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Bachelet, Burgos y la Nueva Mayoría: en caso de duda, siempre optar por la derecha

Acorralada por los sectores conservadores de la ex Concertación y por el bombardeo constante de la prensa tradicional, cuyos periodistas repiten cuan loro todo lo que la derecha permanente pronuncia en su típica lógica insular respecto a lo especial que es el modelo chileno, Bachelet optó por lo que en el Chile de hoy es políticamente ventajoso: correrse a la derecha.

Víctor Herrero

  Lunes 8 de agosto 2016 8:21 hrs. 
michelle bachelet jorge burgos

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“Ante la duda de equivocarme políticamente, siempre voy a preferir el flanco izquierdo”, declaró una vez Rudolf Augstein, el fundador y director de Der Spiegel, el semanario político más influyente de Alemania y acaso de Europa. Augstein, quien falleció en 2002, logró crear un medio de comunicación que fue clave en democratizar la Alemania Federal de la postguerra y que contribuyó de manera decisiva a desnazificar el país al mantener siempre vivo el periodismo histórico.

En Chile, en cambio, el lema de los demócratas de centroizquierda parece ser justamente al revés: en caso de duda política, siempre prefieren el flanco de la derecha.

El ejemplo más reciente de ello lo brindó la propia Presidenta Bachelet en una entrevista a Radio Cooperativa el sábado 6. Agachando el moño ante tanta encuesta que la muestra con históricos niveles de impopularidad para el presidencialismo chileno (menos que Salvador Allende, cuyos partidarios sacaron 42% en las elecciones parlamentarias de marzo de 1973), optó por darle la razón a los defensores del modelo económico chileno. Pese al descontento generalizado con el sistema privado de pensiones, la mandataria se cuadró: “Nunca más vamos a poder volver a un sistema de reparto”.

¿Por qué? Sus argumentos son exactamente los mismos que han esgrimido las propias AFP, los economistas tecnocráticos, los centros de estudios de la derecha y los grandes empresarios. A saber: “Porque la natalidad va disminuyendo y estamos viviendo más años (y) el activo de trabajadores que va ir generando los ingresos será menor que los pasivos”, afirmó Bachelet.

Lo que dice la Presidenta no es falso, pero es engañador. Primero, porque la inmigración en Chile ha aumentado de manera explosiva. Actualmente, casi 5,5% de la población chilena está constituida por inmigrantes, la cifra más alta en toda la historia republicana del país (otro momento de alta inmigración fueron los años 80 del siglo 19, cuando 4,2% de la población estaba formada por inmigrantes). Ello se traduce en que hoy tenemos a casi 1 millón de personas no nacidas en Chile viviendo y trabajando aquí. Y todas ellas forman parte del caudal económico del país.

Ciertamente, en el gobierno manejan estas cifras, pero una cosa es “saberlo” y otra “sentirlo”. Es probable que en las comunas del sector oriente de la capital donde Bachelet y casi todos sus ministros y altos funcionarios residen no se “sienta” esta inmigración (excluyendo tal vez a posibles empleados domésticos), pero en Santiago Centro se siente su pulso y vitalidad en cada esquina.

Segundo, el sistema de reparto o un sistema mixto de seguridad social no descansa solamente en cifras demográficas y financieras. Es, ante todo, una decisión política. Eso, al menos, muestra la experiencia europea post Segunda Guerra Mundial y de prácticamente todos los países de la OCDE.

Acorralada por los sectores conservadores de la ex Concertación y por el bombardeo constante de la prensa tradicional, cuyos periodistas repiten cuan loro todo lo que la derecha permanente pronuncia en su típica lógica insular respecto a lo especial que es el modelo chileno, Bachelet optó por lo que en el Chile de hoy es políticamente ventajoso: correrse a la derecha.

Pero hace sólo un par de año, Bachelet recordó con cariño su paso por la ex República Democrática Alemana, donde tuvo que huir de la dictadura de Pinochet tras pasar por el centro de tortura y exterminio de Villa Grimaldi. “Mi primer hijo nació estando yo en el exilio, en la RDA, y por tanto tuve ahí todas las condiciones tanto de salud, de nutrición, de apoyo, que me permitieron estudiar y tener un hijo en sala cuna”. Ese hijo es, por cierto, Sebastián Dávalos, nacido en Leipzig en 1978, y el mismo que está relacionado al caso Caval.

Más allá de sistemas políticos, lo curioso es que Bachelet no haya reparado en el hecho que la RDA en esos años vivía un fuerte declive demográfico, mayor aún al que tiene Chile actualmente. Sin embargo, mantenía un sistema de seguridad social que la acogió. Y en la “Alemania capitalista”, que en los comicios de 2013 fue el referente de Evelyn Matthei, la candidata presidencial de la UDI, la situación era y es exactamente la misma.

Otro ejemplo de equivocarse a favor del ideario de derecha lo da el canciller Heraldo Muñoz con las recientes tensiones con Bolivia. Normalmente, cuando un gobernante de La Paz comenzaba a agitar las aguas del nacionalismo, en Santiago le prestaban poco atención. Se sabía que ello obedecía más a razones políticas internas –por ejemplo, querer ser reelegido, aumentar en popularidad, acallar la voces disidentes- que a un verdadero afán de recuperación soberana. Pero esta vez las cosas son distintas. Por un lado, hay un mandatario boliviano que, por lo general, ha sido bastante exitoso en lo político y económico, pero que al ser de origen campesino, indígena y de izquierda, configura una contraparte étnica y socialmente desconocida para la diplomacia chilena.

Si antes Chile ignoraba los exabruptos bolivianos, hoy Muñoz y los suyos están atentos a cada paso que dan los vecinos del norte. Es curioso que ello suceda cuando nuestro propio país está indignado por la corrupción que se ha visto en las filas del Ejército que goza, sin contrapesos ni fiscalización, del 10% de todos los ingresos que genera Codelco. Los fastuosos bienes de ex comandantes en jefe de esa rama castrense, el despilfarro millonario en casinos de suboficiales y tantos otros hechos que han salido a la luz, se ven contrarrestado por la necesidad de defender unos ríos nortinos ante la amenaza boliviana. Eso, al menos, parece ser la lógica de la Cancillería y del gobierno nacional.

Y para consolidar la derechización de la Nueva Mayoría, tenemos todos los fines de semana las columnas y entrevistas que los pro-hombres de la antigua Concertación dan a El Mercurio, La Tercera, TVN y tantos medios más. El domingo recién pasado, el ex ministro del Interior Jorge Burgos afirmó al principal diario de Agustín Edwards que “el país se ha descarrilado, hay que ponerlo otra vez en la vía”. Y, claro, esa vía es la vía ferroviaria de la derecha.

Y para dejar en claro en qué posición están los príncipes derechistas de la Democracia Cristiana, Burgos remató: “Para serle franco, el Partido Comunista, participando con el nivel de influencia programática que ha tenido en este gobierno, creo que no le hace bien al país”. Las palabras del ex ministro parecen de un libreto de la Guerra Fría, de la campaña anticomunista de Frei Montalva en 1958 y 1964.

Acto seguido, y para demostrar lo antediluvianos que sería el PC, Burgos se quejó de que cuando era ministro “fueron militantes comunistas los que presentaron propuestas para expropiar empresas”. Consultado cuáles serían esas empresas, el ex ministro de Bachelet dio sólo un ejemplo: Soquimich.

Sí, Soquimich, la empresa que pertenece al ex yerno de Augusto Pinochet, que ha estado involucrada profundamente en el financiamiento ilegal de la política, la empresa privada que es dueña absoluta de un recurso natural llamado litio. O sea, para Burgos es una deslealtad que se quiera expropiar a esa empresa. Y así volvemos al principio: en caso de duda, la llamada centroizquierda de nuestro país prefiere optar por la derecha.

P.S. Rudolf Augstein se consideraba un hombre de la centroderecha liberal. De hecho, fue durante un período diputado del FDP, el partido liberal alemán.

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