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“Reconstitución de escena”: origen y vigencia del género policial

A partir de un bullado asesinato ocurrido en 1896 que fue argumento para una obra de teatro, dos libros de testimonios y décimas populares, el historiador y escritor Manuel Vicuña inicia un interesante recorrido por la literatura policial y su materia prima: los detectives, los delincuentes y los ríos de tinta vertidos por los reporteros de crónica roja.

Felipe Reyes

  Lunes 28 de noviembre 2016 10:58 hrs. 
escritor

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En octubre de 1896, Luis Matta Pérez, joven abogado de la alta sociedad santiaguina que después de la batalla de Placilla (1891) había sido nombrado fiscal del tribunal encargado de juzgar a los partidarios del presidente Balmaceda vencidos, ganando fama de implacable. Un dandy que viva una vida de lujo, especulaba en la bolsa, tenía caballos de carrera y frecuentaba el Club de la Unión. Casado con Mariana Prévost, una mujer acomodada, varios años mayor que él, quien pronto se entera que su marido mantenía una relación paralela con la joven Sara Bell y lo amenaza con quitarle todo su apoyo económico si no ponía fin a esa relación extramarital. Matta Pérez, acosado por las deudas y presa de la desesperación, envenena a su joven amante la noche del 22 de octubre de ese mismo año. Entonces, este destacado antibalmacedista convertido en asesino, desaparece de Chile sin dejar rastro de su paradero, provocando revuelo público de ribetes sensacionalistas, para muchos una huida amparada por vínculos políticos, y que fue argumento para una obra de teatro, dos libros de testimonios y décimas populares.

A partir de ese bullado asesinato,  el historiador y escritor Manuel Vicuña (Santiago, 1970) inicia un interesante recorrido por la literatura policial y su materia prima: los detectives, los delincuentes y los ríos de tinta vertidos por los reporteros de crónica roja. Comenzando con el padre del género, Edgar Allan Poe –quien “tardó décadas en ser valorado en Estados Unidos. Durante 46 años, su tumba careció de lápida. Cuando se remedió esa falta, el único escritor que asistió a la ceremonia fue Walt Whitman”– quien entre 1841 y 1844 sentó las bases del género policial con tres cuentos protagonizados por Auguste Dupin: Los crímenes de la calle Morgue, El misterio de Marie Roget y La carta robada.

“Antes, entonces y después seguirán  ejerciéndose otras  formas de escritura sobre crimen, cuya genealogía incluye desde las tragedias griegas y los versículos bíblicos hasta los relatos de bandidos y las memorias de delincuentes”, anota Manuel Vicuña. En el plano local, el autor afirma que “la propia literatura chilena  está llena de hombres trenzados a cuchilladas por problemas de faldas, arrebatos de hombría y curaderas suicidas, con un saldo respetable de destripados agonizando en el piso”.

Vicuña define al relato policial como el mecanismo narrativo más eficaz de la ficción popular (de la literatura, del radioteatro, del cine, de las series de televisión), materializado en las historias del británico Arthur Conan Doyle, “con la consagración de Sherlock Holmes como prodigio de la cultura de masas”. Y aporta un dato duro: en la Pequeña historia de grandes criminales, el escritor y periodista francés Jacques Bergier asegura que ya en 1900, solamente el editor inglés Aldine “publicaba 250 series protagonizadas por distintos detectives, todos inspirados en Holmes, cuya primera aparición databa, apenas, de 1887”. De ahí en adelante, el célebre personaje de Conan Doyle ha sido el núcleo del que se desprenden la mayoría de las historias de detectives.

En América Latina, los relatos policiales hacen su estreno primero en los diarios. En Chile, relatos de Edgar Allan Poe como “La carta robada”, fueron traducidos y publicados por el diario capitalino El Ferrocarril en 1857. En la prensa decimonónica las noticias de crímenes teñidas de sensacionalismo captan más lectores que ningún otro género periodístico. De esta forma, en junio de 1892 se estrenan Los sucesos del día, primer medio dedicado “de preferencia a lo que se relacione con la criminalidad en todas sus fases y detalles, en este u otros países”. El escritor Juan Rafael Allende dio cuenta de esa fascinación del público local por la crónica roja: “Hasta las damas de la aristocracia, cuando en sus manos toman un diario, lo primero que buscan en la gacetilla es los salteos y los asesinatos. Si el diario, por rarísima excepción, no trae ningún hecho espeluznante, lo arrojan lejos y exclaman: este diario no sirve para nada”.

De esta forma, Reconstitución de escena traza en veintiún breves capítulos una cartografía del género y los vasos comunicantes con la realidad cotidiana contenida en la prensa. Un recorrido por los autores fundamentales del género (Poe, Cana Doyle, Chandler) y los exponentes nacionales que contribuyeron al asentamiento y desarrollo en nuestro país, desde Januario Espinoza pasando por Antonio Acevedo Hernández, Alberto Edwards, Luis Rivano y Alberto Fuguet, junto a anónimos detectives-escritores. Un recorrido en el que Vicuña se detiene en un documentado y extenso retrato de René Vergara (Soy leyenda), quien “encarnó en Chile mejor que nadie la figura del detective-escritor”, anota el autor, para quien la obra de Vergara “aportó personajes y episodios sangrientos al ala marginal de la literatura chilena, donde se alojan los pobres diablos y los muertos de hambre de Carlos Pezoa Véliz, los hombres oscuros y desarrapados de Nicomedes Guzmán, los delincuentes de Manuel Rojas”.

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Reconstitución de escena
Manuel Vicuña
Editorial Hueders
131 páginas.

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