Una crónica de los conquistadores de comienzos del siglo XVIII contiene una ilustración en blanco y negro, pintada a carboncillo, de un camanchaco, es decir, un habitante de la zona norte de Chile y que pertenece a ese indeterminado grupo humano que solo llamamos como changos. Vaya usted a investigar qué son los changos y se encontrará que corresponde a los pueblos que vivían en lo que es hoy la zona de Taltal, en la Región de Antofagasta, y de los que no se tienen mayores datos debido a los escasos vestigios materiales con que se los relaciona. Por lo mismo, se asume que eran muy primitivos y que apenas tenían lo que podemos hoy definir como una cultura. Sin embargo, para eso está la investigación en ciencias sociales que en nuestro país es la menos reconocida de las ciencias cuando se considera que son las ciencias exactas y aplicadas las más importantes en estas lides. Craso error, porque como dice el académico de la Universidad de Chile, Ignacio Álvarez, “lo que ofrecen las investigaciones en humanidades son valores”, una externalidad poco aquilatada en estos tiempos de valorizaciones solo en moneda dura. Y valores son los que ha producido los trabajos que ha desarrollado el arqueólogo y antropólogo de la Universidad de Tarapacá José Castelleti respecto de estos pueblos que fueron finalmente, motejados y agrupados como changos, y que habrían tenido una complejidad cultural insospechada hasta ahora y con una data de hasta ocho mil años.
Una serie de pinturas rupestres que hasta hace poco se pensaban que solo tenían una antigüedad de no más de dos mil años y que las nuevas técnicas han fechado en 8 mil y más donde aparecen animales terrestres, como camélidos, también marinos, como ballenas, además de embarcaciones podrían indicar la pesca y caza en alta mar de cetáceos y otras especies. Nuestra propia “cueva de Altamira”, como podríamos denominar a este lugar, conserva figuras pintadas por los camanchacos con un tipo de óxido de hierro llamado hematita que fue mezclado con otros fijadores para llegar casi intactas hasta nosotros, y la prueba de que en este lado del mundo las cosas no eran tan primitivas ni sus primeros habitantes tan brutos, ni pobres ni bárbaros, como los describían textualmente los cronistas españoles, hace apenas unos siglos.
Y así, como estamos empezando a valorar más a esas culturas menospreciadas por la historia que nos han enseñado y con las que se ha ensañado la educación escolar tradicional, habría que agregar el esfuerzo que ha hecho el profesor Bernardo Arriaza respecto de la cultura Chinchorro. Otra de las grandes desconocidas y poco estimadas de nuestro patrimonio cultural y que tiene a las momias más antiguas del planeta como protagonistas. Con más de siete mil años, estas momias que fueron apareciendo por decenas en el Morro de Arica y en el Valle de Azapa con tan solo rasguñar su superficie, son un gran enigma cuando apenas sabemos porqué realizaban este ritual funerario de un modo tan exquisito que nada tiene que envidiarle a sus hermanas egipcias.
No es casualidad que sean las únicas momias del mundo que se han expuesto en Egipto, cuando su data es anterior a las de ese país y las técnicas utilizadas son prácticamente las mismas. Este patrimonio cultural tan desconocido no solo por chilenos sino que por bolivianos, peruano y argentinos habla de nuestra escasa densidad cultural como región austral, porque resulta vergonzante que ya empinados en el siglo XXI no tengamos en consideración que estos pueblos, changos o chinchorros nada tienen que ver con la miope geografía política actual, cuando se desplazaban por estos territorios sin límites fronterizos, tan arbitrarios como dolorosos para nuestros pueblos hoy.
Una gran excepción a esto y un posibilidad diferente de relacionarnos está en el llamado Camino del Inca o Qhapac Ñan, declarado por Unesco como Patrimonio de la Humanidad. Esta red de comunicación vial cuyos vestigios se encuentran en Colombia, Ecuador, Perú, Argentina, Bolivia y Chile logró ser visibilizada y así adquirir un rango de protección universal gracias al trabajo conjunto de especialistas de todos estos países que dejaron a un lado sus sentimientos chovinistas y fueron capaces de trabajar en la valorización de uno de los trazos humanos más hermosos del planeta.
Se trata del camino que recorrieron nuestros antepasados de manera longitudinal para atravesar todo el Tahuantinsuyo a través de la Cordillera de Los Andes, en una red peatonal de más de seis mil kilómetros de largo, pero que en total alcanzaba los más de 30 mil kilómetros cuadrados, interconectando los cuatro suyos o puntos cardinales del imperio atravesando costa, sierra y selva para alcanzar la capital, Cusco, que traducido al castellano significa ombligo o centro. Este sistema vial es una trama que debiera recordarnos el espíritu de los originales habitantes de estas tierras, para que a propósito de changos o chinchorros la valorización sea más allá de chilena, peruana o boliviana, cuando se trata de nosotros mismos. Estos investigadores, como Castelleti o Arriaza, entre tantos otros, son los que están haciendo la ciencia de frontera que nos impulsa a desplazar no solo las barreras del conocimiento, también nuestras añejas convicciones chovinistas y patrioteras.