Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 29 de marzo de 2024


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Perfeccionamiento Docente y Pseudociencia


Lunes 3 de octubre 2016 7:20 hrs.


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Señor Director:

La Universidad de Chile, a través de su programa de educación continua para el magisterio, ofrece las jornadas de actualización para profesores (JAP). Sin duda, estas instancias de perfeccionamiento son necesarias y enriquecedoras. La experiencia de continuar en un proceso de aprendizaje, promoviendo el intercambio de conocimientos y experiencias, es un elemento clave que permite a los docentes mejorar su labor y su autoestima profesional.

Los cursos que ofrecen estas jornadas abarcan áreas de conocimiento vinculadas a la escuela. Sin embargo, al revisar los cursos ofrecidos, es posible encontrar en el listado uno denominado “Programación neurolingüística como herramienta para la didáctica general”. Mi sorpresa no ha sido menor, puesto que la programación neurolingüística es una pseudociencia. Por lo tanto, al incluir en el programa un curso de esta índole como parte de una jornada seria de perfeccionamiento docente, se está vulnerando una de las labores primordiales de la universidad, que es promover el pensamiento crítico.

Se sabe que la programación neurolingüística (PNL) tiene una cantidad importante de adeptos e incondicionales repartidos por todo el mundo desde hace ya varios lustros. Sin embargo, su supervivencia no se debe a la validez de sus postulados, sino que más bien al carácter sugestivo de sus planteamientos.

La PNL acoge un puñado de creencias y sincretismos diseminados por sus adeptos, por lo general en un tono amoroso-persuasivo, seductor o carismático y, muy importante decir, haciendo uso de cientificismos. La PNL propone que mediante la reprogramación de nuestro cerebro, es posible modificar nuestro sistema sensorial, nuestra psicología y nuestro sistema de creencias, lo que facilitaría a las personas configurar cambios en sus vidas para alcanzar logros modélicos. Dentro de sus estrategias los creadores de la PNL (Bandler y Grinder), se adjudicaron un gran descubrimiento concerniente a los movimientos oculares, estableciendo una correlación entre estos movimientos y el discurso hablado. Por consiguiente, nuestro interlocutor pasa a ser un objeto de observación sospechoso, puesto que, nuestro lenguaje corporal y nuestros movimientos oculares corresponderían a un meta lenguaje que nos delata y pone de manifiesto nuestras más oscuras intenciones, o aquello que desconocemos de nosotros mismos. Es decir, si una persona expresa algo razonable, pero acompañado de un determinado patrón de movimientos oculares, el instructor de PNL (o peor aún, un neófito), podría interpretar la conducta del sujeto, como un acto deliberado para ocultar información, embaucar y de paso dar señales que permitirían situar a esa persona, dentro de las categorías de personalidad que han definido sus creadores en función de los movimientos oculares. Sin embargo, esta observación ha sido sistemáticamente refutada en estudios controlados (por ejemplo, en el paper publicado en el 2012, “The Eyes Don’t Have It: Lie Detection and Neuro-Linguistic Programming), los cuales han establecido que la relación entre movimientos oculares y el discurso, corresponde simplemente a una correlación espuria. En conclusión, la PNL no es otra cosa que una interpretación arbitraria y desactualizada de la neurociencia y la lingüística. Hasta la fecha, no existe ninguna evidencia que avale sus postulados fundamentales y su alcance terapéutico. En otras palabras, la PNL es una pseudociencia, un mito.

En consecuencia, no es inocuo integrar a programas de formación docente estrategias basadas en pseudociencias. Si bien alguien podría aducir que el efecto placebo del uso de estas estrategias podría ser beneficioso, lo nefasto de realizar este tipo de divulgaciones en espacios formales de educación, radica en que se está condicionando a la audiencia, para que valide sin grandes cuestionamientos estas pseudo metodologías, que proponen dar herramientas efectivas con el propósito de intervenir favorablemente en las relaciones interpersonales y en nuestro desarrollo personal.

Por otra parte, llama la atención la necesidad de innovar con nuevas prácticas “alternativas”, para envolver en celofán el proceso de aprendizaje, como si el pensamiento crítico o el desarrollo de habilidades cognitivas acarreara un tipo de carencia existencial en las personas. Como si en la medida que nos acercamos al conocimiento de manera rigurosa, perdiéramos una dimensión humana, particularmente afectiva y social que nos mutila o escinde y que por supuesto recuperamos con este tipo de técnicas.

Hay que preguntarse cuáles son las debilidades que hacen posible validar e incorporar, estos discursos o modas, a un programa de perfeccionamiento docente otorgado por una universidad tradicional como la Universidad de Chile. Además, me pregunto si la universidad cuenta con un comité revisor independiente, liderado principalmente por filósofos de las ciencias, para realizar una evaluación crítica de los programas, con el propósito de asegurar que el quehacer de la Universidad favorezca la producción de conocimiento y el pensamiento crítico, cumpliendo así con la misión de otorgar el debido soporte intelectual que la sociedad demanda.

El contenido vertido en esta Carta al director es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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