Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 16 de abril de 2024


Escritorio

Nómadas somos todos


Lunes 26 de septiembre 2016 9:43 hrs.


Compartir en

Sí. Somos todos. Incluso los que nunca se han movido de su pueblo, por pereza, por desinterés, por falta de medios o porque no les da el cuero. Porque hasta ellos son nómadas televisivos, lectores o internautas. Pero yo me refiero a que, en esencia, a los seres humanos, o aspirantes a serlo, nos ha caracterizado el desplazamiento, el viaje, los cambios de escenario. Y eso es así desde el comienzo de los tiempos. Nuestros antepasados descendieron de los árboles y empezaron a caminar por las llanuras. En sus gestas se mezcló, con toda seguridad, el sentido de la supervivencia con el de la defensa y el de la conquista. Es decir, los movía el alimento, la brújula del miedo y ganar territorios, lo que implicaba, en ocasiones, denigrar al otro, reducirlo, y “colonizar” el vientre de las mujeres sometidas.

Las razones por las que el ser humano se ha movido a lo ancho y largo del mundo son varias, y no siempre han tenido como trasfondo las causas nobles -más bien se diría que todo lo contrario-. Pero tampoco me parece lógico haber aceptado como normal que la historia de los movimientos, éxodos y traslaciones -lo que antes se llamaba la “geografía humana”- se escriba desde la perspectiva del choque y del conflicto -hay una industria del conflicto, qué duda cabe, pero la historia de la comunicación con el otro, por fortuna, tampoco sería posible explicarla sin la fascinación por lo extraño, por lo lejano, por lo exótico-. Es evidente que muchos “encuentros” han devenido “desencuentros”, traducidos en saqueo, aniquilación y muerte. Y sin embargo…sin ese ejército eventual de fascinados -locos del saber, traductores espontáneos, curiosos por naturaleza, aventureros sin ánimo de sangre- no tendríamos gran parte del conocimiento global que parece ser una carta de presentación imprescindible de nuestra postmodernidad – el conocimiento global, por cierto, significa también un gran desconocimiento generalizado, pero eso lo dejaremos para una próxima ocasión-.

En declaraciones recientes, el filósofo francés Sami Naïr -que acaba de sacar un libro sobre los refugiados- sostiene que la mayoría de las últimas olas migratorias parecerían fruto de la crisis. Pero no: las causas son medioambientales. A los hijos de la crisis les mueve la asfixia económica; a los otros, la catástrofe que las sequías, el cambio climático y otras plagas que hemos ido planificando concienzudamente entre todos -unos más que otros, justo es decirlo- van dejando en aquello que fue sus territorios. Porque sí: los humanos somos nómadas. Y, a la vez (en eso consiste la complejidad de ser humano, después de todo) somos profundamente territoriales. Al territorio ligamos nuestros derechos, nuestras obligaciones y nuestros afectos. Verse expulsado de él es una amputación que produce una hemorragia global cuyo alcance aún estamos lejos de poder estimar.

Para propiciar un desatasco de los refugiados que se hacinan a las puertas de Europa (sin olvidar a los que malviven en poblados o campamentos de ingente tamaño en países como Francia, Hungría o Italia), Naïr propone un pasaporte “de tránsito”. Al estilo del pasaporte Nansen que facilitó la recolocación de aquellos que, como efecto de la Primera Guerra Mundial, se encontraron perseguidos o, simplemente, sin país, debido  al reparto de territorios y la nueva configuración geo-política. ¡Un pasaporte para apátridas! ,que es tanto como otorgarles un lugar para existir. El escritor Gregor von Rezzori, que siempre tuvo pasaporte Nansen, bromeaba cuando su nombre sonaba para el nobel de literatura: “Sería la primera vez que el premio no tiene detrás a un país”. Nada más difícil. Los países, y sus políticas, tienen sus connotaciones. Y un apátrida es un ser que, por definición, no pertenece a nada ni a nadie. Y los premios golosos requieren pertenencias y, en consecuencia, esclavitudes.

Lo mejor de nuestra condición de nómadas es poder elegirlo. Quizá la clave, en el fondo, sea sea. Y si nos arrancan a la fuerza de ese pedazo de tierra en la que sembramos el alma y donde también lo han hecho nuestros ancestros, probablemente solo podamos aportar un corazón roto a una sociedad desmembrada.