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De la periferia parisina a Tierra del Fuego

Hay que ubicarse en el entorno europeo y en el local para comprender el encanto de esta aventura. Como dice Radic, el atractivo es el trayecto, no el destino. Para la mayoría, cruzar el Atlántico constituye una novedad. Luego del aterrizaje en Punta Arenas, el navegar en aguas del Estrecho, con todas sus evocaciones y su historia, una instancia imborrable.

André Jouffé

  Jueves 17 de noviembre 2016 15:28 hrs. 
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Jorge Radic, cantautor magallánico, residente en Francia desde los años setenta, tiene en el turismo una segunda opción laboral.

Trae a franceses a descubrir en forma muy sui generis los atractivos de Tierra del Fuego.

A partir de ésta época y hasta abril,  organiza un tour muy peculiar.

Hay que ubicarse en el entorno europeo y en el local para comprender el encanto de esta aventura.

Se trata generalmente de personas de toda edad, que habitan en grandes moles de cemento en la periferia de las ciudades de Francia, en especial de París.

Muy interesante lo que se muestra al turista cuando acude de Chile a estos pagos, pero la mayoría de los parisinos no reside cerca del Louvre, el Arco de Triunfo o Notre Dame;  la realidad se traduce en una frase: “Dodó, metro, telé”.  En otras palabras, dodó, es el equivalente al hacer tuto en español, el resto, viajar hacinados en el tren de acercamiento y luego trasbordo al metro o bus, ir al trabajo y lo de la mañana se repite en la tarde para regresar a casa a ver tele y dormir.

Los fines de semana pueden ir a un bistró o sentarse a leer el Journal de Dimamche en la plaza del complejo, de mucho concreto, un par de árboles y manchas de césped. Para lo otro, el verde total, hay que alejarse bastante.

Entonces aparece la oportunidad de viajar al fin del mundo. Como dice Radic, el atractivo es el trayecto, no el destino. Para la mayoría, cruzar el Atlántico constituye una novedad. Luego del aterrizaje en Punta Arenas, el navegar en aguas del Estrecho, con todas sus evocaciones y su historia, una instancia imborrable.

Al arribar a Tierra del Fuego, luego de visitar el museo de Porvenir, inician un trayecto que los deslumbra: caminan hacia un lugar donde habitan los pingüinos rey. Posteriormente, todo en ruta de tierra, pasan por lugares como Bahía Desilusión, con su cementerio donde yacen generalmente antiguos soldados y, según rezan las placas, asesinados por indios. También por Timaukel, territorios de Carlos Larraín, en Cameron, donde penan las ánimas, lo cual también simboliza belleza.

Mientras recorren kilómetros, que no son tantos pero el camino impide desarrollar más de cincuenta por hora, se cruzan con guanacos a cada instante. Los animales huyen como despavoridos y de detiene  abruptamente como si cuestionaran la razón de su estampida.

Radic les explica, que con la invasión extranjera, los kawéskar le echaron el ojo al guanaco blanco (las ovejas). Atrapar un ovino es cosa de caminar unos pasos, en cambio el guanaco escapa como bólidos de Fórmula Uno hora, en otras palabras los cazadores no tenían dónde perderse. Pero, los pobres aborígenes lo pagaron primero con una oreja menos y luego con la vida.

En la medida en que el camino empeora, los parajes se magnifican, con bosques de lenga y una flora y fauna espectacular. Los visitantes pueden apreciar de cerca de los castores como construyen sus represas dañinas y, al mismo tiempo, a los cóndores en pleno vuelo surcando ese cielo celeste. Con todos estos elementos,  los franceses no quieren más.

A unos pocos kilómetros del destino, el camino desaparece; solo existe una huella de la cual se recomienda al conductor del vehículo que no se desvíe. A menudo, la marea la cubre y sobrevienen largas espera a la espera de que vuelva a aparecer la huella. Entretanto, Radic entretiene a los turistas pues salen a pasear y él les sugiere: “Aquí tienen la novedad: los baños”. Y muestra matorrales. La mayoría, hace uso de desaguar en un entorno de ensueño.

Para esos burgueses que durante todo el año transitan por una existencia abundante en monotonía, cuando les piden salir de la van para que abran y cierren las numerosas  tranqueras  que separan un predio de otro, este menester tan simple, se erige como algo inusitado, sublime  y excitante. Quizás no lo sea para quien habita en el campo chileno, pero para alguien que jamás ha calzado una sandalia, la experiencia es inimaginable.

Cuando arriban al complejo turístico, acceden a una comida típica, cordero al palo, buenos vinos, y muchos paseos. El lugar cuenta con energía eólica. Al frente, la siniestra isla Dawson, permite a ese sector de la isla acceder a las señales Internet y de los portátiles porque es dominio de la marina.

Pasan por el museo de Puerto Yartou, recién inaugurado y que es una recreación idéntica a lo que vivieron hace siglo y medio los colonos suizos en esta playa con embarcadero.

Radic, a los que no son friolentos, los invita a jugar a ser kawéskar por unas horas. Los interna en un bosque, los turistas que lo desean, pueden pintar sus cuerpos desnudos con los mismos motivos ancestrales y disfrutan ser “fueguinos”, por unos instantes.

¿Imaginan lo que muestran al regresar a sus familiares, amigos y vecinos al retornar a las torres que habitan? Un mundo al cual jamás imaginaron acceder.

Una aventura para recordar toda la vista, incluso en los trayectos cotidianos de dodo, metro, tele, dodo.

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