La participación es una palabra que se utiliza recurrentemente en los planes de Gobierno o en la descripción de políticas sociales, pero en la práctica hay disciplinas que se dedican a su ejecución. Es el caso de la psicología comunitaria que desde los años sesenta ha constituido una forma de reflexión que aborda las relaciones sociales que permiten expresar los problemas que atraviesa la comunidad y elaborar, conjuntamente, formas de solucionar las mismas, en tanto que las personas que participan deben estar directamente implicadas en el diseño e implementación de las políticas.
La profesora Alicia Rodríguez, es académica de la Universidad de la República de Uruguay, una de las principales exponentes de esta disciplina en Latinoamérica. Ha trabajado durante toda su carrera comprometida con la emancipación social que busca que a través de la participación se construyan políticas públicas que se basen en la reflexión de las comunidades.
Así crítica la forma en que hoy se construye la educación universitaria, está en contra de la instrumentalización de la académica, lo que significa que no cree en las universidades que solo hacen docencia y que han dejado de vincularse a las comunidades a través de la extensión y menos en las que no divulgan el conocimiento mediante investigaciones.
La Universidad de la República de Uruguay a diferencia de las Universidades Chilenas ha desarrollado su producción de conocimiento desde las comunidades a la teorización, mientras que en nuestras universidades la teoría aún se encuentra enclaustrada.
¿Cómo hacer academia de forma comprometida con los procesos sociales?
En la praxis comunitaria el saber académico se integra en ese intercambio con el saber que se produce en la vida cotidiana y la voz de los actores sociales. Este trabajo lo desarrollamos en equipos interdisciplinarios en donde de acuerdo a las características de los problemas y los temas sobre los que trabajamos tendrá integrante de distintos tipos, pero ese espacio, al mismo tiempo, se constituye como un soporte para la reflexión sobre la acción y es un diálogo con otras disciplinas en que necesariamente se ponen en juego las distintas miradas. En general, y al mismo tiempo, sobre la base de una perspectiva epistemológica, ética y política común, es mucho más fácil dialogar con otras disciplinas que están intentando hacer una ruptura en su forma dominante de producción.
¿Cómo sobreviven en la academia y a sus indicadores de productividad?
Esta lógica nos aparta de la forma clásica academicista, lo que tenemos son espacios de formación integral donde docentes y estudiantes de distintas disciplinas nos constituimos como equipo.
Las universidades en general van en una línea muy contraria a todo esto que nosotros planteamos. La línea que conocemos es una lógica de producción y productividad de evaluación sobre las publicaciones, en la que no importa tanto si esas publicaciones aportaron o no, sino que cuántas fueron y dónde fueron publicadas. Por nuestra parte, generamos publicaciones que no siempre son en revistas académicas, pero que son del tipo que tiene un visibilidad internacional por la calidad en cuanto a lo que ahí se publica, pero no necesariamente está ligada a estas otras lógicas que uno tiene que pagar para publicar, sino que preferimos las que circulan libremente por internet. El tema es cómo inventar una academia diferente que se haga cargo de este sur que es Latinoamérica y de los otros sures del mundo.
¿Podría relatar un proceso de praxis comunitaria y las transformaciones que él se dan?
Las transformaciones territoriales producto de la urbanización capitalista de las últimas décadas ha llevado a que los barrios populares en las ciudades en Montevideo sean sumamente heterogéneos. Los diseños arquitectónicos, la forma de acceder a las viviendas hace que se genere y visibilice esta heterogeneidad.
Comenzamos a trabajar con algún referente del barrio, referentes de estos distintos conjuntos habitacionales, empezamos a trabajar con estos espacios de integración barrial, esa experiencia con reflexiones permanentes de lo que íbamos haciendo y qué era lo que iba produciendo. Nos empezamos a preguntar por qué integración barrial, de qué estamos hablando, de qué noción de comunidad estamos hablando. Eso nos llevó a interpelarnos en nuestra posición en el desarrollo de nuestra intervención y desde ahí, a partir de estas reflexiones, comenzamos a modificar la estrategia de trabajo.
Por qué forzar lo común y no mirar más la diversidad y qué características tiene esta diversidad y qué carácter tienen estas barreras de relación con los otros. Más que trabajar en una suerte de homogeneidad.
En general se trabaja con una idea de comunidad que muchas veces parece ser totalizante o totalizadora y que en realidad es una ilusión de homogeneidad que aunque digamos que es diversa igualmente jugamos con esa ilusión y comenzamos a trabajar con esa idea. El cuestionamiento que debemos hacernos en la intervención comunitaria es qué posibilidades de articulación de la diferencia somos capaces de generar.
Eso implica formas de circulación, implica tomar contacto con el vecino que no está distante geográficamente, pero que en realidad no cruzó para el otro lado por las barreras simbólicas. El tema es darnos la posibilidad de conocerlo para poder problematizar las construcciones prejuiciosas que se hacen de ese otro. Cuando esto lo enmarcamos en un trabajo interdisciplinario es el momento en que cambia la academia porque comprendemos que la realidad se basa en diferentes posiciones que se articulan en un trabajo que puede ser planificar un barrio o pintar las veredas. Nosotros como académicos conformamos equipos con los estudiantes y ellos deben ser parte de otros equipos con estudiantes de otras disciplinas y todos ellos con las personas que habitan en los territorios donde trabajamos.