Diversidad en la unidad
La Izquierda continuará siendo una pluralidad de izquierdas; no obstante, esta realidad tiene que sobrepasar la fragmentación articulándose respetando las diferencias, maximizando convergencias y minimizando divergencias. El fortalecimiento del fascismo social con fachada democrática, exige esfuerzos adicionales en la búsqueda de acuerdos que permitan un nuevo tipo de frente democrático. Es lamentable reconocer como en tiempos recientes, a importantes fuerzas de izquierda (comúnmente de centro izquierda y social-demócratas) les ha resultado más fácil establecer acuerdos y alianzas con fuerzas de derecha antes que con sectores de izquierda. No obstante, las dificultades para la materialización de articulaciones de izquierdas no son, generalmente, de responsabilidad de uno u otro sector: el sectarismo está presente en todos.
Poder para la democracia
La refundación de la izquierda exige una refundación de la política concebida como teoría y práctica para el ejercicio y la transformación del poder, en su sentido más amplio. El poder es siempre expresión de relaciones desiguales que permite a quien lo tiene, representar a su manera el mundo, proponiendo incluso su cambio según sus necesidades, intereses y aspiraciones. El mismo puede ser la familia, la empresa, la comunidad, la escuela, el mercado, la ciudadanía, el orbe terrestre. El poder sólo es democrático cuando es ejercido para ampliar y profundizar la democracia. En su sentido más amplio, la democracia es todo el proceso de transformación de relaciones desiguales (de poder), en relaciones compartidas de autoridad. Por eso, no hay sociedades democráticas; lo que hay son sociedades que, de ser gobernadas por fuerzas de izquierda, están en proceso de democratización. En cambio, si son regidas por fuerzas de derecha, están en procesos de des-democratización. Gobernar como izquierda es ampliar la democracia, tanto en las relaciones políticas como sociales. Gobernar como derecha, es restringir la democracia y las dichas relaciones.
El lugar de la izquierda
Tanto en la oposición como en el poder, la izquierda debe mantener la coherencia entre los medios y los fines. No hay fines dignos cuando los medios son vergonzosos. La misma coherencia debe exigirse si se está en el gobierno o si se está fuera de él. En las sociedades dominadas por el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado, la zona de la izquierda es la oposición. En caso que esté en el gobierno, la incomodidad en el ejercicio del poder tiene que ser el espejo del poder disconforme al interior de la izquierda. Cuando ella se conforma y acomoda, la izquierda no sólo se engañará a sí misma, sino también a todos quienes en ella confiaron.
Relación con los movimientos
En las condiciones de hoy, gobernar como izquierda es gobernar a contra corriente, es decir, gobernar sin dominar los parámetros generales del poder presentes en las relaciones sociales, económicas, políticas, culturales e internacionales. Se trata de un gobierno que para enfrentar la fragilidad, debe ser doblemente fuerte: seguro en sus raíces y fuerte en sus alas. Debe ser un gobierno que para ser sustentable, no puede sólo apoyarse en las instituciones políticas y jurídicas. Debe saber relacionarse orgánicamente con los movimientos y las organizaciones sociales, además de favorecer las acciones directas y pacíficas de las/os ciudadanas/os. Debe, sobre todo, saber que las nuevas fuerzas de la derecha buscarán esa misma relación, pues la movilización social y la acción directa no son monopolio de la izquierda. Al contrario, pueden ser armas muy eficaces contra la izquierda. Por eso, la izquierda siempre se suicida si desperdicia o trata con descuido la confianza que en sí mismo depositan los movimientos y organizaciones sociales. La confianza se fortalece con la proximidad solidaria asentada en los terrenos del respeto a la autonomía de cada cual. O, al revés, se debilita si prevalece la distancia, la arrogancia o la voracidad controladora.
Reforma política
En Brasil, el actual régimen político no permite a la izquierda gobernar de un modo coherente. La prioridad de la izquierda debe ser la reforma política y no regresar al gobierno a cualquier costo y lo más rápido posible. No vale la pena tener ganancias a corto plazo si ellas rápidamente se transforman en pérdidas de largo plazo. La reforma política puede exigir la convocatoria a una asamblea constituyente originaria. Tal exigencia deberá enfrentar la poderosa contra reforma liderada por el sistema judicial y los medios. La reforma política debe estar orientada a permitir una revolución cultural y social que, de modo constante, la sustente y defienda de los intentos contra-reformistas.
Representaciones
La reforma política debe estar basa en tres ideas: la democracia representativa perdió la capacidad de defenderse de las fuerzas anti democráticas; para que la democracia prevalezca es necesario proponer nuevas institucionalidades que permitan articular, en los distintos niveles de administración y gobierno, la democracia representativa con la democracia participativa. En sociedades gobernadas por relaciones capitalistas, coloniales y patriarcales, la democracia, así como las izquierdas, están siempre en riesgo; sólo una vigilante “economía del cuidado” [1] les permite sobrevivir y florecer.
Influencias
A diferencia de lo que acontecía cuando hubo una nítida separación entre dictadura y democracia, las fuerzas antidemocráticas tienen hoy medios para ganar en influencia al interior de los partidos democráticos, inclusive en los que se designan como de izquierda. En el actual contexto, son antidemocráticas las fuerzas que apenas si respetan la democracia si esto les permite resguardar sus intereses económicos y otros, no permitiendo que sus intereses puedan ser reconfigurados o afectados negativamente como resultado de la competencia democrática cuando esta procura atender las necesidades de otros grupos y clases sociales. La debilidad de la democracia representativa reside en la facilidad con que hoy minorías se convierten en mayorías institucionales y, paralelamente, en la facilidad como mayorías sociales se convierten en minorías políticas.
Además de los Partidos
Articular la democracia representativa (los ciudadanos eligen a los decisores políticos) con la democracia participativa (los ciudadanos y las comunidades se organizan para tomar decisiones políticas), exige una refundación del sistema político en su conjunto con nuevas instituciones, y no sólo el régimen político (sistema de partidos, sistema electoral, Legislativo, etc.) Supone que los ciudadanos puedan organizarse de otras maneras que no sean sólo las de partidos a fin de intervenir activamente en la vida política, vía elecciones y referendos. Supone que los partidos de izquierda sean refundados de modo que ellos mismos, en su propio interior, estén organizados mediante articulaciones de democracia representativa y democracia participativa (asambleas, círculos de simpatizantes). Esta última debe tener un rol principal en tres aspectos: definición de la agenda política; selección de candidatos a los órganos de la democracia representativa; vigilancia en el cumplimiento de los acuerdos y mandatos. Los nuevos partidos tendrán la forma de partido-movimiento y sabrán vivir con el hecho de que ninguno tendrá el monopolio de la representación política. No hay ciudadanos/as despolitizados/as; hay ciudadanos/as que no se dejan politizar por las formas vigentes de politización, sean estas de partidos o de movimientos de la sociedad civil: la inmensa mayoría de los ciudadanos no tiene interés por adherirse a partidos o movimientos. Pero cuando ellos se toman las calles, por ejemplo, las élites políticas se sorprenden de haber perdido el contacto “con las bases”.
Democracias
Dado que la democracia representativa está más consolidada que la participativa, su articulación tendrá siempre que tener presente esta disparidad. Lo peor que puede sucederle a la democracia participativa es tener todos los defectos de la representativa y ninguna de sus virtudes.
Capitalismo moderno
La reforma política no vale en sí misma. Su objetivo es facilitar la revolución democrática en las relaciones económicas, sociales, culturales e internacionales. A su vez, esta revolución tiene por objetivo disminuir paulatina y sostenidamente las desiguales relaciones de poder y las consiguientes injusticias provocadas por las tres formas de dominación moderna: capitalismo, colonialismo y patriarcado. Estas tres formas operan articulada y simultáneamente. Tanto el colonialismo como el patriarcado existían bastante antes que el capitalismo moderno, pero fueron profundamente reconfigurados por este para servir a sus fines de expansión. El patriarcado fue reconfigurado para desvalorizar el trabajo de las mujeres en las familias y su aporte a la fuerza de trabajo total. A pesar de ser un trabajo eminentemente productivo (porque permite la propia producción de la vida), fue falsamente concebido como mero quehacer reproductivo. Esta desvalorización abrió el camino para la desvalorización del trabajo salariado de las mujeres. El patriarcado continúa vigente no obstante todas las luchas y conquistas de las feministas y demás organizaciones de mujeres. A su vez, el colonialismo, asentado en la pretendida inferioridad “natural” de ciertos grupos humanos, fue crucial para justificar el pillaje y la desposesión, el genocidio y la esclavitud en que se basó la llamada acumulación primitiva. Sucede que esa forma de acumulación capitalista particularmente violenta, lejos de responder a una fase del desarrollo del capital, es un componente constitutivo del propio capitalismo. Por eso, el fin del colonialismo histórico, no significó el fin del colonialismo en cuanto forma social y permanece hoy actualizado en las formas del colonialismo interno: discriminación racial, étnica, violencia policial, trabajo esclavo, marginaciones, etc. El patriarcado y el colonialismo son los factores que alimentan y producen el fascismo social en las sociedades que el capitalismo promueve, interesadamente, como políticamente democráticas. En las condiciones actuales, en que domina la forma más anti social de capitalismo (capitalismo financiero) la dominación capitalista exige, más que nunca, la dominación colonialista y sexista. Es por eso que las conquistas contra la discriminación étnica o sexual, son rápidamente revertidas cuando es necesario.
La pequeña alma de la izquierda
El drama de las luchas contra la dominación en la época moderna fue que estuvo centrado, en una de tales formas, descuidando y hasta negando, la existencia de otros tipos de sometimiento. Así, en su mejor momento, la izquierda fue anticapitalista, pero siguió siendo colonialista y patriarcal (sexista). No podemos desconocer que la Social Democracia europea, que pudo regular al capitalismo creando sociedades más justas por medio de la universalización de derechos sociales y económicos, hizo aquello posible a raíz de la violenta explotación de las colonias europeas y, más tarde, por la dominación neocolonial del mundo no europeo. La reversibilidad y fragilidad de las conquistas sociales reside en que las formas de sometimiento negadas, horadan por dentro los logros alcanzados contra la opresión reconocida. Así, una lucha de izquierda orientada a dar un rostro más humano al capitalismo, pero que desprecia la existencia del colonialismo interno, el patriarcado y el sexismo, puede no sólo producir una fuerte decepción, sino, a la vez, termina por fortalecer al mismo capitalismo que quiso regular, recogiendo una cruel derrota. Esto explica, en parte, que los gobiernos progresistas de América Latina de la última década hayan tan fácilmente desdeñado los “daños colaterales” de la explotación desenfrenada de los recursos naturales producto de la mayor demanda de commodities, sin darse cuenta, al parecer, de que el neo-extractivismo representaba la continuidad directa del colonialismo histórico, el mismo contra el cual siempre habían protestado. Tales efectos produjeron la expulsión de campesinos e indígenas de sus tierras ancestrales, el asesinato de líderes sociales a manos de sicarios ordenados por empresarios inescrupulosos, y todo ello en un contexto de completa impunidad, de expansión de la frontera agrícola más allá de la responsabilidad ambiental, de contante contaminación de áreas urbanas, de recursos acuíferos, o el envenenamiento de poblaciones rurales como resultado de fumigaciones con diversos químicos, varios de ellos prohibidos internacionalmente. Todo esto valió la pena para la izquierda, porque, aparentemente, ella ha tenido un alma muy pequeña.
Antis
La política de la izquierda tiene que ser, conjuntamente, anticapitalista, anticolonialista, y anti-sexista; no merecerá ninguno de estos atributos si no los asume a todos conjuntamente y sin jerarquías.
Luchas
En abstracto, las luchas contra los tres modos de dominación son todas igualmente importantes. Pero en concreto hay que distinguir contextos y urgencias. Obviamente, las diferentes luchas sociales no pueden, ni todas ni simultáneamente, enfrentar a las dominaciones de la misma manera. El hecho de que las tres formas de sometiendo indicadas no surgieran aisladamente, no significa que, en ciertos contextos, enfrentar a una de ellas, se esté renunciando a las otras. Perfectamente puede que una sea más urgente o evidente. Lo importante es que, por ejemplo, al darse una lucha contra el colonialismo, se tenga siempre presente en las actuaciones y acuerdos, que esta dominación no existe sin la capitalista y la patriarcal.
Intercultural
La izquierda del futuro tiene que ser intercultural y organizarse a base de las luchas contra las diferentes dominaciones como condición necesaria a su eficacia. Como diferentes tradiciones de lucha crearon culturas políticas específicas, la articulación entre luchas/movimientos/organizaciones, tomará, en mayor o menor medida, un trabajo de traducción intercultural.
Dominio de la naturaleza y del conocimiento
La interculturalidad introducirá en la agenda política dos formas de dominación-satélite que proporcionan al capitalismo, al colonialismo y al patriarcado, el combustible que les permite funcionar con mayor legitimidad social: el control de la naturaleza y el dominio proveniente del conocimiento académico de las universidades y centros de investigación. Con ellas, otras dos maneras de poder se hacen visibles: la injusticia medioambiental y la injusticia cognitiva. Sumadas a las ya dichas, estas maneras de injusticia obligan a una revolución cultural y del conocimiento con impactos específicos en áreas sociales relevantes, como por ejemplo, la salud o la educación. Esta revolución permitirá, por un lado, valorar los conocimientos de la sabiduría popular, o sea, las habilidades y sapiencias del conjunto de la gente, nacidas de las luchas contra las dominaciones y, por otro lado, exigirá que se deje de saludar como héroes de nuestra historia a hombres blancos responsables de genocidios, comercio de esclavos, robo de tierras. En el plano teórico, el marxismo, que continua teniendo importancia para el análisis de las sociedades de nuestro tiempo, deberá ser descolonizado y despatriarcalizado para que nos pueda ayudar a imaginar y a desear una sociedad más justa y más digna que nos ofrece nuestra época.
[1] Economía del cuidado: Los cuidados son un componente central en el mantenimiento y desarrollo del tejido social; implican tanto la promoción de la autonomía personal como la atención y asistencia a quienes son dependientes. Sin personas que brinden cuidados unas a otras no sería posible la reproducción social y el desarrollo pleno de las capacidades individuales. La denominada “economía del cuidado” incluye en ese espacio al conjunto de actividades, bienes y servicios necesarios para la reproducción social y cotidiana de mujeres y varones, especialmente a partir de vincularlo con el desarrollo económico de los países y las relaciones sociales de género. Tomado de http://www.anacaonas.net/cuidados Nota del traductor.