada culpable post-mortem por una juez que decretó que “si no hubiera salido con dos hombres de noche, ahora no habría que lamentar su muerte”. Perú ocupa el tercer lugar en casos de violación en el mundo. Y las 17 violaciones y los 34 abusos sexuales que a diario se registran en Chile no hacen más que confirmar que hay que detenerse un poco y reflexionar sobre lo que está pasando.

Seguramente no ha hecho ningún favor la banalización generalizada del dolor. Tampoco el modo en que hemos ido aceptando que todo en nuestra vida -y si me apuran, la vida misma- se ha ido convirtiendo en pura mercadería que podemos adquirir, consumir y desechar de inmediato. Pero todo esto no son más que apuntes insomnes, capturas azarosas. Lo que sí parece claro es que los machistas son muchos y de muy variada factura: porque son ellos y los que los protegen, los prepotentes, los que callan, los matones, los que les aúpan a los altares de la visibilidad o, peor aún, de la impunidad. Machistas que a veces no lo parecen. Y ahí es donde debería empezar la verdadera reflexión.