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Colombia: No todo es culpa de Uribe

El renovado compromiso con la paz del gobierno colombiano y de las FARC luego del triunfo del No debe sacar lecciones sobre los errores propios, más que buscar un chivo expiatorio. Lo que está en juego trasciende a ganar un plebiscito: se están poniendo los pilares para el país del futuro.

Patricio López

  Martes 4 de octubre 2016 13:45 hrs. 
uribe

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Es frecuente, entre los sectores bien pensantes, que cuando los resultados de una consulta democrática no calzan con las propias expectativas, se tienda a pensar que el Pueblo no sabe y que ha incurrido en un grave error colectivo. O que ha sido víctima de una manipulación mediática y/o caudillista que se ha aprovechado de su ignorancia, como sucedería en el caso del plebiscito en Colombia con el rol del expresidente Álvaro Uribe Vélez.

Pero en cada resultado como el del pasado domingo existe la oportunidad para escuchar, descubrir una verdad y realizar una autocrítica.

En la medida que las horas transcurren va quedando más claro que la expresión mayoritaria del No fue contra el acuerdo, más que contra el propósito de alcanzar la paz. En esa votación hubo varios motivos que confluyeron, lo cual debe recalcarse, entre otros motivos, para conjurar el deseo de Álvaro Uribe de vestirse con todas las ropas del rechazo. También es fundamental advertir la disparidad territorial en los resultados, puesto que así como el rechazo ganó en las grandes ciudades, en las zonas más directas del conflicto el Sí no bajó del 65 por ciento de aprobación.

En los centros urbanos, y más allá de las críticas a la manipulación mediática y a la simplificación grosera del Uribismo, subyacen cuestionamientos muy de piel a la Justicia Transicional, es decir, indirectamente, a las Farc y a su inserción en la sociedad colombiana. Cierto es que los sectores más recalcitrantes quisieron reducir todo el acuerdo a este punto, pero también lo es que a un sector de la ciudadanía le hizo sentido ¿Paz con impunidad total? No, porque el acuerdo excluye a los crímenes de lesa humanidad ¿Con plenos derechos políticos? Difícil de tragar para muchos que ven a la guerrilla como una mera organización terrorista. Y, en esa percepción, en la tragedia de las Farc de no tener el aprecio del pueblo por el cual se levantó en armas, no todo es culpa de los manipuladores.

Si algo aparece como gran lección del resultado, es que la parte de la herida en la sociedad colombiana que le cabe a la guerrilla es muy profunda, más que lo hasta ahora han podido sanar los gestos de estos cuatro años.

Estamos hablando entonces de un problema más profundo que el mero resultado de un plebiscito: la firmeza de los pilares para construir el futuro. Si hubiera ganado el Sí, el camino para la paz sería menos pedregoso, pero había que recorrerlo y enfrentar sus dificultades de todos modos. En ese sentido, es mejor encontrarse con las insuficiencias de un pacto ahora, en vez de que explote amplificado en una o dos décadas, como sucedió con la transición chilena.

Otro dato relevante es que en Colombia, tal como en Chile, las convocatorias del sistema democrático tienen escasa adhesión ciudadana. Parece increíble que la consulta más importante que se ha celebrado en América Latina en lo que llevamos del siglo XXI tuviera una abstención del 62 por ciento, pero si se hubiera mirado a las elecciones colombianas anteriores, lo ocurrido aparecería como previsible.

Sería un error interpretar esa no votación como desinterés político, Más bien parece que la desafección entre la élite dirigente y la ciudadanía, igual que en Chile, es un problema hondo para todas las fuerzas del sistema, incluyendo a las FARC que se quieren incorporar. Esto no se va resolver si el acuerdo de paz no contempla una institucionalidad que renueve el contrato social en el país, como lo ha planteado la guerrilla con éxito discutible en la redacción del acuerdo final.

Por todos estos motivos el triunfo del No, que ha sido un resultado sorpresivo y en principio desolador, es también una gran oportunidad para mejorar el acuerdo, hacer más esfuerzos políticos por explicarlo y sostener las convicciones. Es lo que ha hecho el Presidente Santos en su alocución luego de conocerse el resultado, al aceptar el veredicto pero renovando su compromiso con el proceso y con el cese de hostilidades. El mandatario entendió además, luego de ese primer momento, que no debía abrir espacio a la incertidumbre, por lo que rápidamente abrió una nueva etapa al nombrar a un panel de tres miembros encargados del diálogo con los opositores al acuerdo. Ellos son el jefe negociador Humberto de la Calle, la canciller María Ángela Holguín y el ministro de Defensa Luis Carlos Villegas.

En estas horas, es lo que también han hecho las FARC. El escenario es difícil y requiere respuestas a la altura de las circunstancias, frente a lo cual la guerrilla ha dado muestras de su conversión: ya son una fuerza plenamente política, más allá de la etapa del proceso, y sus respuestas se han volcado con asertividad en ese campo. Al inicio de las conversaciones, Timoshenko recordó el origen campesino de la rebelión y el sentido político de su lucha armada. Es lo que ahora está en juego: no se pasa de la guerrilla a la inserción civil –dicho como si se tratara simplemente de diluirse en el cuerpo social- sino para fortalecer una alternativa política de izquierda, en un país donde distintas manifestaciones de la derecha han controlado el gobierno en los últimos lustros. Entonces, más que ganar el plebiscito, el desafío último es convencer y ganar el aprecio del pueblo.

Ésta es una tarea que involucra al conjunto de los sectores progresistas, que ha parecido padecer en Colombia el mismo problema que en muchas partes: su desconexión con el sentido común ciudadano, con el pueblo al que aspira a representar. El rechazo categórico al acuerdo en las grandes ciudades es, entre otras cosas, una consecuencia del pobre trabajo de comprensión y pedagogía realizado por este sector que, se sabe, está especialmente reducido y atomizado en Colombia. Nadie pudo explicar bien qué significaba la paz para las zonas que no habían sufrido la guerra directamente. El desconocimiento de algo tan básico debía traducirse, necesariamente, en voto en contra o en abstención.

Es, en conclusión, el momento para recordar que el conflicto en Colombia surge y se generaliza en una historicidad de injusticias no resueltas y con hondas raíces. Por lo mismo, el proceso ha sido complejo y no cabe simplificar, si es que se quiere que la paz sea estable y duradera. El drama de Colombia y la confrontación entre las FARC y el Estado durante más de 50 años son apenas la consecuencia de una situación mayor. No se saldrá bien del tropiezo sin mirar al mismo tiempo ese horizonte.

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